Galicia persigue la primavera
Cuando Feijóo ordenó a Rueda convocar las elecciones con el Entroido (carnaval en gallego), en unas semanas en las que el frío y la lluvia suelen ser la norma y las máscaras el atuendo favorito de los gallegos y gallegas, soñaba con una jugada maestra mediante la cual la campaña pasara desapercibida y el candidato socialista, un aguerrido y poco resignado lucense, no tuviera tiempo de entonarse. La realidad demuestra, sin embargo, que, en esa jugada, el PP ya ha fracasado.
La Galicia de Feijóo es diferente a la de Fraga, al menos en lo que tiene que ver con la política. Al viejo “león”, de pasado nada demócrata, paradójicamente le gustaba que hubiera vida en el Parlamento Gallego y que su gobierno tuviera perfil político. Todo lo contrario que al actual líder popular, que redujo su exposición a la cámara gallega a su mínima expresión para no tener que debatir y, con ello, exponer grandes rotos en sus costuras, como se ha visto desde su salto a Madrid, ni dejó brotar ninguna figura en su gobierno que pudiera opacar su ya de por sí triste grisura. Con Fraga y después con el gobierno bipartito de Touriño, la gente se sabía los nombres de los conselleiros y conselleiras casi como la alineación del Celta o del Dépor. Con Feijóo, ni Rueda, su mano derecha durante 14 años y su sucesor al frente de la Xunta, llegó a alcanzar nunca un nivel aceptable de conocimiento. Había una misión: apagar toda la autonomía de Galicia, para poder brillar ´moderadamente´ en Madrid.
Como resultado de ese apagón, la Xunta del PP tiene el dudoso honor de haber logrado que hayamos menguado demográficamente en estos años, perdiendo tanta población como la que vive en Santiago, tal como apuntaba José Ramón Gómez Besteiro durante el único debate al que asistió y asistirá Rueda. Galicia lleva años moviéndose a una velocidad más lenta que la media del resto de España: se crea menos empleo, la economía se ha mantenido siete trimestres consecutivos por debajo de la media nacional y la industria se mueve con una marcha menos que el resto del Estado. Existe una clara percepción en la ciudadanía gallega de que Galicia languidece, fruto de la apatía, desidia y falta de ambición que se ha instalado con un gobierno de burócratas en la Xunta, cuyo único dudoso activo es el control mediático, manipulado y manipulador en lo que se refiere a la Televisión de Galicia y sus más de cinco años de ‘venres negros’.
En estos días de sol y calor anómalos, en Galicia nos hemos dado cuenta de que puede ser primavera en febrero. Que basta ya de negar nuestra Cultura o nuestra Lengua como braman las derechas. A pesar de los apagones mediáticos a los que se somete al florecer cultural del país, Galicia es capaz de producir talento antes de que la derecha lo obligue a emigrar. Los jóvenes pueden tener de referentes a As Tanxugueiras, al fenómeno The Rapants o al internacional Sen Senra, a pesar de que la única propuesta que reciben del candidato Rueda es subirse a un autobús, que no llega o lo hace tarde, con los ritmos del Combo Dominicano.
La Galicia de Feijóo es diferente a la de Fraga, al menos en lo que tiene que ver con la política. Al viejo “león”, de pasado nada demócrata, paradójicamente le gustaba que hubiera vida en el Parlamento Gallego y que su gobierno tuviera perfil político
Hoy en Galicia el gallego se habla menos que nunca, producto de las antipolíticas del PP. Las ciudades son un desierto para la mayor seña de identidad del país. Mientras Besteiro proponía que todas las lenguas oficiales en sus territorios se pudieran hablar en el Congreso de los Diputados, Rueda y Feijóo ordenaban, en castellano, votar “No” en Madrid y en Santiago y se oponían también en Bruselas. Nadie debería gobernar Galicia en contra del idioma de Galicia, no cabe mayor indignidad.
Ante esta deriva apática, Galicia quiere cambio. Por mucho que amenacen desde las fuerzas de derechas, la mayoría de la ciudadanía, progresista o conservadora, galleguista o nacionalista, vive en ciudades satisfecha con los gobiernos de coalición, que se reproducen sin conflictos ni crispación en los ayuntamientos o en las diputaciones de A Coruña y Lugo, como también sucedía en la de Pontevedra hasta mayo de 2023.
La ciudadanía no teme que PSdeG y BNG se pongan de acuerdo en gobernar, que Besteiro y Ana Pontón lleguen a San Caetano y desalojen la resignación burocrática allí instalada y pongan en marcha un Gobierno de la Xunta, apoyado en el Gobierno de Pedro Sánchez y las oportunidades que vienen de la UE, que active a todos los sectores del país.
Ahora, se trata de que ese cambio se materialice el 18 de febrero. Ahora, se trata de superar el largo invierno gris y perseguir la primavera.
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Nicolás González Casares es eurodiputado del Grupo de Socialistas y Demócratas.