Plaza Pública

Los otros mismos

Un trabajador de la factoría gallega de Alcoa frente a una barricada en llamas cerca de Vilalba (Lugo).

Antoni Cisteró

¿Son las derechas las mismas? En un comentario a mi anterior escrito en Plaza Pública, un amigo decía “son los mismos, amigo Sancho, son los mismos”, refiriéndose a los ejecutores de la política de acoso y derribo de un gobierno moderadamente de izquierdas, aunque ello (o quizá por ello) signifique la degradación de las instituciones ante la ciudadanía, y una disminución de la capacidad nacional de respuesta ante acuciantes problemas como la pandemia.

Creo que Ángel está en lo cierto. Si en muchos casos, por pura ley biológica, no son los mismos sino sus sucesores, sí que el acoso es parecido al ya realizado cada vez que una corriente partidaria de la solidaridad y la justicia social asoma por la puerta. El impulso es el mismo, sí, pero los procedimientos se han sofisticado, a la luz de nuevas técnicas de manipulación de masas y su soporte mediático y cibernético.

¿Se puede comparar a José María Gil Robles con Pablo Casado o Abascal?, sí, claro. En dicho artículo citaba la frase del primero: “La democracia no es para nosotros un fin, sino un medio”. El poder por el poder, al servicio de intereses privados; esbirros los ha habido siempre.

Cuando están en manos de la izquierda, las instituciones molestan, ya que pueden disminuir las ganancias, así que o se recuperan o se degradan. Prostituyendo el concepto de libertad, al grito de “que gane el mejor”, se olvida que para llegar a ser mejor se precisa una igualdad de oportunidades que la gran mayoría de la población ve recortada precisamente por dichos voceros. A su vez, mirando hacia atrás, la lapidaria frase de Cristóbal Montoro: “¡Que se hunda España, que ya la levantaremos nosotros!” podría atribuirse perfectamente a Calvo Sotelo o al general Sanjurjo.

Sin embargo, hay que admitir que en el proceso ineludible de modernización, la derecha lleva ventaja. Se ha consolidado y se ha ampliado la nómina de los que se consideran parte de ella, ya sea por nivel social o económico, ya por seguidismo a la caza de las migajas que puedan ofrecerse. Se ha conseguido un cierto “orgullo” de pertenecer a los que, según Warren Buffett, van ganando, por mucho que se esté perdiendo en lo personal. Dicho orgullo queda grabado en las mentes, e incluso si aparecen dudas uno no sabe cómo desprenderse de él, ni a que alternativa acudir. Noelle-Neumann lo ha clavado en su libro La espiral del silencio (Barcelona, Paidós. 2011). En su página 23 dice: "La mayor parte de la gente no espera obtener un cargo o poder con la victoria (en elecciones). Se trata de algo más modesto: el deseo de evitar el aislamiento…" La derecha ha preparado la acogida, en forma de consumo, espejismo de progreso; incluso en el caso de no poder acceder a él, se vende la idea de que solo las políticas liberales podrán dar un atisbo de esperanza de lograrlo. Y me pregunto: ¿dónde se manifiesta la capacidad de acogida de la izquierda?.

Aquí aparece la segunda parte del drama con la pregunta del millón: ¿Son también las izquierdas las mismas, amigo Sancho, son las mismas? Deberíamos empezar por referirnos a “lo que queda de la izquierda”, pero el número no es el tema, aunque sí un grave problema. ¿Existe la solidaridad, la conciencia de tener mucho en común entre la gran población que lucha por llegar a final de mes; que aún intenta mantener una cultura libre; que opta por los servicios públicos reivindicando su calidad y su derecho a ser nutridos por sus impuestos? ¿Persiste el “orgullo de clase”?.

Insisto: ¿mantiene la izquierda la capacidad y la voluntad de acogida? Porque no hablamos de las cabezas pensantes, ni de los líderes mediáticos. Hablamos de la vecina del tercero, del parado, del trabajador al borde de la pobreza, y tantos más en esa franja enorme de ciudadanos y ciudadanas a los que la preocupación por tirar adelante su familia colma ya todo su tiempo, los que mirando aterrados el abismo, no tienen ánimo de ver (y reconocer) la mano que los empuja por la espalda, sino que la confunden con un eventual salvador. ¿Piensa en ellos la izquierda? Quizá legisle para paliar sus males (con gran enojo de la derecha), pero no los sube al barco. Pondré un ejemplo: es encomiable el posicionamiento de los que estén leyendo infoLibre en este momento, y a ellos mando un abrazo. Pero ¿cómo lograr que el mensaje, la noticia, el comentario, lleguen a aquél que, después de una agotadora jornada, se lanza sobre el sofá, ante unos medios de comunicación que le venden la moto de una forma de vida adecuada a los objetivos de la derecha, con el lema: “me relaja, no he pensado en nada”?; ¿cómo despertar conciencia en aquél que prefiere “Sálvame” a “Salvados” (ambos, programas legítimos)? Y si no, hagamos una encuesta: ¿Qué llama más tu atención: Los amoríos reales o la actividad del Banco de Alimentos?

