Crisis del coronavirus

Distintos estudios evidencian una relación directa entre renta familiar y el impacto del coronavirus

Varias personas esperan para hacerse la prueba de PCR ante un centro de salud de Villaverde.

Miércoles, 18 de marzo. Cuatro días después de la declaración del estado de alarma, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, comparece en el Congreso de los Diputados para abordar la enorme tormenta sanitaria que se cierne sobre el país como consecuencia de la expansión descontrolada del coronavirus. Con semblante serio, el líder del Ejecutivo toma la palabra ante la atenta mirada de poco más de una veintena de parlamentarios. Y desde la tribuna de oradores comienza su intervención lanzando un mensaje de unidad en uno de los momentos más complicados de la historia reciente de España. “El virus no distingue entre ideologías, ni clases, ni territorios, nos está golpeando a todos, a nuestros padres, a nuestros abuelos, a nuestros seres queridos”, sostiene. Sin embargo, la experiencia acumulada durante estos últimos cinco meses ha puesto en evidencia que el impacto de la pandemia es mayor en aquellas zonas más deprimidas. Una relación casi perfecta entre renta baja e incidencia que se desprende ya de varios estudios y que los expertos atribuyen, sobre todo, a las malas condiciones laborales y habitacionales presentes en estos distritos.

La vinculación evidente entre ingresos y salud no es nueva. Ya en la década de los sesenta, el médico especialista en infecciones Abraham Horwitz apuntaba en esta dirección al señalar que “la incultura y la pobreza” eran “las principales causas de enfermedad”. Es el vicioso Círculo de Horwitz: la población enferma porque es pobre y se vuelve más pobre porque enferma. Esta relación entre los niveles de renta y el impacto de enfermedades lleva años siendo una realidad en el caso, por ejemplo, de la tuberculosis o el sida. Pero, ¿ocurre también con el coronavirus? Esa fue la pregunta que se hicieron los investigadores del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (Inim) y el IDIAP Jordi Gol. Y para darle respuesta, analizaron casi nueve millares de casos confirmados por PCR entre el 26 de febrero y el 19 de abril, en plena oleada de contagios, en los diferentes distritos de Barcelona. Los resultados, publicados a comienzos de agosto en la revista Journal of Public Health, no dejaron lugar a dudas. “En esa oleada, la incidencia fue mayor en las zonas más trabajadoras”, explica en conversación con infoLibre la doctora María Grau, investigadora principal.

La incidencia más alta durante esas semanas en la Ciudad Condal se registró en la zona norte del municipio. En concreto, en los distritos de Nou Barris y Horta Guinardó. En el primero, donde los últimos datos del INE sitúan la renta media por hogar en poco más de 28.000 euros, se registraron 1.440 casos, una tasa de 75,48 positivos por cada 10.000 habitantes. En el segundo, donde está en unos 33.163 euros, el número de contagios fue de 1.400 –70,39 por cada 10.000 habitantes–. En el extremo contrario, las zonas más ricas. En Sarrià-Sant Gervasi –renta media superior a los 65.000 euros– y en Les Corts –renta media por encima de los 52.000 euros–, la tasa fue de 28,94 y 34,94 casos por cada 10.000 habitantes. Es decir, que la incidencia en Nou Barris duplicó la de Sarrià. “Además, había un orden claro. A medida que bajaba la renta se incrementaba progresivamente el impacto del coronavirus”, detalla Grau. Las únicas excepciones fueron Sant Andreu y Ciutat Vella. La explicación podría estar, según apunta la doctora, en el alto porcentaje de jóvenes o la fuerte presencia de extranjeros o no residentes.

Esta relación todavía se sigue apreciando a día de hoy en pleno repunte de los casos. A modo de ejemplo, la ciudad de Madrid. Según los últimos datos facilitados por la Consejería de Sanidad, los peores datos se concentran en cuatro distritos concretos: Usera, Carabanchel, Puente de Vallecas y Villaverde. En el primero, la tasa de incidencia acumulada de casos activos de las últimas dos semanas es de 342, mientras que en los otros tres supera la cifra de 230 –en Villaverde llega a ser, a fecha 25 de agosto, de 278–. Estas cuatro zonas son, justamente, las que según el Instituto Nacional de Estadística presentan los niveles más bajos de renta media por hogar. En Usera, por ejemplo, es de poco más de 26.000 euros, mientras que en Puente de Vallecas, Villaverde y Carabanchel se mueve entre los 25.500 y los 28.700 euros. Es la mitad de lo que ingresan las casas de media en los distritos de Chamartín, Moncloa-Aravaca o Salamanca, los más ricos de la capital. En ninguno de ellos, donde la renta se mueve entre los 57.700 euros y los casi 66.000 euros, la tasa de incidencia acumulada de casos activos supera la barrera del centenar.

Dicha tendencia no solo se ha registrado en suelo español. En Suecia, el país que prefirió nadar a contracorriente evitando la aplicación de un confinamiento, diversos estudios también han puesto en evidencia la estrecha relación entre renta e impacto del coronavirus. A finales de junio, el diario Expressen ya remarcaba las enormes diferencias existentes entre las áreas ricas y pobres tras analizar los datos de más de un centenar de códigos postales de Estocolmo. Una tesis que a comienzos de agosto se vio apuntalada con la publicación en la revista Infection Ecology & Epidemiology de los resultados de un estudio serológico realizado en el barrio de mayor nivel de renta de la capital –Norra Djurgårdsstaden– y en el de menores ingresos –Tensta–. En el primero se descubrió que habían desarrollado anticuerpos el 4% de los vecinos, más o menos en línea con la media nacional, situada en el 6%. En el segundo, sin embargo, lo había hecho el 30% de la población. A la variable socioeconómica también se le ha prestado mucha atención en Reino Unido, donde la primera oleada de coronavirus mató el doble en las zonas desfavorecidas del país.

