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Agresión sexual en los Premios Feroz: ¿será ahora cuando prenda la llama del #MeToo?

Javier Pérez Santana, de 55 años de edad, productor del largometraje 'Mi vacío y yo', tras su detención.

Patricia Godino

Del “también a mí me follaron gratis” con el que María Jiménez despachó en 2017 su opinión sobre el #Metoo a la denuncia interpuesta este domingo por la mañana por una actriz que relató ante la Policía Nacional presuntas agresiones sexuales en la fiesta posterior a la gala de los Premios Feroz celebrada en Zaragoza radica uno de los cambios sociales más importantes que ha vivido España en los últimos tiempos: asumir que no cabe justificación posible para que un tipo te manosee sin permiso. Dicho al modo normativo, dejar de normalizar el acoso y el abuso a las mujeres.

El consentimiento, no en vano, es el corazón de la ley del sólo sí, cuya modificación con el objetivo de subir la pena a los agresores sexuales ha vuelto a tensar la relación entre PSOE y Unidas Podemos en el gobierno de coalición.

Tocamientos sin aquiescencia, como se está investigando ahora que podría haber realizado el productor Javier Pérez Santana, en libertad con cargos desde el pasado domingo forman parte del día a día de muchas mujeres (¡pregunten, pregunten en su entorno!). Pero en el mundo del espectáculo el silencio, la complicidad o la subestimación de los hechos se ha interpretado como peajes necesarios para una carrera cuyo camino es incierto, volátil y a menudo caprichoso.

Puede que el punto de inflexión sea esta denuncia. O no. Pero lo cierto es que se llega tarde a la identificación, denuncia y visibilización de estas prácticas en el sector artístico con la excepción del trabajo que ya ha empezado a hacer Cataluña.

La Academia del Cine Catalán puso en marcha en mayo de 2022, con el apoyo del Ayuntamiento de Barcelona, un departamento de atención y prevención de los abusos en el sector audiovisual y de las artes escénicas, un servicio de estas características pionero en España pero también único en el contexto de las academias europeas.

El objetivo, según la institución, es trabajar la atención jurídica y psicológica, la prevención con un protocolo de buenas praxis y la recogida de datos con un observatorio de las violencias machistas en el contexto laboral y formativo del audiovisual y las artes escénicas con el fin de analizar los límites entre el consentimiento y el abuso. En Cataluña, el sector aún trabaja por asimilar el relato de las víctimas de Antonio Gómez, el director y profesor del Aula de Teatro de Lleida, cuyos delitos han prescrito, pero no en la memoria de sus alumnas.

Las víctimas de ‘El techo amarillo’ en los Gaudi, una premonición

“Caureu tots” (Caeréis todos), clamaron las protagonistas de El techo amarillo, de Isabel Coixet, al recoger el Premio Gaudí al mejor documental por una extraordinaria labor de investigación y denuncia de los abusos sexuales cometidos a más de 20 alumnas, entre 2001 2008, y denunciado en 2018. El grito levantó a un patio de butacas emocionado por el testimonio de unas treintañeras que eran adolescentes cuando el profesor confundía, a propósito y desde su ascendencia, la atención a las alumnas con visitas nocturnas a sus cuartos en los viajes, o los ejercicios de expresión corporal con tocamientos y masajes fuera de lugar.

También en el relato que ha hecho a la Policía Nacional la denunciante de los Feroz, la actitud de Pérez Santana estaba fuera de lugar por completo –sobeos, forzamientos–, pero no se sobrepasó sólo con ella, ni fue el único agresor de la fiesta.

Según varias informaciones, a la denuncia de la intérprete –cuya identidad ha sido moneda común en todos los medios, obviando por completo la protección de la víctima- se le suma el de otro hombre, que también habría sido agredido. Su nombre, por el contrario, no ha trascendido hasta la fecha. De la actriz sabemos hoy toda clase de detalles sobre su vida pública e íntima y su imagen ha ocupado minutos y minutos de televisión.

