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ENTREVISTA

Clara Ramas: "Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo"

Imagen de la escritora y filósofa Clara Ramas.

Poco queda de los apelativos que acompañaron a Clara Ramas (Madrid, 1986) durante buena parte de su vida pública. La escritora ocupó un asiento en la Asamblea de Madrid entre los años 2019 y 2021 por Más Madrid, donde se configuró como una de las principales voces del errejonismo, cuando corrientes como aquella aún no estaban obsoletas y todavía llenaban titulares. Lejos de la actividad parlamentaria, hoy la filósofa investiga, escribe e imparte clases en la Universidad Complutense de Madrid.

Acaba de publicar El tiempo perdido (Arpa, 2024) –infoLibre adelantó un capítulo del libro aquí–, un ensayo donde advierte de la pandemia de melancolía que avanza entre quienes añoran tiempos pasados para apuntalar, en realidad, modelos reaccionarios. Los melancólicos no están lejos: se mueven entre nosotros, alertan sobre la ideología de género y repiten como un mantra que cualquier tiempo pasado fue mejor. Algunos vociferan desde las instituciones e incluso convocan cumbres ultras en Madrid.

Dice que la humanidad siempre ha convivido con una sensación de pérdida respecto al pasado, pero afirma que hemos entrado en el siglo de la melancolía. ¿Por qué?

La explicación a eso tiene que ver con el capitalismo. Siempre ha habido una sensación de búsqueda, pero en la situación actual este capitalismo avanzado, global, tan acelerado, financiarizado, ha generado un tipo de disfunción en las relaciones sociales que ha precipitado de una manera mucho más fuerte esta reacción melancólica. Pasó también en el siglo anterior, en estos momentos de crisis capitalista, crisis de acumulación y de valorización, la única alternativa era o socialismo o fascismo, y de alguna manera vemos reeditada esta tensión: soluciones autoritarias que buscan un refugio en estas construcciones míticas del pasado para aliviar todo eso que el capitalismo ya ha destruido. Entonces se mira hacia atrás buscando una idea de comunidad, familia, valores religiosos y morales que traten de paliar esa situación de desorientación y aceleración que produce el propio capitalismo. Eso es a lo que yo llamo la nueva reacción melancólica, que trata de encontrar en esas construcciones del pasado un nuevo asidero con el que salvarnos de este mundo acelerado capitalista.

Sitúa en la misma posición de nostálgicos a una serie de elementos muy dispares: el feminismo transexcluyente, socialdemócratas, conservadores, estalinistas e incluso antivacunas. ¿Qué tienen en común?

Estamos ante un paisaje muy paradójico porque las nuevas identidades políticas ya no se pueden enmarcar en el eje clásico izquierda-derecha y tenemos esos sujetos que yo llamo híbridos o centauros, con patas que pertenecen a un lado y a otro. Esa división clásica ya no se sostiene. Aunque hay algunos que se exponen más a lo que tradicionalmente era a la derecha o la izquierda, en todos ellos veo este elemento común: ante la sensación de incertidumbre y falta de suelo que tenemos, hay que buscar algo que hemos perdido, que una vez tuvimos y que era una especie de identidad sólida sin fisuras.

Por ejemplo, el feminismo transexcluyente trata de aferrar la idea de identidad en unos criterios absolutamente fijos, dados, supuestamente naturales y biológicos que no se hacen cargo de la pluralidad con la que se construyen muchas identidades y muchos cuerpos. Otro ejemplo es toda esta izquierda melancólica que sólo es capaz de mirar a esos grandes momentos de supuesto triunfo del siglo XX. Está bien mirar a las luchas antiguas para inspirarse, pero me da la sensación de que lo que estos melancólicos admiran de otros momentos como la Unión Soviética o la Segunda República española, no es tanto lo que tenían de diferente, novedoso, rompedor o incluso de promesa inacabada que nosotros podemos proseguir, sino lo que tenían en común con el resto de sociedades de los años treinta: una identidad nacional fuerte, organizaciones verticales, ortodoxia en el arte… pero no miran, por ejemplo, los avances en la emancipación de las mujeres o los derechos LGTB.

