La vida medio vacía

Durante meses, miles de mujeres en Andalucía no fueron avisadas de anomalías detectadas en sus pruebas médicas de cribado de cáncer de mama, que hubieran exigido otras actuaciones de contraste para comprobar la naturaleza de la alerta descubierta, para saber en definitiva si tenían la enfermedad o no. No fue un error: fue una cadena de negligencias, de falta de control y de abandono político. Y cuando las víctimas reclamaron explicaciones, la entonces consejera de Salud les dijo que “veían la copa medio vacía”.

Soy enferma de cáncer de mama, tres veces seguidas he tenido nuevos tumores primarios. Sé lo que significa una llamada a tiempo, una cita que no se retrasa, una alerta que se emite, una mirada preocupada o una sonrisa en la cara de tus sanitarios. Sé también lo que implican el silencio, la espera o los retrasos. Conozco lo que pesa cada segundo de incertidumbre y cómo la vida se te derrumba en un instante. 

Por eso, cuando supe que en Andalucía muchas mujeres (la ¿última? cifra oficial asciende a 2.317) no fueron avisadas de resultados sospechosos en sus pruebas, sentí algo más que indignación: sentí un escalofrío, una horrible angustia. Esta vez no se trata de cifras ni de protocolos, sino de vidas que pudieron salvarse, de tratamientos que pudieron aplicarse a tiempo, de incertidumbre que no debería asolar ahora a miles de mujeres si alguien hubiera cumplido con su deber.

La Junta de Andalucía ha reconocido que el sistema informático que gestiona las alertas en los cribados de cáncer de mama falló. Durante meses, los resultados anómalos no llegaron a todas las pacientes. Muchas no recibieron aviso alguno y seguramente es ahora cuando su reloj se ha parado por el miedo. Otras lo supieron tarde, demasiado tarde. Pese a la gravedad de los hechos, ni la consejera de Salud ‘dimitida’, ni el consejero que le ha tomado el relevo, ni el presidente Moreno Bonilla se han puesto a plena disposición de las mujeres afectadas. La explicación oficial se refugia en un “error técnico”. Pero un error técnico no puede explicar la falta de vigilancia, la ausencia de protocolos de emergencia, el rigor médico ni el silencio posterior.

Esta vez no se trata de cifras ni de protocolos, sino de vidas que pudieron salvarse, de tratamientos que pudieron aplicarse a tiempo

Una cosa es un fallo y otra muy distinta es un abandono, una manera de gestionar un peligro catastrófico para muchas de nosotras. Un sistema público de salud debe estar preparado para detectar, corregir y notificar cualquier anomalía en un proceso tan rápido como que puede significar la diferencia entre vivir o morir. Y cuando no lo hace, la negligencia deja de ser individual para convertirse en institucional, y cuando se extiende en el tiempo demuestra un modo de operar que atenta directamente contra la salud.

No se trata solo del cáncer de mama, aunque este haya sido el detonante. Por escandaloso que resulte hasta escribirlo, no sabemos aún si ha ocurrido con otros programas de detección, pero el patrón es claro: la prevención, que debería ser la joya del sistema –y es la clave de bóveda de una buena salud pública–, es hoy su punto más débil. En Andalucía, la atención primaria arrastra carencias estructurales. Las plantillas están bajo mínimos, las citas se demoran semanas y los cribados (que requieren seguimiento y coordinación) parecen ser únicamente políticas de maquillaje y de tranquilización paternalista bajo la apariencia de que la enfermedad está controlada, evitando no solo la asunción de tan grave problema médico sino también la puesta en marcha inmediata de las formas de atajarlo que bien se conocen.

Frente a este desastre, el Gobierno andaluz presume de récords de inversión, aunque las cifras dicen otra cosa. Andalucía destina menos presupuesto sanitario por habitante que la media nacional, y buena parte de los recursos adicionales se derivan hacia conciertos con la sanidad privada. Las listas de espera superan el millón de personas. En diagnóstico precoz, los tiempos se han alargado hasta el doble en algunas provincias. Y los hospitales comarcales (los que más cerca están de las mujeres rurales) son los más afectados por la falta de personal especializado. Su modelo ideológico de empuje de los ciudadanos hacia la actividad privada está provocando este vacío injustificable de protección.

Y cuando las víctimas de esta cadena de errores alzan la voz, la ya exconsejera de Salud responde que “ven la copa medio vacía”. Medio vacía, como si se tratara de un problema de actitud, de falta de optimismo, y no de una gestión que pone en riesgo la vida de miles de mujeres. Esa frase retrata mejor que ningún informe el nivel de desconexión entre el poder y la realidad: mientras unas esperan una llamada que no llega, otros en el Gobierno se permiten ironizar sobre su sufrimiento.

Hoy sabemos que el cáncer de mama tiene una tasa de curación altísima cuando se detecta pronto. Esa es la clave: el tiempo. Cada semana cuenta, cada revisión salva. Por eso duele tanto pensar que un silencio administrativo cruel haya puesto en riesgo a tantas mujeres. Y duele más ver que quienes tienen el poder de evitarlo prefieren atrincherarse antes que pedir perdón o asumir responsabilidades.

Por desgracia no estamos ante un caso aislado. Es la consecuencia directa de una política sanitaria que lleva años desmantelando los pilares de lo público. Se recortan plantillas, se externalizan servicios, se infrafinancia la prevención y se finge sorpresa cuando el sistema falla. Pero el sistema no falla, lo hacen quienes lo dirigen. Lo hacen quienes han decidido que la salud puede gestionarse con la lógica del beneficio y no con la del cuidado. Que nadie nos diga que esto es “politizar la enfermedad”. Lo político está ya ahí: en el presupuesto, en la gestión y en el silencio de los responsables.

A quienes hoy viven con miedo, esperando una llamada que no llega, quiero decirles que no están solas, y que tienen y tenemos derecho a exigir explicaciones. A reclamar que se revisen todos los protocolos, que se refuerce la atención primaria, que se garantice un sistema de alertas doble (humano y tecnológico) para que ningún fallo vuelva a costar una vida. Porque la confianza en la sanidad pública no se decreta, se gana con transparencia, con recursos y con responsabilidad.

El cáncer enseña muchas cosas, casi todas hablan de sufrimiento y no voy a romantizarlo. No depende de nosotras tenerlo o no, ni curarlo o no, por más que “luchemos” como la épica colectiva demanda. La vida depende de la atención médica, sí, pero también de la atención política y social. Cuando se pierde esa mirada, el sistema deja de ser humano. Por eso cuando una consejera dice que las víctimas “ven la copa medio vacía”, no está hablando de su actitud: está describiendo su propia gestión. Porque no es la copa la que está medio vacía, es su gestión que afecta a nuestras vidas.

Durante meses, miles de mujeres en Andalucía no fueron avisadas de anomalías detectadas en sus pruebas médicas de cribado de cáncer de mama, que hubieran exigido otras actuaciones de contraste para comprobar la naturaleza de la alerta descubierta, para saber en definitiva si tenían la enfermedad o no. No fue un error: fue una cadena de negligencias, de falta de control y de abandono político. Y cuando las víctimas reclamaron explicaciones, la entonces consejera de Salud les dijo que “veían la copa medio vacía”.

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