Sin teletrabajo y con malas condiciones laborales

Pero, volviendo a España, ¿cuáles son los motivos que explican ese impacto mayor en las zonas más desfavorecidas? Para los expertos, una de las claves se encuentra en la precariedad laboral. “En los distritos con una renta menor, los vecinos tienen mayoritariamente empleos que no permiten el trabajo a distancia”, apunta Grau. Coincide con ella Javier Padilla, médico de familia con formación en el ámbito de la salud pública y autor junto a Pedro Gullón del libro Epidemiocracia. “El teletrabajo es un privilegio de clase”, sostiene. Y esto, tal y como recuerda, se puede ver con claridad en el Estudio sobre el impacto de la situación de confinamiento en la población de la ciudad de Madrid, elaborado por la Dirección General de Innovación y Estrategia Social del consistorio de la capital. El documento, construido en base a una encuesta, muestra la estrecha relación existente entre el nivel de ingresos y la posibilidad de trabajar en remoto. En aquellos casos en los que los ingresos previos a la crisis eran superiores a los 4.000 euros mensuales, más del 70% de los empleados pudieron desarrollar sus actividades desde casa. En la franja de entre 500 y 1.000 euros, esa cifra sólo fue del 13%.

La imposibilidad de teletrabajar obliga, por tanto, a los vecinos de estas zonas a desplazarse a los centros. Y, en buena parte de los casos, usando el transporte público. Eso, tal y como explica Padilla, no es a priori un problema. “Hay estudios que demuestran que cuando se toman las medidas adecuadas, como airear o una buena limpieza, la capacidad de contagio es baja. Se usa la mascarilla, se está durante un periodo corto de tiempo y no lleva aparejadas actividades potencialmente exhaladoras de virus”, apunta el médico de familia. De hecho, en los últimos meses se ha publicado algún estudio sobre los metros de París o Tokio en los que se afirma que en las instalaciones no se ha producido ni un solo broteestudio, si bien conviene recordar que es muy complicado detectar un caso de contagio generalizado en estos escenarios porque es difícil de rastrear. El riesgo, no obstante, está ahí. Y es mayor, como recuerda Padilla, cuando se producen masificaciones en los andenes, vagones o autobuses. “Eso se puede convertir en un problema”, desliza. Por ello, considera importante el incremento de las frecuencias, una de las quejas de los usuarios desde que se comenzó a transitar por la llamada nueva normalidad.

A esto se le añade, además, las “brutales” condiciones laborales en algunos de estos empleos, lo que según los expertos puede facilitar los contagios. La investigadora del Inim pone como ejemplo los brotes detectados en mataderos, donde trabaja “mucha gente en un ambiente cerrado”. O los positivos localizados entre temporeros. “Este es quizá el empleo más precario de todos. Están expuestos a diferentes ambientes, lo que puede incrementar el riesgo de contagio. Sin embargo, tienen que salir cada día a trabajar para ganar un sueldo con el que poder comer”, dice Grau. De hecho, la imperiosa necesidad de un salario para poder afrontar los gastos puede convertirse en un problema cuando el trabajador decide acudir a su puesto a pesar de tener síntomas por miedo a perder el empleo. Por eso, Padilla insiste en la importancia de “políticas públicas” fuertes. “No basta con decirles que tienen que hacer cuarentena, sino que hay que conseguir que sean capaces de hacerla. Ninguna persona tiene que encontrarse en la situación de tener que elegir entre la salud pública y su trabajo”, dice.

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Casas de 60 metros y hacinamiento

Los expertos también ponen el foco, además de en las laborales, en las condiciones habitacionales de muchas de las familias que residen en las zonas con las rentas más bajas. Desde que la crisis sanitaria empezó a golpear con fuerza, se vio cómo el ámbito intrafamiliar era uno de los focos de contagio habituales. De hecho, eso pudo observarse con total claridad durante el confinamiento, cuando se seguían registrando positivos a pesar del encierro. Por este motivo, se puso mucho énfasis en las medidas de aislamiento si se detectaba un caso en el domicilio. El encierro en la habitación, el uso sólo por parte del enfermo de un baño determinado y el contacto cero con el positivo eran algunas de las claves que se repetían en televisiones, periódicos y radios. El problema es que esta estrategia no es factible en todos los hogares. Muchos de ellos tampoco cuentan con las condiciones de ventilación idóneas. Y, por supuesto, es evidente que resulta infinitamente más sencillo evitar el contagio en Chamartín o Moncloa-Aravaca, donde el tamaño medio de las casas es de 100 y 117 metros cuadrados, respectivamente, que en Carabanchel o Puente de Vallecas, donde no llegan a los 70 metros.

Los expertos, además, recuerdan que muchos de esos espacios habitacionales están sobreocupados. “Familias viviendo en la misma habitación y compartiendo casa con otras”, recalca Grau. Una situación en algunos hogares de la capital que ya quedó reflejada en diciembre de 2018 en el Estudio sobre la gestión de la vivienda que elaboraron de forma conjunta la empresa municipal de la vivienda y el suelo y la Universidad Politécnica de Madrid. Este problema, de nuevo, es mucho más acuciante en aquellos distritos con las rentas más bajas. Así, en Puente de Vallecas el trabajo identificaba un 18,2% de hogares con un hacinamiento severo –menos de 10 metros cuadrados por persona– o moderado –de 10 a 15 metros cuadrados–, mientras que en Villaverde, Usera y Carabanchel esa cifra se situaba en el 17,7%, 16,2% y 15,5%, respectivamente. En Moncloa-Aravaca, Chamartín o Salamanca, apenas superaba el 7%.

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