Entonces no es tanto el hecho de mirar hacia el pasado sino de cómo se mira. 

Intento defender también que hay otra manera de mirar al pasado. Claro que el ser humano necesita construir su relato hilvanando el pasado con el presente y con el futuro, pero no me interesa una mirada que se queda con el pasado tal y como fue para tratar de resolver las angustias del presente. En todo caso me interesan las tareas que todavía están por resolver o que no se pudieron resolver en ese momento, sabiendo que ahora contamos con herramientas nuevas que en ese momento ni siquiera estaban sobre la mesa. Siempre pongo el mismo ejemplo: nuestros padres tenían acceso a la vivienda, pero mi abuela no era libre de decidir que quería hacer con su vida en muchos sentidos. ¿Por qué tiene que ser contradictorio? ¿Por qué hay que elegir entre el acceso a la vivienda y que mi abuela pueda ser astrofísica?

Necesitamos horizontes de redistribución y liberación de tiempo

¿Echamos de menos un bienestar que nunca ha existido?

Hay malestares del presente que quizás en algún aspecto pudieron estar resueltos en otros momentos y eso hay que tomarlo como ímpetu para luchas del futuro, teniendo en cuenta que muchas de las tensiones o problemas actuales, como la crisis climática o la crisis de acumulación capitalista, no se van a resolver con soluciones del siglo XIX o de los años cincuenta del capitalismo del bienestar keynesiano. Necesitamos propuestas mucho más ambiciosas que tienen que ver con un crecimiento sostenible, con reducir la jornada laboral o con horizontes de renta básica que antes no se planteaban. Esa proyección de una edad dorada absolutamente sin fisuras, creo que es poco amable o justa con los sufrimientos y las tensiones que esas mismas generaciones pasadas tenían y que quizás no pudieron expresar.

Hay datos objetivos para poder afirmar que las cosas tampoco ahora están bien para muchos estratos de la sociedad.

Sí. Mi propia generación se politizó con el 15M, con esta sensación de pérdida: nos han quitado la casa, el trabajo, el futuro, no tenemos nada y no tenemos nada que perder tampoco. Todo lo que sea coger las ausencias del presente y enfocarlo a una lucha futura, sin miedo para ser más ambiciosos, me parece bien. Compartiría el lema de 'vivimos peor que nuestros padres' pero a condición de que eso también signifique 'tenemos que mejorar lo que tenían nuestros padres'. La clave no está en repetir lo que ya había, sino en dar respuestas nuevas y mucho más ambiciosas. Claro que hay indicadores terribles respecto al paro juvenil, vivienda, salud mental, pero entonces exige una mirada más ambiciosa y más imaginativa que no vamos a encontrar en forma de receta mirando al pasado.

¿La izquierda no ha sabido tomar esa desafección y reconducirla hacia la construcción de un proyecto transformador?

Sí. Desgraciadamente el marco en el que todos estamos desde los años ochenta es el realismo capitalista: no hay otra opción que no sea el capitalismo, es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Ahí la izquierda tiene que aventurarse y ser ambiciosa. ¿Qué hace la derecha con eso? De alguna manera lo acepta y lo asume, porque evidentemente el capitalismo es el marco que ella no quiere cambiar y dentro de eso introduce esta especie de pastiche o de performance, se disfraza de identidades arcaicas, que ya no son sostenibles dentro del propio capitalismo, pero que funcionan un poco como reclamo mítico.