Impunidad y silencio, constantes en la industria

Desde 2017, ha habido un goteo incesante de nombres contra Harvey Weinstein, el depredador sexual que montó un emporio desde la atalaya de hombre intocable en Hollywood. La cascada de testimonios de estrellas rutilantes como Angelina Jolie o Gwyneth Paltrow derivó en un movimiento planetario, el #MeToo, por cuyas acusaciones el productor cumple, desde 2020, condena de 23 años de cárcel y aún tendrá que sentarse nuevamente en el banquillo para esclarecer más denuncias.

Aunque el mensaje del #MeToo caló y el feminismo ha crecido en los últimos años aupado, en parte, en este movimiento, el cuestionamiento a la veracidad del relato de las víctimas fue una constante en la plaza pública de las redes sociales y la prensa sensacionalista.

Aquella complejísima tarea de investigación que llevaron a cabo las reporteras Megan Twohey y Jodi Kantor para The New York Times, plasmado a posteriori en un libro, ha sido llevada al cine por la directora Maria Schrader. “Se necesita un coraje extraordinario para enfrentarse a un hombre como Harvey Weinstein”, ha confesado Carey Mulligan, que da vida a una de las periodistas en la ficción, consciente de que muchas compañeras guardaron silencio por miedo a señalarse en una carrera que vive de redes de contactos, influencias y favores.

El peso de Javier Pérez Santana en la industria audiovisual española no es ni remotamente comparable al poder que llegó a acumular el agresor estadounidense y aún queda por saberse si lo del sábado en los Feroz es un hecho aislado o un patrón en su trayectoria. Pero lo cierto es que, salvo las denuncias contra Plácido Domingo que se realizaron desde Estados Unidos y que apenas encontraron eco en el panorama operístico español, en nuestro país nunca hemos conocido los nombres de los Weinstein patrios. El de Pérez Santana es el primero que sale de manera automática a la palestra.

Marisol, la niña prodigio abusada que todos ignoraron

Desde nuestra perspectiva actual, el de Marisol, descubierta por Manuel Goyanes y casada con su hermano Carlos, es uno de los ejemplos paradigmáticos en los que la víctima habló (cuando pudo, cuando le dejaron, cuando se sintió capaz…) y todos callaron. En septiembre de 1976, ya con 31 años, aquella niña rubia candorosa, que nació pobre y el cine convirtió en estrella, apareció desnuda en la portada de Interviú en una sesión de fotos realizada seis años antes para cuya publicación, dijo entonces, no habría dado consentimiento.

La sociedad pacata que despertaba a la democracia se quedó impactada con las tetas de Marisol pero apenas se inmutó con el atroz relato de abusos que Pepa Flores hizo en las páginas interiores.  

“A los niños que formábamos el grupo Los Joselitos del cante nos contrató un empresario para que hiciéramos una gira por todo el país. Yo tenía ocho años y dormía en la misma cama que la querida del empresario, una tal Encarna, que me daba unas palizas de muerte, pero con saña y mala sangre. Me tenía ojeriza. En Lérida me dio tal paliza que me dejó el cuerpo como el de un nazareno. El empresario me invitó a comer en Gerona y me dijo que me levantara el vestido. Cuando me vio, pidió llamar a mi padre y me mandó para Málaga. Cómo tenía que estar yo que, cuando llegamos al corralón, mi abuela al verme se desmayó en la hamaca. Y otra cosa más quiero decirte. Cuando yo dormía con aquella tía, el empresario se acostaba con ella y hacían de todo. Así que cuando llegué a Madrid estaba ya más rascada que la estera de un baño”.

Ante la callada por respuesta con que el mundo del espectáculo y la sociedad en general recibió aquellas confesiones, la actriz hizo lo mismo: guardar silencio.

Biografías no autorizadas, reportajes con fuentes más o menos cercanas e incluso una serie de entrevistas que la protagonista de Tómbola habría concedido a Francisco Umbral, y que nunca vieron la luz, terminan de componer un fresco de pedofilia monstruosa por en el que incluso desfilan por un chalet del Viso en Madrid altos dirigentes del Régimen.

