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¿Y tú me lo preguntas? Populista eres tú

José Antonio Martín Pallín

Abróchense los cinturones de seguridad que vienen las elecciones. Mucho antes de su convocatoria, la palabra populismo se manejaba en el ámbito de la política de bajo vuelo de la democracia española, como un vocablo despectivo para estigmatizar y despreciar a aquellos que proponen o hacen propuestas políticas, en mi opinión razonables, tajantemente rechazadas por los que asumen las consignas de los que manejan los sectores del poder económico. Sin mayores precisiones y argumentos, las consideran utópicas o irrealizables.

Cuando un político pierde su capacidad de análisis, para confrontar propuestas sociales y económicas muy concretas y elaboradas, por otros partidos políticos o sectores sociales y no sabe cómo utilizar las ricas posibilidades de nuestro idioma, para hacerle ver su discordancia, acude a la descalificación estereotipada, que se envuelve en el ropaje inerte de la palabra populismo. Es obligado reconocer que esta burda e insostenible argumentación, ha calado en grandes sectores de la población que se acomodan dócilmente y aceptan, sin mayores objeciones, la inviabilidad de la propuesta y la descalificación del que la propone.

El concepto de populismo en el mundo de la política ha sido analizado por los politólogos pero creo que no existe un acuerdo unánime en considerarlo como una categoría uniforme que permita identificarlo, de manera segura, como una forma o estilo de hacer política. Si acudimos a los diccionarios al uso, nos encontramos con una definición que está lejos de cualquier propuesta demagógica o carente de racionalidad política. Se considera como término político que se usa para designar a la corriente ideológica que sostiene la reivindicación del rol del Estado como defensor de los intereses de la generalidad de una población a través del estatismo, el intervencionismo y la seguridad social con el fin de lograr la justicia social y el Estado de bienestar.

No parece que esta acepción sea, en sí misma, rechazable por insensata, pero inmediatamente vendrán los "liberales" para anatematizarla con el burdo argumento de que se trata de una trampa ideológica, para llevar a la población a una forma de dictadura, de la que se aprovecha el Estado de forma sibilina, para conseguir la entrega de las libertades individuales a cambio de la justicia social y el bienestar.

Precisamente habría que recordarles que el concepto clásico del liberalismo, que surge en los siglos XVII y XVIII, nace como un movimiento contrario al poder absoluto o intervención del monarca o el Estado en asuntos civiles, y opuestas a los privilegios legales que detentaban los aristócratas, el clero oficial y los gremios, con el objetivo de que el individuo pueda desarrollar sus capacidades individuales y su libertad en el ámbito político, religioso y económico. Creo que los que se autodenominan liberales deben adaptar a los tiempos actuales las teorías que dieron origen a esa corriente. La limitación del poder del Estado y la potenciación del mantra de la fuerza reguladora y estabilizadora, de las leyes del mercado, se les ha ido de las manos. Sus propuestas son cada vez más inasumibles por las sociedades modernas aglutinadas en los núcleos urbanos. El liberalismo y su correlativo económico, el capitalismo, han demostrado su incapacidad para garantizar plenamente las libertades y para conseguir una efectiva y equitativa distribución de la riqueza que sea capaz de procurar un mínimo de bienestar. Es cierto que el Estado ha perdido y me parece positivo, gran parte de su poder de controlar al individuo pero su sustituto, el mercado, solo ha sido capaz de generar desigualdad e injusticia en contradicción con las indiscutibles proclamas, incorporadas a todas las Constituciones democrática, que incorporan a su ideario la Declaración de los Derechos Humanos que considera que todos los seres humanos nacen libres e iguales en derechos.

Pienso que ha llegado el momento de recapitular los conceptos anclados en el pasado y actualizarlos a las nuevas realidades y relaciones que surgen de una sociedad tecnológica, intensamente interrelacionada, que lejos de diseminar y distribuir la riqueza que generan los nuevos ingenios, han conseguido concentrar el poder en manos de gigantes en forma de grandes corporaciones, que tratan de seducir a los ciudadanos haciéndoles ver la posibilidad de llegar a figurar en su accionariado y con un poco de suerte, en la lista Forbes. Es imprescindible hacer este ejercicio intelectual para no caer en la banalidad de los que usan el populismo como antídoto frente a las justas reclamaciones de una gran mayoría de ciudadanos.