Hablo por ejemplo de estas modas que ahora ensalzan las tradwives en las redes sociales, que supuestamente presentan roles tradicionales femeninos, pero pasados por un marco ultracapitalista y ultrasexualizado. Mi abuela en los fogones no era una tradwive. Es falso, es un pastiche, pero a ellos les sirve para hacer un poco habitable esta época de incertidumbre. La izquierda lo tiene más difícil en la medida en que tiene que desarrollar imaginarios y propuestas políticas contra el capitalismo. La respuesta a las nuevas derechas es decir que el combate contra el malestar y la búsqueda de posibles relaciones comunitarias más amables es imposible en el capitalismo. En el capitalismo no puedes tener tiempo libre, estás obligado a vender tu fuerza de trabajo y a ir en metro y dedicar doce horas al día a reproducirte para tener un salario para vivir. ¿Cuándo vas a hacer burpees? Hay que coger el núcleo de verdad de estas visiones melancólicas, pero tratar de oponerlas al propio capitalismo y decir que eso es inviable dentro del capitalismo, necesitamos horizontes de redistribución y liberación de tiempo.

Hay quien diría que la tentación de mirar al pasado buscando modelos mejores también es consecuencia de que sí hubo una izquierda, nacida al calor del 15M, que prometió futuros mejores y que fracasó.

Sí, pero esa también es la riqueza: ese pasado que no terminó de ocurrir nunca –Mark Fisher lo cuenta con la idea de fantasma en la peli de El Resplandor: esa especie de de presencia espectral de lo que pudo ser y no terminó de ser–, lo bueno es que todavía lo tenemos disponible. Claro que tenemos que seguir tirando de eso que estuvo a punto de pasar y no pasó, pero como inspiración para el futuro. Porque además, cuando ese 15M estalló o cuando empezó Podemos, no valió ninguna receta del pasado. El primer Podemos tuvo éxito precisamente porque se desprendió de todos los códigos heredados de una izquierda que ya tenía un lugar muy asignado en la sociedad, un tipo de público segmentado y un lugar parlamentario. Podemos tuvo la audacia de decir: vamos a hablar de otra manera. Esa novedad hay que reinventarla. Podemos la reinventó y de alguna manera ha quedado subsumido. Ahora estamos en un marco de volver a ese viejo bipartidismo, entonces hay que coger la herencia del primer Podemos o del 15M y volver a inventar una manera de salir de ese marco establecido. Y para eso tenemos que inventar una solución nueva.

La lucha contra el malestar es imposible en el capitalismo

Una encuesta reciente del CIS mostraba cómo un porcentaje de la población cree que "se ha llegado tan lejos en la promoción de la igualdad de las mujeres". ¿Forma parte esta reacción machista de la melancolía que describe?

Que el feminismo ha ido demasiado lejos es una cosa que se ha pronunciado literalmente desde el minuto uno en el que hubo feminismo. Olympe de Gouges escribió su manifiesto en 1791 pidiendo el derecho al voto y los derechos políticos también para las mujeres, e inmediatamente todo el mundo dijo: demasiado feminismo. El feminismo siempre subvierte el orden existente y siempre genera reacción. Ahora estamos viviendo una reacción fuerte, porque también el avance en los últimos años ha sido grande. La cuestión del género es un núcleo identitario muy fuerte y que para muchas personas, especialmente para muchos hombres, puede suponer una amenaza a lo que ellos sienten que es su lugar en el mundo.

El problema es que en lugar de volcar ese sufrimiento o ese dolor, que también tiene que ver con un modelo que les impone cargas muy fuertes y que deja a muchos hombres en situaciones socioeconómicas vulnerables, en lugar de volver esa rabia contra ese modelo, vuelven la rabia contra las mujeres que ellos consideran que no se amoldan a ese ideal tradicional de rol de género femenino. Que las mujeres estén acumulando poder económico, saliendo a la calle o teniendo poder social, para ellos es una amenaza. Tenemos que ver qué hacemos con esa rabia, porque está ocurriendo en hombres muy jóvenes y son un pilar de apoyo a estas nuevas fuerzas de la neorreacción, que se apoyan claramente en ese malestar masculino. Ahí nosotros tenemos que dar una respuesta.

Algunas voces critican que el feminismo no ha sabido interpelar a los hombres.

