En enero a la playa y en julio a cubierto

Isaac Pozo Ortego

El pasado jueves 25 de enero los termómetros de dos estaciones meteorológicas del interior de la Comunidad Valenciana marcaron los 30,5ºC. No es necesario tirar de históricos de temperatura para pensar que esto no es normal para esta época del año. Pero por si a alguien le queda duda, según la Asociación Valenciana de Meteorología (AVAMET) son las temperaturas más altas registradas en un mes de enero en Europa desde que se tienen registros.

A todos nos sonará el anticiclón de las Azores, que es un sistema natural situado en el Atlántico medio que hace que los veranos sean cálidos y secos. Sin embargo, en otoño se mueve hacia el sur, permitiendo que las borrascas que se forman en el Atlántico lleguen a Europa. Es un sistema natural que permite los climas mediterráneos, con veranos y otoños relativamente secos, e inviernos y primaveras donde recibimos las precipitaciones.

Lo que tenemos ahora es una situación poco probable pero no extraña. La explicación meteorológica se llama anticiclón de bloqueo, una situación anómala en la que grandes masas de aire impiden el movimiento natural de la atmósfera, evitando que nos lleguen nubes y tormentas y haciendo que el aire, al no circular, se caliente, aumentando las temperaturas. Sería una anécdota para comentar en las terrazas en enero. Esta situación no necesariamente está relacionada con el cambio climático. Pero tirando de refranero, “no llueve sobre mojado”.

¿Regamos los aguacates de Málaga o las piscinas de la Costa del Sol? ¿Qué es más importante, salvar Doñana o la fresa de Huelva? ¿Quién se va a llevar el último litro de agua, el agricultor o el campo de golf?

Y es que estamos sufriendo una bajada de las precipitaciones continua. Ya no solo hablamos de una sequía agrícola, sino que el agua embalsada para consumo humano está bajo mínimos, con casos como el de Cataluña, con las reservas a un octavo de su capacidad, teniendo que declarar esta comunidad el estado de emergencia, que conllevará una serie de restricciones, como en el llenado de piscinas o en el riego de parques y jardines. La cuenca del Segura y la Mediterránea andaluza también están bajo mínimos, y en los últimos años han implantado cultivos subtropicales con grandes necesidades de agua. Esto puede parecer anecdótico, pero recuerden que estamos a comienzo de año y empiezan a plantearse cuestiones difíciles. ¿Qué va a ocurrir en los periodos vacacionales cuando llegue el turismo? ¿A quién favorecemos, a la población local o al turismo con su componente económica? ¿Regamos los aguacates de Málaga o las piscinas de la Costa del Sol? ¿Qué es más importante, salvar Doñana o la fresa de Huelva? ¿Quién se va a llevar el último litro de agua, el agricultor o el campo de golf?

Y es que los acuíferos subterráneos se recargan en invierno. La nieve se acumula en las montañas y, en primavera, con el deshielo que fluye poco a poco, riega las tierras y podemos almacenarla en los pantanos. Y en el campo, cuando llueve de forma continua, “la tierra cala” –como dicen los agricultores– y absorbe el agua que usarán las cosechas.

Aunque tengamos grandes tormentas en primavera no será suficiente, porque la capacidad de la naturaleza para absorber el agua no es perfecta: si llueve mucho la tierra no cala, y el agua corre por la superficie creando más daño. Ni siquiera nosotros, con nuestra tecnología, seríamos capaces de aprovecharla, porque las presas deben llenarse lentamente para operar con seguridad. Algunas tecnologías como la desalación o la recuperación de agua ayudan, pero no son la solución definitiva, ya que el agua que se produce es de menor calidad, resulta mucho más cara y no sirve para todos los usos. Así que cuidado con el tecno-optimismo de barra de bar.

Si bien el año pasado ya escribía sobre la sequía y sus efectos en el campo, este año hemos comenzado mucho antes, y ya hablamos de efectos sobre las personas. Desde simples e incómodas restricciones a tener que elegir los usos que le damos al agua, y evaluar los efectos económicos que se producen.

Y para complicarlo todo entra la política, que en lugar de ayudar está barriendo para casa. Con regiones como Valencia y Murcia reclamando el aumento del trasvase Tajo-Segura. Sería un buen momento para recordarles sus declaraciones sobre trasvase desde el Ebro, que planteaban en el Plan Hidrológico allá por 2004. Que, por cierto, Cataluña, con graves problemas que afectan al agua de boca, también ha presentado un plan para trasvasar intra-cuenca del Ebro hacia el Priorat, para apoyar a la industria vinícola, que ya ha suscitado las quejas de Aragón. O la desfachatez del portavoz de la Junta de Andalucía, Ramón Fernández Pacheco, rechazando limitar el riego de los campos de golf porque “no son el problema”, porque “se riegan con agua regenerada”, cayendo en el tecno-optimismo aceptable para un ciudadano, pero no para un responsable público. Eso sí, ningún político ha planteado siquiera el cambio de modelo económico para adaptarse a lo que nos viene.

Es hora de tomar conciencia de que España, probablemente, no sea más el paraíso agrícola de la huerta mediterránea, o el de sol y playa con ochenta millones de turistas, y empezar a plantear cómo vivir y trabajar en un país cada vez más seco y con un clima más extremo.

_________________________

Isaac Pozo Ortego es director de proyectos de la Fundación Alternativas.

Más sobre este tema
stats