Los movimientos sociales de rechazo a los comportamientos del mundo financiero y del capitalismo desbocado, tienen unos objetivos y unas pretensiones cuya racionalidad y justicia difícilmente pueden ser rebatidas. Han nacido y están surgiendo en todos los países, movimientos de masas, como las de los indignados, los chalecos amarillos o la más reciente y sugestiva protesta de los jóvenes que reclaman urgentemente medidas para hacer frente al cambio climático que pone en peligro, no sólo su bienestar sino su propia supervivencia.

Es el momento de dejar los clichés al uso y de enfrentarse a estas propuestas y peticiones concretas. El presidente de la República francesa Macron, que se presenta como un regenerador de la democracia, sin apearse de ciertos tics económico-liberales, ha reaccionado de forma tajante ante una encuesta realizada, a través de las redes de Internet, sobre las propuestas y las cuestiones que interesan realmente a los franceses. La ha promovido un diario inequívocamente conservador, Le Figaró, y confirma la realidad de los temores e insatisfacciones de los franceses. En su mayoría, quieren referenciar las pensiones a la inflación, bajar el IVA a ciertos productos, subir el salario mínimo, además de otras peticiones que están en la mente y en las preocupaciones de muchos ciudadanos. Como era de esperar las respuestas son múltiples pero, como es lógico, casi todo cuesta dinero. Aparecen otras propuestas más baratas, como reducir el número de parlamentarios o restablecer el impuesto del patrimonio, a lo que el presidente francés se opone tajantemente.

Las excusas tradicionales para rechazar estas lógicas propuestas de aquellas personas que se sienten abandonadas por el sistema ya no tienen cabida ni explicación racional en las políticas del futuro. Economistas de incuestionable prestigio, vituperados por los sectores reaccionarios como izquierdistas, al carecer de argumentos para contestar a sus propuestas, ignoran los análisis de personas como Paul Kugman que nos recuerda, en un reciente artículo, que las perturbaciones tecnológicas no son un fenómeno nuevo pero advierten de que si los robots estuviesen de verdad sustituyendo masivamente a los trabajadores sería de esperar que la cantidad de cosas producidas por cada trabajador restante, dispararía la productividad laboral. Los robots no son los causantes de los salarios bajos, no son unos monstruos aniquiladores de las posibilidades de beneficiarse de sus rendimientos o de participar de alguna manera en el mundo del trabajo y advierte a los progresistas que no deberían caer en un fatalismo simplón y resignarse ante lo que consideran tan inevitable como un fenómeno atmosférico.

Este mensaje de resignación y pesimismo está contribuyendo, de una manera alarmantemente peligrosa, al desprestigio y descalificación del papel de los partidos políticos y de los sindicatos. Se cuestiona su capacidad para mejorar la vida de los ciudadanos a los que solicitan el voto. O se hace frente, sin complejos, a estos dogmas del neocapitalismo o estamos abocados a que fuerzas políticas que sustituyen las soluciones por signos, emblemas y mensajes vociferantes, arrastren de manera preocupante a los perjudicados por el sistema. Ya lo estamos viviendo en estos momentos en nuestro país. Ya veremos hasta donde llega su efectiva fuerza en las próximas elecciones. La tendencia a creer en soluciones mágicas, menos impuestos y más gasto social, no se va a ver reflejada exclusivamente en los votos que reciba el nuevo partido Vox, sino también en la aceptación de mensajes simplistas que proceden de sectores de una derecha que nunca ha sabido acomodarse a la cultura democrática y que ahora se refugia en la letra de una Constitución que sólo utilizan en una parte infinitesimal, prescindiendo y olvidando los derechos civiles y políticos, económicos, sociales y culturales.

Así que ya lo sabe el amable lector que ha tenido la paciencia de seguirme hasta este punto. Si usted reclama un salario mínimo más elevado, una mayor protección social de las pensiones, una mejor y más justa regulación de los impuestos, haciéndolos progresivos según la capacidad económica del contribuyente o pretende simplemente amar a su país de forma menos bullanguera y de pandereta, sabe a lo que se expone. Si ante estas propuestas su interlocutor le espeta a la cara que es usted un populista, ya sabe el significado de esta palabra, lo tiene usted enfrente. ________________

                                                                                                                                                                                   

José Antonio Martín Pallín es magistrado emérito del Tribunal Supremo, comisionado de la Comisión Internacional de Juristas (Ginebra) y abogado de Lifeabogados.

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