El clima guerracivilista en el que Ayuso se recrea y ningún historiador serio ve ni de lejos

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

España, el siglo XX en color, de la radiotelevisión pública con la productora Minoría Absoluta, es todo un viaje a través de la Segunda República y la dictadura. Desde los años treinta a los setenta, esta serie documental recorre cuatro décadas de historia con el ojo más puesto en la sociedad que en la clase dirigente. Y lo hace con un potente archivo de imágenes procedentes de la Radio Televisión Española, el No-Do o la Filmoteca sobre las que se apoya el relato. La producción pinta una vida siempre asociada al blanco y negro. Un camino inverso al que siguen en la actualidad algunos discursos, que en el siglo del color tratan de teñir de tonos oscuros la vida política. A veces, estableciendo comparaciones imposibles con el pasado. Y sólo hay que echar un vistazo a este o cualquier otro documental para darse cuenta de ello.

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, es una de las dirigentes de la derecha abonadas a este tipo de maniobras. Y esta semana dio buena cuenta de ello. En un encuentro informativo en la capital, la líder del Ejecutivo regional no tuvo reparo alguno en asegurar que España está viviendo una situación similar "a la deriva totalitaria de la Segunda República, que desembocó en la discordia y en la Guerra Civil". Instalada en la hipérbole permanente, la baronesa conservadora daba de esta manera un paso más en la estrategia de deslegitimación del Gobierno de Pedro Sánchez, con la que tanto el PP –da igual el de Pablo Casado que el de Alberto Núñez Feijóo– como la ultraderecha de Vox llevan martilleando desde hace un par de años.

Los historiadores rechazan paralelismo alguno. "Si se omite el contexto, uno se puede retrotraer si quiere a Grecia y quedarse tan pancho. Pero eso no es serio. Y, en este caso, yo no entiendo dónde ve ella las semejanzas con lo que sucedió hace más de noventa años", sostiene al otro lado del teléfono Xosé Manoel Núñez Seixas, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Santiago de Compostela, quien anticipa que detrás de dicho discurso se encuentra el intento de trasladar a la "izquierda" la responsabilidad del golpe de Estado. Coincide con él Gutmaro Gómez Bravo, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid. O el historiador Ángel Viñas: "Comparar los años treinta con la actualidad es una auténtica carcajada".

Una desigualdad brutal con "confrontaciones sociales sangrantes"

La primera gran diferencia entre periodos se encuentra en el clima económico. Cuando cayó la monarquía de Alfonso XIII y llegó la Segunda República, España era un país roto, con grandes diferencias económicas y sociales entre clases, con una desigualdad brutal. "El impacto de la crisis de 1929 provoca un incremento del desempleo, que afecta mayoritariamente a quienes trabajan en el campo", explica Gómez Bravo, también director del Grupo de Investigación Complutense de la Guerra Civil y del Franquismo (Gigefra). En algunas provincias de las zonas rurales del sur, como Jaén o Badajoz, el porcentaje de paro superaba en un 50% la media nacional. "Y por aquel entonces no existía el colchón social que hay ahora, lo que alimentaba las posiciones más radicales", completa Núñez Seixas.

Con estos mimbres, recuerdan los historiadores, había un clima de gran conflictividad social. "Entonces, la lucha de clases era virulenta, las confrontaciones sociales eran hirientes, sangrantes, desbordantes. Había una enorme crispación social", resume Viñas. En 1931, en la localidad extremeña de Castilblanco, una multitud de campesinos en huelga linchó a cuatro guardias civiles. Cinco días después, en Arnedo (La Rioja), los disparos del Instituto Armado acabaron con la vida de más de una decena de huelguistas. Y un año más tarde, en Casas Viejas (Cádiz), los enfrentamientos con las fuerzas del orden dejan siete campesinos y un guardia de asalto muertos. Entre medias, la Sanjurjada, el fallido intento de golpe de Estado liderado por el general José Sanjurjo contra la Segunda República.

Ahora, como apunta Viñas, "la conflictividad social es infinitamente menor". Y tampoco es comparable, sostiene Seixas, el nivel de crispación política. "En los años treinta –sostiene Gómez Bravo– se empleaba la violencia, a izquierda y derecha, en los proyectos políticos, que es algo que ya no sucede". El diario de sesiones de aquella época recoge situaciones que hoy resultan impensables. Por ejemplo, la exhibición de armas en el Congreso de los Diputados. "Es exacto, señor presidente, que ha salido a la luz alguna pistola, por lo menos la mía; pero, desde luego (hago esta confesión, en la que no hay jactancia, sino, en todo caso, arrepentimiento), he sacado la pistola después de haber visto frente a mí otra ya fuera del bolsillo", se explicaba en un Pleno de julio de 1934 el socialista Indalecio Prieto.

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"Es cierto que ahora mismo hay un clima de polarización, pero no hay milicias armadas por las calles pegando tiros", trata de diferenciar Seixas. Algunos historiadores como Eduardo González Calleja, autor de la obra Cifras cruentas. Las víctimas morales de la violencia sociopolítica en la Segunda República Española, han llegado a contabilizar algo más de dos millares y medio de muertos en las calles en los poco más de cinco años que duró este periodo histórico. Casi seis de cada diez las produjeron las fuerzas del Estado, lo que quiere decir que la República no actuó con tibieza ante los conflictos. Y la mayoría de víctimas de las que el historiador pudo conocer la adscripción política, dejando a un lado las relativas a la revolución de Asturias de 1934, pertenecían a la izquierda.

Una grado de garantía democrática superior

Tampoco la calidad democrática de entonces es equiparable a la de ahora. "El grado de garantía democrática de las leyes en la actualidad es superior al que existía en la Segunda República", apunta el catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Santiago de Compostela. Sin olvidar los avances en materia social o educativa, Seixas pone el acento en otras normas más cuestionables. Por ejemplo, la Ley de Defensa de la República Española, que en su primer artículo consideraba "actos de agresión a la República" la "difusión de noticias que puedan quebrantar el crédito o perturbar la paz o el orden público" o la "apología del régimen monárquico o de las personas en que se pretenda vincular su representación, y el uso de emblemas, insignias o distintivos alusivos a uno u otras". "Ahora tú puedes colgar de tu balcón la bandera que te dé la gana siempre que no suponga una incitación al odio", resalta Seixas.

En cuanto a la limpieza electoral, los historiadores resaltan también que no hay equiparación posible. Entonces, el caciquismo estaba a la orden del día, lo que condicionaba la vida política, sobre todo a nivel municipal. Viñas, no obstante, explica que este era un problema que se arrastraba de épocas pasadas y que no se pudo resolver a tiempo. "La monarquía alfonsina no era demasiado democrática. Se trataba, más bien, de un régimen dominado por las oligarquías que se autorenovaba con un sistema electoral corrompido. La República no tuvo tiempo de hacer una reforma en profundidad de dicha ley electoral, que era similar al que había durante la monarquía. Pero aquello no tenía nada que ver con lo que hay en la actualidad, un sistema perfectamente homologable al del resto de países", apunta Viñas.

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