Un votante no es un militante

Un votante no es un militante. Este es uno de los principales aprendizajes que se debe hacer en política. Todos los militantes son, por regla general, votantes; pero de ninguna manera todos los votantes son militantes. Por lo tanto, cuando se hace política hay que tener claro para quién se hace, si para encantar a los militantes o para convencer a los votantes. Vayamos por partes.

Es imposible comprender una organización política sin sus militantes. En la gran mayoría de los casos, los militantes son ciudadanos desinteresados que dedican su tiempo, sus ganas, su fuerza y sus horas de vida para construir un proyecto político de manera altruista. Suelen ser personas que creen profundamente en determinadas ideas y que están dispuestas a arremangarse y meterse hasta lo más profundo del fango en defensa de sus tesis y convencimientos. Los militantes son los engranajes fundamentales de cualquier organización política o movimiento social, son imprescindibles y es inconcebible que haya ningún espacio político que funcione sin ellos.

En el otro lado, existe el resto de la sociedad. Es evidente que en las sociedades de masas de la época moderna es muy difícil, si no imposible, que la mayoría de ciudadanos sean militantes. La mayor parte de ellos son personas que ejercen sus derechos de manera más pasiva. Trabajan, aportan a la sociedad cada uno desde su posición, tienen ideas particulares y, llegado un determinado momento, depositan (o no) su voto en una urna. Pero no dedican parte de su tiempo a trabajar por un partido o por unas determinadas ideas políticas. Tal vez porque no sientan gran vinculación con ninguno de los existentes, tal vez porque no tienen especial interés en cuestiones políticas en su día a día o, simplemente, porque no tienen suficiente tiempo y ya andan bastante atareados como para añadir una preocupación más a sus vidas. No es posible criticar a aquellas personas que, tras una larga jornada laboral extenuante, el cuidado de unos hijos o unos mayores y las labores del hogar, prefieren no dedicar su escaso (o casi inexistente) tiempo libre a construir un espacio político.

Con esos dos ingredientes se construye todo lo demás. Los militantes son los engranajes del partido y los votantes son el aceite imprescindible sin el que los engranajes pasarían a ser inútiles. A partir de aquí hay dos errores fatales. El primero sería destinar toda la atención del partido a la satisfacción de la militancia y desatender a lo que queda fuera, es decir, a los votantes. El segundo sería todo lo contrario, es decir, descuidar por completo a la militancia y tan solo centrarse en lo exterior, en los votantes.

Un votante no es un militante, por eso con militantes se pueden ganar procesos internos con mayoría absoluta al mismo tiempo que se pierden elecciones con minoría aplastante. Estaría bien ser conscientes de ello para lo que vaya a venir

La emergencia de las primarias en la política española ha sido un buen ejemplo de esta tensión siempre sin resolver. Por primera vez, se puso encima de la mesa la posibilidad de que los líderes de los partidos fuesen elegidos no en función del dedazo del jefe anterior o de equilibrios de poder entre las élites de los partidos, sino dándole voz a la militancia. Sin embargo, al mismo tiempo que esto parece un procedimiento abierto y más adecuado para tiempos modernos, resulta que se convierte en muchas ocasiones en un espacio de radicalización de determinadas posturas mayoritarias en el círculo militante interno pero inexistente en el círculo exterior que componen los votantes.

Pongamos un ejemplo práctico. Al mismo tiempo que Yolanda Díaz es más valorada en las encuestas que Irene Montero o Ione Belarra, si se produjeran unas primarias, con toda seguridad serían estas dos últimas las que triunfarían frente a la primera. Porque Podemos tiene una militancia activa que, evidentemente, y de manera legítima, prefiere a sus líderes de partido frente a Yolanda Díaz, que carece de un músculo militante activado. Sin embargo, si se pregunta fuera del círculo interno (cosa que ya están haciendo las encuestas), el resultado sería completamente distinto al resultado de las primarias y ahí Díaz arrasa entre los votantes en simpatía e intención de voto muy por delante de Montero o Belarra. Precisamente por eso, porque la militancia de un partido no se parece a sus posteriores votantes tanto como podríamos pensar.

Por eso es una trampa hablar de primarias como si fuese la traducción limpia y cristalina de la voluntad de la gente, porque lo que suele ser es la voluntad de aquellos que están más movilizados. Y esa voluntad no tiene por qué coincidir en absoluto con la voluntad de los potenciales votantes. 

La clave es: la militancia es más rocosa y fiel, pero son pocos; los votantes son más volubles y heterogéneos, pero son muchos y son los que, al fin y al cabo, deciden las elecciones. Un votante no es un militante, por eso con militantes se pueden ganar procesos internos con mayoría absoluta al mismo tiempo que se pierden elecciones con minoría aplastante. Estaría bien ser conscientes de ello para lo que vaya a venir.

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Alán Barroso es politólogo y experto en comunicación política.

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