La ciencia aprendió mucho, los gobiernos algo, ¿y nosotros? Hace cuatro años un virus cambió nuestra vida

Personal sanitario de la Fundación Jiménez Díaz saluda como muestra de agradecimiento a los aplausos de los ciudadanos, durante la cuarta semana de confinamiento, en Madrid.

26 de febrero de 2020. La Generalitat de Cataluña confirma el primer caso de infección por un virus cuyo nombre, entonces, sonaba aparatoso. Pero que hoy se dice y escribe con facilidad. Y de seguido. SARS-CoV-2. Casi un mes antes, el 31 de enero, el Centro Nacional de Microbiología, dependiente del Instituto de Salud Carlos III, confirmaba el primer caso en España. Concretamente, en La Gomera. Entonces se podía prever muy poco, si no nada, de lo que podría llegar a pasar. La respuesta tuvo que ser rápida, y la forma de prever y luchar contra un virus hasta entonces desconocido se tuvo que ir aprendiendo sobre la marcha. Ensayo, error. Han pasado ya cuatro años de aquello. Y en este tiempo, ¿hemos conseguido aprender las lecciones que nos dejó la pandemia?

La respuesta depende, sobre todo, del ámbito en el que hagamos la pregunta. Porque hay varios frentes. Ciencia, instituciones y ciudadanos tuvieron que adaptarse, más pronto que tarde, a una situación completamente nueva para la que España "no estaba lo suficientemente preparada". Lo señalaron los expertos independientes que el pasado mes de diciembre hicieron pública su auditoría sobre el covid-19, un extenso documento de casi 160 páginas en el que justificaban esa afirmación con varias razones.

Ni había reservas estratégicas de material —no había mascarillas, guantes, EPIs—, ni sistemas de información y alerta temprana, ni recursos diagnósticos. Por eso en la respuesta hubo "contradicciones" y "fallos de coordinación". Además, el marco legal bajo el que se ampararon varias medidas "tampoco fue suficiente". Y alertan de que puede volver a ocurrir. Es más, señalan que hay que "interiorizar" que una nueva pandemia de virus respiratorios de alta gravedad "no sólo es posible, sino probable, a corto o medio plazo".

La investigadora científica del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Margarita del Val, también lo cree. "Cada vez es más probable que haya brotes o epidemias con potencial de crear una pandemia", advierte. Fundamentalmente, por dos motivos: hay una alta concentración de personas en determinados entornos urbanos y una gran movilidad internacional. "Entramos en contacto con muchas personas distintas, y eso es una amenaza para pandemias", explica. Considera que estamos "más preparados" que antes de la llegada del covid-19, pero todo dependerá de la virulencia con la que aparezca esa nueva amenaza.

Pero en todo caso, ¿en qué sentido estamos "más preparados"? ¿Aprendimos? ¿Debimos haber ido más allá estos cuatro años?

La ciencia, a toda velocidad

Hagamos un ejercicio de memoria. Hace meses que no oímos el nombre de otros dos virus que, en su día, ocuparon numerosos titulares. El Mpox —quizás más conocido como "viruela del mono— y el Virus del Nilo Occidental. Este último entró a formar parte de nuestro vocabulario en verano de 2020; el primero, algo más tarde. Ninguno de los dos ha desaparecido. El último informe de situación del Mpox publicado por el Instituto de Salud Carlos III el pasado mes de diciembre cifraba en 7.684 los contagios producidos en tan sólo una semana. Y en toda España. A su vez, un documento publicado por el Ministerio de Sanidad el pasado mes de noviembre certificaba que "España presenta en la actualidad una situación endémica de la enfermedad" de la Fiebre del Nilo Occidental porque se reúnen "unas condiciones favorables para el mantenimiento y la circulación del virus" que lo provoca.

