Plaza Pública

Acoso y derribo

El líder de Vox, Santiago Abascal, durante la segunda sesión del debate de moción de censura presentada por el partido ultraderechista que lidera, este jueves en el Congreso.

Antoni Cisteró

Alguien ha acuñado la frase “confrontación inteligente", mientras que otros, muchos, demasiados, se limitan con ahínco a practicar el primer vocablo, en una constante y cínica tarea de erosionar no solo a un partido político sino a las instituciones en las que interviene. ¿Qué representa para el ciudadano de a pie el exabrupto constante reinante en las Cortes o el Parlament, o en la relación entre ambas instancias? Es fácil dejarse deslizar por la pendiente del “todos son iguales" o la del “no nos representan", hasta caer en manos del populismo zafio tipo Trump, Bolsonaro o Johnson. Y una vez en su regazo, adormecido por los mantras habituales, dejar de plantearse las diferencias y las representaciones.

¿He dicho “inteligente"? ¿Qué pasa en Cataluña? ¿Es inteligente azuzar la desobediencia por parte de alguien que en el ejercicio de sus funciones necesitará de la obediencia a las leyes que dicte? ¿Lo es mantener la agonía de un gobierno partido en dos, a la espera de que se construya un partido a medida del paladín de la destrucción? ¿Con qué propósito se degrada la judicatura, saturándola de cualquier basura encontrada al azar, hasta llegar a un desbordamiento digno de sus centros de salud? El virus se está extendiendo al resto de la nación.

A la presencia de políticos de tal nivel se añade la desazón, y el miedo, que gran parte de la población experimenta ante la mayor crisis vivida desde la II Guerra Mundial. Todo ello facilita la labor de zapa, siempre que no se tengan escrúpulos frente a los efectos sociales y políticos que se producen. ¿A qué se debe su constante caca, pipi, culo, venga o no a cuento? ¿Es inteligente?

Inteligente es, según la RAE, alguien dotado de inteligencia, que en sus dos primeras acepciones consiste en la capacidad de entender o comprender (supuestamente al “otro”) y también la capacidad de resolver problemas. Es una cualidad de la persona, que en mayor o menor grado todo el mundo tiene. Pero si pensamos en la sociedad, y para los políticos tendría que ser un deber, por encima de tal capacidad está la pregunta: ¿Para qué? ¿En qué se aplica? Pues, que es más “inteligente”: empujar la rueda, o ponerle palos para que se pare; intentar comprender al otro, con la asunción de que quizá alguno de sus argumentos nos convenza, o demonizarlo hasta la caricatura más cruel.

El resultado es pernicioso, incluso para los seguidores acérrimos de los líderes de la confrontación. Todo el mundo pierde, hasta el punto de que, llevado al extremo donde poco queda ya por damnificar, se busca únicamente una salida, si no airosa, al menos confortable, para el causante de tanto daño. ¿Aguantarían la mirada de los dependientes, de los sanitarios, de los familiares de los muertos por falta de asistencia pública, los Rajoy, Mas y sus caricaturescas copias?

Supongo que en todas partes cuecen habas, pero en nuestro país, la práctica del acoso y derribo, de desprestigio de las instituciones que mantienen, con sus deficiencias y logros, el entramado social, es un deporte que practica un sector no desdeñable (o sí) de los aspirantes a la gloria política. Un amplio sector, aplaudido por sus semejantes, pero desde luego no todo el ámbito político.

El gran intelectual que fue don Manuel Azaña, presidente de una II República merecedora de mejor destino, dijo: “Mi temor más fuerte no es que la República se hunda, sino que se envilezca. La gente ha visto los recios ataques contra la República que he sabido dominar, pero no de su acción para impedir el envilecimiento. ¿Estoy obligado a acomodarme con la zafiedad, con la politiquería, con las ruines intenciones de las gentes que conciben el presente y el porvenir de España según les dicta el interés personal y la preparación de caciques o la ambición de serlo?" (1)

Casi un siglo después, la cosa sigue igual, si no peor. La fuerza del lerrouxismo, a quien principalmente iban dirigidas estas palabras, queda en un juego de niños frente al poder mediático, económico y de zapa de los actuales partidarios del “cuanto peor, mejor”. Afirma el autor del libro de la cita, Josep Contreras, que dicha política destructiva no solo había provocado el retraso socioeconómico, sino que puso de manifiesto el distanciamiento entre la clase política y el ciudadano.

Porque en el fondo, este poco importa. De los restos de la carnicería, los carroñeros siempre sacarán tajada. El desprestigio no solo no les preocupa, sino que les ayuda en sus propósitos. Un contemporáneo de don Manuel, el ínclito José Mª Gil Robles, dijo: “Hay que ir al Estado nuevo y para ello se imponen deberes y sacrificios. ¡Qué importa si nos cuesta hasta derramar sangre!... Necesitamos el poder íntegro y eso es lo que pedimos… Para realizar este ideal no vamos a detenernos en formas arcaicas. La democracia no es para nosotros un fin, sino un medio para ir a la conquista de un Estado nuevo. Llegado el momento, el Parlamento se somete o le hacemos desaparecer". (2)

No, no todos son iguales, como no lo eran don Manuel Azaña y el señor Gil Robles. Pero no nos engañemos, ellos van a lo suyo. Con tal práctica no se desprestigian ante los suyos, al contrario, aunque para ellos lo importante no es el prestigio sino el poder: la capacidad de seguir privatizando, adoctrinando y esquilmando, como han hecho cada vez que han accedido a gestionar la nación, y son muchas.

  (1) Contreras, Josep. (2008) 'Azaña y Cataluña'. Barcelona, Edhasa. Página 191.

(2) Discurso pronunciado en el Cine Monumental de Madrid, el 15 de octubre de 1933, publicado el día 17 en 'El Debate'.

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Antoni Cisteró es sociólogo y escritor. También es miembro de la Sociedad de Amigos de infoLibre

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