NOCHEVIEJA DESDE LA REDACCIÓN

Leia (o cómo hacerse 'mayor')

En casa, desde que tengo uso de razón, siempre hemos tenido perro. Primero fue Negrita, que la compartimos durante años con mi tío. Después llegó Lúa, a la que vi crecer y que me acompañó desde mi infancia hasta terminar mi último examen del primer trimestre de la carrera (sí, esperó para irse). Lana, que era de mi hermana y que, quizás, era la perra más tierna, efusiva y con más paciencia que he conocido. Y, después, llegó el turno de Gabi, probablemente, el más cariñoso de todos, pero que no sabe expresarlo porque no le enseñaron: su primer año de vida se lo pasó encerrado en una jaula tras ser abandonado. 

Por eso, desde que me vine a Madrid, siempre me ha faltado algo. Y, por esta misma razón, este verano, tras mucho pensarlo, analizarlo y darle 80.000 vueltas, decidí dar el paso. Pensé: "Nos haremos compañía, ¿qué puede salir mal?". Spoiler: prácticamente todo, y mis cortinas y mi cuenta bancaria aún me echan en cara la decisión.

Aunque en casa siempre hemos sido de perras, sabía que con mis horarios periodísticos y viviendo en un piso, era complejo. Por eso, aposté por un gata. Más independientes, dicen. Pedí consejo, me documenté durante meses y, así, encontré a Leia. Sí, como la princesa. Mi pequeño homenaje a la obsesión por Star Wars que comparto con mi madre.

En realidad, Leia no se llamaba Leia cuando la conocí. En nuestro primer encuentro, en el que descubrí que era un poco tímida pero que las chuches líquidas de salmón serían su perdición, su nombre era Uber. Según me contaron en la asociación que la cuidó, Madrid Felina, la encontró un conductor de VTC cruzando la madrileña calle Arturo Soria, intentando llegar a las casas de ricos del barrio de Hortaleza (chica lista). Le salvó la vida con sólo unas semanas y, de ahí, su primer nombre. Quizás, antes, tuvo otro. Pero eso, tristemente, nunca lo sabremos. A no ser que, en algún momento de su vida, se arranque a hablar. Cosa que no descarto. 

Sabía que una gata no sería igual a ninguno de los perros que he tenido, pero confié y así nos fuimos adaptando la una a la otra. Aunque, mentiría si no dijese que las primeras semanas fueron difíciles. Ella estaba extraña, aunque no tardó en acostumbrarse. Creo que le gustó su casa nueva. Con muchos mimos, chuches y juegos, se hizo al piso y a mí en pocos días

Descubrí que es una gata a la que gusta el agua y tiene obsesión por los grifos, que no le gusta la mousse y es un poco especialita con la comida, que su juguete favorito son los pompones (concretamente uno azul cielo), que su escondite predilecto es el mueble del baño, que prefiere dormirse acurrucada en mis piernas que en su cama y que su entretenimiento favorito es espiar a mis vecinos y a los pájaros desde cualquiera de las ventanas. Que los días que me toca trabajar desde casa le gusta caminar por encima del teclado (pido perdón si en alguna información se me ha colado alguna letra random por alguno de sus paseos) y que le encanta traerme su pompón para jugar mientras escucho alguno de los mítines dominicales de Sánchez o de Feijóo. Y, ojo, porque es bastante insistente para que lo recoja y se lo tire lejos.

Yo, en cambio, lo llevé peor: casi no dormía, me costaba comer y dejaba la tablet en videollamada para tenerla vigilada por las tardes cuando me iba a trabajar. También me tuve que adaptar a ella como ella se adaptó a mí: hay unas cuatro cajas de cartón abandonadas en casa como sus refugios, mi salón está lleno de pelotas y otros juguetes, ya no dejo cosas desperdigadas por casa para evitar que se conviertan en su nuevo divertimento y renuncié a poner el árbol de Navidad (mi madre no, y espero que corra más éxito que algunos vídeos que he visto por Instagram y que me quitaron a mí las ganas). 

Primero, te vas de la casa de mamá y papá y aprendes a vivir contigo misma. Después consigues un trabajo. Y, al final, aparece en tu vida un ser vivo que depende de ti, con todo lo que ello conlleva

Ahora que veo en perspectiva aquellas primeras semanas de octubre, me gusta pensar que fueron la fase definitiva del proceso de hacerse mayor. Primero, te vas de la casa de mamá y papá y aprendes a vivir contigo misma. Después consigues un trabajo. Y, al final, aparece en tu vida un ser vivo que depende de ti, con todo lo que ello conlleva. En mi caso, Leia. 

¿Me arrepiento? No. Y recomiendo que, en el 2023, si podéis, adoptéis a una mascota. Os traerán muchos dolores de cabeza, pero valdrá la pena. Os lo prometo. En infoLibre lo sabemos de primera mano. Leia no ha sido la única incorporación animal de 2022 a la redacción. Este año, aunque ya éramos de tener perros y gatos y siempre hacíamos la broma de presumir de ellos en la imagen de informaciones sobre mascotas, han llegado a nuestra redacción, que yo lleve la cuenta, un perro guapísimo que acaba de cumplir un añito y otra gatita monísima. 

Y es más, en infoLibre incluso hemos podido disfrutar de la alegría de darle la bienvenida a un bebé precioso al que ojalá podamos dejarle un mundo más justo, más igualitario y con más derechos sociales y laborales. Tendremos que trabajar por ello y seguir haciéndonos mayores. Mi propósito para 2023.

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