Nunca dio nombres. El silencio público ha sido su manera de estar en el mundo desde los 80. La Academia del Cine, que el próximo 11 de febrero entrega sus premios en Sevilla, le concedió el Goya de Honor en 2020, en una gala celebrada en su Málaga natal, pero a la que no acudió. En su lugar, mandó a sus tres hijas. “Nuestra madre tomó la firme decisión de apartarse de los focos para siempre. Querida mamá, desde ese lugar en calma que has conseguido y tanto te ha costado, esta profesión te entrega este premio”, celebró su hija mayor, la actriz María Esteve.

Verdades veladas, crónicas sin nombres ni apellidos

En la crónica periodística española, el acoso a las actrices, vedettes y figuras destacadas ha sido un relato cotilla, ajeno a la pedagogía que hoy se trata de abrir camino, de verdades veladas, la mayoría de las veces narrado por personas interpuestas pero a los que rara vez se les identifica con nombres y apellidos.

Tan sólo muy recientemente ha habido relatos públicos en primera persona de tocamientos, encerronas, intimidaciones y forcejeos que arrojan luz sobre los manejos de la industria.

Por ejemplo, al calor del caso Weinsten, en octubre de 2017, Leticia Dolera denunció en una carta abierta, titulada El escándalo machista vestido de normalidad, los abusos que ha sufrido en su carrera. El primero de ellos fue con 18 años, en una fiesta de fin de rodaje, cuando un productor le tocó una teta ante la mirada cómplice de varios adultos que le doblaban la edad.

También en marzo de 2022, durante el programa Salvados que reunió al equipo de Belle Epoque a los 30 años de su estreno, Maribel Verdú describió algunas situaciones incómodas y certificó que siguen siendo habituales en la actualidad. La niña que ha crecido a la par que los éxitos del cine español sufrió un caso de intento de abuso siendo menor que fue denunciado por sus padres. Ya de mayor, contó a Jordi Évole durante el programa, ha vivido situaciones en las que ha tenido que pedir, incluso, ayuda a compañeros de rodaje. “De esas he vivido muchas  (…) Fernando [Trueba], tú todo esto lo sabes porque lo has ido viviendo conmigo”.

No hace falta ir muy lejos para encontrar a día de hoy el momento preciso en que uno ve pero no interpreta. ¿Falta educación sexual para distinguir un pesado de un agresor? Según Bob Pop, uno de los invitados a los Feroz, rotundamente sí, a decir de la confesión, ya viralizada, que ha hecho a los micrófonos de la Ser. "Yo estaba hablando con gente y él vino como tres veces a intentar comerme la boca sin mi permiso mientras yo le esquivaba como podía pero ¿sabes qué pasa? yo en ningún momento pensé que eso se podía denunciar. Pensé, bueno, pues me ha tocado mi cuota de borracho baboso que te toca en todas las fiestas y te aguantas".

Hay otro ejemplo de esa mirada ciega, falta de educación, permisiva o incluso ingenua. Bibiana Fernández ha relatado en el plató de El programa de Ana Rosa que coincidió con la denunciante en el tren de vuelta. “La vi compungida porque venía de la comisaria. Yo le pregunté y ella me dijo 'fíjate, un tío en la discoteca me metió mano, me ha tocado las tetas' o algo por el estilo. En el barullo de aquel vagó no percibí la gravedad. Una vez que ya he visto los informativos, entiendo perfectamente que una mujer que va a una discoteca a pasárselo bien con compañeros, si alguien viene y te toca las tetas lo normal es que vayas y denuncies. Lo bueno es que el protocolo funciona, la policía se personó rápido en la discoteca”.

“A mí también me follaron gratis”. Esa fue la respuesta que se llevó la reportera cuando, alcalchofa en mano, buscó testar la opinión de María Jiménez sobre el #MeToo. “Había que haberlo denunciado antes pero ya ha pasado el tiempo, ya ha caducado", añadió la fiera que hace casi 50 años cantó por escenarios de todo el mundo Se acabó, el himno entre los himnos de la mujer empoderada.

Pues eso. Ya toca. 

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