Al respecto, he de confesar que siento un cierto desasosiego cuando veo que gran parte de la labor asistencial está en manos de la Iglesia o la educativa en escuelas concertadas, a menudo religiosas. La derecha ha sabido adaptarse. Con objetivos idénticos (¿para qué cambiar, si vamos ganando?), pero utilizando cualquier resorte a mano para potenciar su labor reclutadora entre la gran masa de gente a priori neutral, lo que se suma a su consustancial poder económico. La izquierda, que en algún momento tuvo dichos mecanismos, los ha ido perdiendo. Encerrada en cenáculos envejecidos o en plataformas de diseño, gira a su alrededor intentando coger el pescado del cesto contiguo, olvidando los generosos caladeros que están siendo barridos por las artes de arrastre de la derecha. ¡Hacia allí hay que remar!

Una variante del problema está en el populismo rampante de hoy en día (un 25% de las naciones según un reciente estudio de Trebesh, Funke y Moritz en el Centre for Economic Policy Research). Líderes que se dirigen a la masa de los desfavorecidos, prometiéndoles que ante la inoperancia de las instituciones tradicionales como los parlamentos (a los que se ha esforzado en degradar), ellos tienen la receta para su felicidad. Sustituye la conciencia de clase por la de pertenecer a un colectivo desafortunado, que solo podrá ser salvado por las fórmulas mágicas de un líder mesiánico. No quisiera que lo dicho hasta ahora hiciera pensar que predico un populismo “caritativo”, al contrario. La tumba de las instituciones se la están cavando ellas mismas, al centrarse en sus diatribas y olvidando que su misión es la de atender a las necesidades de la ciudadanía. Ensimismados en su “monopoly” de votos, dejan vía libre a los salvapatrias. Lo que aquí se propugna es precisamente que la política democrática regrese al espacio que les está robando el populismo. Si la demagogia y la emoción trucada tiene secuestrada a buena parte de la población, debería realizarse un acercamiento de los reos a las instituciones, para lo cual estas necesitan una generosa apertura de miras, aunque ello signifique pérdida de privilegios.

Si nos fijamos en las redes sociales, es bastante acertada la división propuesta por Nielsen en 2006 sobre la actitud de la población en general: 90% de “mirones”, 9% de colaboradores “esporádicos” y solo un 1% de participantes regularmente activos. Las cifras no deben ser muy distintas del posicionamiento de la población respecto a la política, hoy tan influenciada por dichas redes. Apliquémoslo al abismo existente entre la cima política, las Cortes, y la gran masa de gente, muchos de los cuales no podríamos calificar ni tan solo de “mirones”. Hay un debate intenso sobre un tema relevante, los Presupuestos por ejemplo. ¿Cuánta gente cambia de canal si se retransmite el debate? El esfuerzo de la derecha por hacerlo aburrido y aborrecible es manifiesto. Por algo será. Ahondemos un poco más: Las distintas propuestas son analizadas por los medios: ¿Qué tipología de gente lee lo publicado en infoLibre, por citar uno? Afirmaría que “los convencidos”, aquellos que tienen ya un posicionamiento previo, que el artículo en cuestión enriquece; una pequeña parte del 1%. Respecto a “los esporádicos”, difícilmente pasan del titular, y menos aún se esfuerzan en un análisis que ponga en cuestión sus premisas. ¿Y del 90%, o más, restante? Ha quedado patente que son campo abonado para la siembra de los Trump, Bolsonaro y tantos otros líderes de la derecha, cuyo ejemplo se va extendiendo por el mundo más profunda y rápidamente de lo que percibimos, gracias a que van venciendo también en la desactivación del espíritu crítico de gran parte de la ciudadanía.

Max Aub dijo respecto a la película Sierra de Teruel, pero que es aplicable al conjunto de lo que, para entendernos, llamamos izquierda: "Tal vez se halle en estas viejas y humildes imágenes el recuerdo de la figura que mi generación buscó desesperadamente; el puerto de la libertad por el camino siempre áspero de la justicia". El puerto se mantiene inalterable; quizá busquemos aún el camino, pero ¿aumenta o disminuye la cantidad de andarines? Si en el siglo XX estábamos en la lucha, luego pasamos a las trincheras y, al paso que vamos y al que va la derecha, pronto nos cobijaremos en las catacumbas.

Lo lamento, no tengo la solución, pero sí un montón de preguntas. Por ejemplo: ¿Cómo puedo lograr que mi vecina del tercero se sienta parte del colectivo esquilmado por la derecha (¡que lo es!), tome libre conciencia y actúe en consecuencia?.

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Antoni Cisteró es sociólogo y escritor. También es miembro de la Sociedad de Amigos de infoLibre

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