Sin embargo, no ha habido alertas por uno u otro caso. Y eso es porque no han llegado a ser graves: la ciencia ha actuado contra ellos en base a lo aprendido durante la pandemia de covid. "El Mpox existe a nivel mundial, pero gracias a la responsabilidad y la sensatez de los más vulnerables, a las vacunas y a los antivirales se ha quedado en algo que sólo está presente", señala Del Val. El Virus del Nilo, por su parte, se frenó "con investigación, analizando la secuencia del virus, viendo cómo se contagiaba". "Estos brotes no se han convertido en epidemias, así que sí, hemos avanzado a la hora de investigar", celebra la viróloga.

Coinciden con ella otros expertos. Es el caso, por ejemplo, del exdirector de Sistemas de Salud de la OMS y exconsejero de Sanidad del Gobierno vasco, Rafael Bengoa, que destaca, por ejemplo, la misión que han puesto en marcha la Coalición para las Innovaciones en Preparaciones para Epidemias (CEPI) y la OMS. "Su proyecto consiste en prepararnos a nivel mundial para el peor escenario pandémico posible, y eso lo que consigue es crear una sensación de seguridad", explica. Es, de algún modo, adelantarse a esa próxima pandemia que, dice la ciencia, no sólo es posible sino probable. "La ciencia ha aprendido mucho, porque continúa trabajando", afirma.

Otro ejemplo en este sentido es Inglaterra. Su agencia de evaluación de riesgos, señala el experto, sitúa una nueva pandemia en el mismo nivel de amenaza que un ataque de ciberseguridad. "Señalan que en los próximos cinco años hay entre un 5% y un 25% de posibilidades de sufrir una de estas dos cosas", dice Bengoa.

"Desde el punto de vista científico, haber tenido esta situación ha servido para tener claves sobre este tipo de virus", celebra por su parte el ex director general de Sanidad José Martínez Olmos. Todos los avances, comenta también, son tierra abonada para que la próxima crisis no tenga el mismo impacto. Y aquí apunta también a las vacunas. "La tecnología ha avanzado mucho para conseguir inmunización efectiva", dice.

Y también hay ejemplos desde la ciencia que son aplicables, precisamente, al virus Mpox. O a la bronquilitis en niños. "Está siendo espectacular, de un éxito brutal", celebra Del Val. "Ahora hay muchas más vacunas en el mercado. La crisis sanitaria aceleró la investigación y producción de algunas en las que, hasta entonces, se trabaja a un ritmo muy bajo", añade.

Las administraciones, a media velocidad

En cualquier caso, la ciencia no avanza sin la ayuda de las administraciones. En el sentido económico y en muchos otros. Y en este terreno, coinciden en señalar los expertos, también se ha aprendido de los errores, aunque no al ritmo deseable. Como señalaba Bengoa, el caso inglés es ejemplo. Pero en la otra cara de la moneda, lamenta, España no está ofreciendo a sus ciudadanos esa "sensación de seguridad". "Que en España se consiguiera elaborar un plan de preparación pandémica lograría sugerir que hay alguien trabajando y ofrecería a la población esa sensación de seguridad que se está perdiendo", dice. "Los gobernantes no deben olvidar lo que nos pasó", insiste.

Y apunta a una diana muy concreta: la sanidad pública. "Que no es lo mismo que la salud pública, conviene recordarlo", dice. En este mismo sentido también se pronunció la auditoría sobre el impacto del covid, en la que los expertos independientes señalaron que parte de los errores en la respuesta a la pandemia se debió a problemas preexistentes en el sistema sanitario, entre los que destacan "la distancia entre la salud pública y los niveles asistenciales, las deficiencias en los sistemas de vigilancia epidemiológica, unos recursos humanos estructuralmente infradimensionados para la actividad cotidiana de los servicios de salud pública, y la ausencia de un adecuado sistema de información a nivel nacional".

"Se demostró que el Sistema Nacional de Salud no tiene una capacidad compensatoria en crisis. Es decir, desde la sanidad se consigue hacer más o menos lo que se demanda en el día a día, pero cuando hay una crisis de las características del covid no tiene medios para reaccionar", continúa el exidrector de Sistemas de Salud de la OMS. Se vio y se continúa igual. En este terreno, en cuatro años no ha existido ningún avance, diagnostica.

