Lo que la socialdemocracia ha de entender si quiere ganar espacio Cristina Monge
Feminismo para ser libre
No hay nada más persuasivo que proclamar la libertad y pocas proclamas han sido tan analizadas con resultado tan confuso. Hace, literalmente, siglos que se habla de libertad y hace siglos que nos preguntamos “libertad para qué y para quién” porque si no se responde con claridad a esta pregunta, hablar de la libertad puede ser estéril o incluso contraproducente.
Nosotras sabemos bien que cuando la libertad responde a la idea de un yo separado (que se autodetermina, se autodefine y se autoelige), liberado de necesidades materiales y afectivas, ajeno a sus propias relaciones, conlleva la consideración de las mujeres (y no solo) como “otros” potencialmente heterónomos. O sea, sabemos que cuando ese es el referente de la independencia y el autogobierno, proclamar la libertad puede formar parte del problema y no de la solución.
Si se mira el mundo desde los cuidados, la cautela no puede quedar más clara porque, si nos los tomamos en serio y no hablamos solo de intervenciones quirúrgicas, aflora rápidamente una concepción muy distinta de la autonomía, la identidad, las relaciones humanas, la comunidad, las responsabilidades y hasta de los derechos humanos.
Tomarse en serio los cuidados, como hacen ciertos feminismos, supone asumir que la vida psicológica empieza con y en la vinculación, y no con la separación; que el yo es inexorablemente, y no coyunturalmente, un yo social construido dentro de una matriz relacional de intercambios. Y que los intercambios más importantes que tenemos no son los que vienen marcados por relaciones contractuales y jerárquicas asociadas al ejercicio tradicional del poder sino por las redes que se articulan alrededor de la atención emocional y la respuesta afectiva. En fin, si le prestáramos atención a los rasgos identitarios que tienen que ver con esas redes, a las vivencias situadas y a las elecciones que cada quien hace en y desde ellas, como agente finito, concreto y ubicado, nuestras posiciones antropológicas, psico-sociales, éticas, jurídicas o políticas, serían muy diferente a las hegemónicas.
Si el feminismo nos hace libres es porque nos permite luchar contra la dominación, y hay una forma de concebir y ejercer la libertad que resulta discriminatoria y opresora para las mujeres porque se define al margen de su experiencia y se les impone. Resulta contraintuitivo y paradójico que buena parte de las mujeres tengan que contorsionar dolorosamente para ser “libres”.
La libertad se tiene que definir, siempre, en relación a otrxs, y más que garantizarnos separación para oponernos y competir, nos ha de garantizar la posibilidad de diferenciarnos. Ser libre debería significar “ser singular”, “poder ser distinta” en el seno de una comunidad, en una familia, un pueblo, un Estado… cualquiera que sea la referencia. Liberarse debería consistir en desarrollar la capacidad de co-implicarse en y responsabilizarse de ese mundo compartido.
Si el feminismo nos hace libres es porque nos permite luchar contra la dominación, y hay una forma de concebir y ejercer la libertad que resulta discriminatoria y opresora para las mujeres porque se define al margen de su experiencia y se les impone
De hecho, cuando las personas van ganando en (auto)consciencia es cuando van ganando en libertad (como sucede con la mayoría de edad, por ejemplo), y esto se traduce en que su comunidad les puede hacer responsables del modo en que ejercen sus derechos. O sea, esto significa que el ejercicio pleno de los derechos lleva siempre aparejadas responsabilidades correlativas.
Como nadie es Robison Crusoe, ni vive en una isla, es ineludible aceptar que tenemos una deuda de vínculo contraída con quienes compartimos un “lugar” (los hayamos elegido o no) y que garantizar la justicia intergeneracional es esencial para sostener la vida. Contar con los demás, hacerse cargo, es de sentido común, nos guste o no, lo elijamos o no, así que identificar la libertad con un elenco desnudo de derechos que ignora este dato sistemáticamente es radicalmente absurdo. Cuando la Sra. Ayuso, por ejemplo, alude a una libertad que garantiza actitudes irresponsables, inmunidad e impunidad, confunde “ser libre” con ser inconsciente o hacer locuras, y condena a la gente a un aislamiento infantil, tan ridículo como sórdido. No hay nada interesante en una concepción caprichosa de la libertad que genera desperfectos sociales, ignora a los demás y deteriora el vínculo que necesitamos mantener con los demás para poder vivir.
Por eso, cuando el feminismo incorpora a nuestro legado la normalidad de la dependencia, eliminando su estigma negativo para concebirla como un rasgo necesario y universal de las relaciones humanas, no solo nos hace más humanos sino más libres.
Conferir valor público tanto a las actividades de cuidados como a las mujeres que las protagonizan, así como redistribuir esta tarea entre los diferentes miembros que componen la sociedad, sean hombres o mujeres, no solo es una cuestión de justicia social sino de pedagogía, inteligencia y supervivencia. Si empezamos a ver a las personas como lo que realmente son, con cuerpo, dependientes y necesitados de recursos y afectos, no como seres extrañamente autosuficientes y paranormales, es evidente que la actividad de cuidado es una virtud cívica y un deber público de civilidad. Como lo es que el derecho al cuidado está indisolublemente unido al deber de cuidar. Quienes necesitan de cuidados y se desentienden de quienes les cuidan… ¿pueden llamarse seres libres? ¿son acaso racionales? No, no lo son. Son personas que no sobrevivirían si no dominaran a otros (a otras). La apuesta por esta idea masculinizante de la libertad es profundamente conservadora (no liberal) y se orienta a perpetuar las estructuras tradicionales de dominación. Es machista, clasista y supremacista.
En fin, ser feminista y mirar desde los cuidados nos hace más racionales, más libres y mejores personas. Esa mirada ya está en marcha y son las mujeres quienes la lideran porque no hay libertad si no es con lxs otrxs, ni proclama creíble si no es para todxs.
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María Eugenia Rodríguez Palop es eurodiputada por The Left.
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