Creo que es un trabajo que los hombres tienen que hacer por sí solos. Las mujeres han hablado, hemos dicho lo que necesitábamos, pero cada sujeto también tiene que tomar la voz que le corresponde, igual que en un determinado momento el movimiento LGTB dijo que sus demandas no estaban suficientemente representadas en un feminismo demasiado estrecho, burgués, blanco o heteronormativo. De la misma manera los hombres que sufren con las relaciones tradicionales de género tienen también que alzar la voz y pedir activamente otras maneras de pensar y construir la masculinidad. Yo creo que sí hemos avanzado bastante en estos últimos años, esta conversación está ya teniendo lugar. Los hombres están absolutamente desorientados, están en este momento difícil de que ya no les vale el modelo anterior de machote tradicional, pero tampoco acaban de encajar en una especie de hombre nuevo completamente deconstruido. A veces, algunas propuestas del feminismo de deconstruirlo todo y hacer una identidad absolutamente nueva tampoco funcionan. ¿Cómo encontrar un camino intermedio? Por suerte cada vez más hombres están diciendo que es algo que ellos tienen que buscar y también reinventar sus propios mitos.

¿Qué fuerzas o líderes políticos representan a estos melancólicos?

Los hay por todas partes. En España Vox, aunque ha tenido ambivalencias, se ha quedado finalmente en esta versión melancólica más tradicionalista y con unos imaginarios absolutamente carcas. Han dejado de lado todo lo que podía tener que ver con un impulso más más social o más de movimiento popular, que sí que estuvo presente en un cierto fascismo, ellos están optando por un modelo de fuerza conservadora tradicional española, neoliberal y rentista en lo económico, muy católica y conservadora en lo moral. Ese sería un tipo de melancólico tradicional. Luego un líder como Javier Milei, en cambio, representa esta fusión posmoderna entre elementos conservadores tradicionales respecto, por ejemplo, al aborto o la familia, pero también una visión hipermoderna, anarcocapitalista y de absoluta desregulación. Eso sería una versión diferente. Y por último, en varios lugares de Europa está surgiendo esta especie de izquierda conservadora que parte de un marco tradicional de izquierda basado en demandas sociales y un discurso dirigido a las clases trabajadoras, unido con valores más conservadores en temas de inmigración e incluso familia. Ahí el discurso es otro, porque la envoltura sobre todo es de defensa de los derechos sociales y de límites al capital. Son tres ideas distintas, con ingredientes diferentes, pero incluso aunque sean contradictorios entre sí están coordinados. Hay una internacional reaccionaria, como antes había una Internacional Comunista organizada, con un objetivo y unos principios comunes. Ahora la internacional no es de izquierdas, ahora es reaccionaria y llevan así ya casi una década. Esto es algo que tenemos que comprender.

La cuestión del género es un núcleo identitario muy fuerte que para muchos hombres puede suponer una amenaza

En el libro propone, independientemente de la hoja de ruta política, una receta creativa para los melancólicos.

Al final todos los escritores o creadores, todos los artistas, escriben para volver a casa. Yo abogo por la búsqueda estética y literaria, por recordar nuestros momentos de infancia o lo que echamos de menos, lo que ya no vamos a tener nunca, pero sabiendo que para crear eso hay que reinventar y reescribirlo todo. Al final estos melancólicos generalmente no escriben tan bien, así que si quieres explicar la inmensidad que te produce pertenecer a una patria, pues escríbelo, pero escríbelo bien por lo menos.

¿Siente melancolía por su actividad política en las instituciones?

Todos tenemos tentaciones melancólicas, yo también, uno escribe también contra sus propios fantasmas. No tengo melancolía porque estoy muy agradecida a esa etapa que además fue algo bastante inesperado en mi vida, que vino de repente y fue muy frenético. Pero no tengo resentimiento respecto de mi presente, también estoy feliz ahora en la universidad. Sobre todo, la posibilidad de estar en la política para mí siempre va a ser un horizonte. No sé ahora a corto plazo pero quizás en algún momento.

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