Sí ha ocurrido en el ámbito de la salud pública. Y el mejor ejemplo de ello ha sido la aprobación, el pasado 30 de enero, de la Agencia Estatal de Salud Pública, "que buscará afrontar los riesgos y amenazas para la salud de los ciudadanos y mejorar la equidad en este ámbito", según informó Moncloa. La tarea llevaba pendiente desde 2011, cuando el Ministerio en el que entonces Martínez Olmos era director general aprobó la Ley de Salud Pública. "En ese momento ya preveíamos la necesidad de un centro como este, pero no se movió nada hasta 2019 y ahora las cosas siguen yendo muy lentas. Disponer de esto es fundamental", incide.

Y apunta también a la auditoría. "Ahí hay muchas medidas que habría que desarrollar para ir en la buena dirección", señala. ¿Cuáles son? Los expertos proponen, por ejemplo, aplicar "de forma inteligente" el principio de precaución para evitar, o al menos retrasar, que la enfermedad atraviese las fronteras españolas. "En general, cuanto antes se intervenga, mejor", recalcan. En este caso, llaman a detectar precozmente la aparición de casos de enfermedad, para intentar controlar su expansión. Además, piden que las primeras decisiones se tomen por un comité de gestión de la crisis sanitaria asesorado por un comité científico-técnico ad hoc. Y también afirman que es "necesario fomentar un clima de entendimiento que permita compatibilizar la transparencia con la protección de los equipos asesores frente a la presión social excesiva y el vapuleo mediático".

Y, además de la Agencia de Salud Pública, reclaman un plan de Respuesta ante Emergencias Sanitarias y un Plan General de Reservas Estratégicas. Para Martínez Olmos esto último también es relevante. "Es imposible estar preparado para una pandemia, pero lo que sí se puede hacer es tener material. Respiradores, mascarillas, guantes...", destaca.

La población, al ralentí

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Hay, además, una tercera pata en esta historia: la población. Del mismo modo que Bengoa señalaba la importancia de que las instituciones no olviden lo ocurrido y aprendan de ello, el experto considera que el plano individual es el que menos ha aprendido. "Es casi normal", considera no obstante. Se denominó, de hecho, fatiga pandémica. Y se vio reflejado, por ejemplo, en la tasa de vacunación de la temporada pasada de otoño e invierno. En ese momento, todos los expertos apuntaban a que la explosión de los virus respiratorios tenía mucho que ver con la bajada en las tasas de inmunización, principalmente de los propios profesionales sanitarios. "Eso al final influye en la forma que tienen los ciudadanos de percibir el riesgo y la necesidad de vacunarse", lamenta Martínez Olmos.

Pero ya no sólo eso. La prevención mediante instrumentos como la mascarilla, a su juicio, también se ha perdido. Y recuerda en este sentido las críticas que recibió el Ministerio de Sanidad cuando decidió volver a hacer obligatorio su uso en centros sanitarios. Vinieron, sobre todo, de las comunidades del PP, que hablaban como en el caso de Andalucía de una "imposición", una medida aplicada sin haber contado con las comunidades. Pero era necesaria, señala el ex secretario general de Sanidad. Y va más allá. "Usarla es una evidencia, y debería haber quedado para siempre esa idea".

Del Val también coincide. "Todavía no hemos aprendido que hay que usar la mascarilla cuando hay síntomas. Y cuando somos vulnerables. Y cuando vamos a estar con personas que lo son", dice. Sobre todo porque, sostiene, "el aire de la mayor parte de los interiores no es respirable". ¿En qué han quedado las medidas de ventilación cruzada? Según dice la experta, en muy poco. Si no en nada. "La ciencia aprendió que los virus respiratorios se transmiten por aerosoles, pero hemos olvidado la importancia de la calidad del aire", lamenta. Y celebra por ello que se recupere esa idea mediante la aprobación de una norma que estipula la cantidad de CO2 que puede estar en el aire para que este sea considerado sano. "Es voluntaria, pero es un gran paso para saber cómo de respirable es el ambiente en el que estamos", dice la investigadora del CSIC.

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