Grupos de ultraderecha alentaron disturbios por la pandemia y Vox se erigió después en su voz en el Congreso

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La dificultad de la Policía para confirmar quién está tras las protestas que el puente de Todos los Santos acabaron en violentos disturbios no ha eclipsado un dato todavía rastreable en las redes sociales: que múltiples colectivos y activistas de clara adscripción ultraderechista alentaron las manifestaciones con lemas articulados en torno a un eje común. Y ese eje pivota sobre la crisis económica derivada de la pandemia y las restricciones de movimientos para combatir la propación de un virus cuya mortalidad sigue avanzando. 

Camuflado en numerosos casos bajo cuentas que no permiten identificar a quienes las pilotan, el movimiento ultra ha capitalizado así lo que expertos consultados por infoLibre consideran un hecho innegable: el malestar inoculado por el coronavirus en distintos sectores, temerosos de que decisiones como el cierre perimetral de sus comunidades o el toque de queda agraven su vulnerabilidad económica. Que, de forma adicional, sectores ultras ligados a movimientos que defienden el franquismo o incluso el nazismo se erijan en defensores de la libertad, todo ello se ha convertido en una de las grandes paradojas de la pandemia.

¿Aparecen esos grupúsculos conectados a Vox? El martes, el ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, habló en el Congreso de minorías violentas pero sin relacionarlas con ningún partido. "No hay ninguna pista que confirme -dijo-, es un amplio abanico de distintas personalidades, caracteres, gente no muy numerosa pero que sí obedece a distintos perfiles muy diferentes".

Pero un repaso a cuentas de Twitter o a canales en otras redes sociales de organizaciones extremistas y de pequeño tamaño como Democracia Nacional, Hacer Nación, Mascarillas Rojigualdas, Escuadra Viriato o Paseamos Juntos por España (“antes Movimiento Barrio Salamanca, nacido caceroladas Nuñez de Balboa-Madrid”, se lee en su cuenta de Twitter) muestra la huella de una estrategia destinada a fomentar las protestas que han derivado en violencia. Policías que conocen lo sucedido avisan de que al menos a determinadas concentraciones se sumaron jóvenes antisistema de extrema izquierda como los de la bancada de Bukaneros del Rayo Vallecano o del movimiento castellano-leonés Yesca. Pero el impulso -remarcan- partió del extremo contrario del péndulo: la extrema derecha. "En Sevilla –afirma otra fuente de la capital andaluza– apareció una cuenta en instagram que reclamaba un supuesto biri [sevillistas tradicionalmente asociados a la extrema izquierda] y que al parecer nadie conocía como tal mientras que sí hubo una participación clara de miembros de United Family, una escisión de los supporters", béticos cercanos a la ultraderecha. 

A diferencia de lo sucedido durante el primer estado de alarma, con manifestaciones como la de coches celebrada en primavera en Madrid, el partido que condensa el voto ultra, Vox, no ha convocado ahora las protestas. Pero se ha erigido por un lado en animador y portavoz de quienes en ellas han participado –“España en conflicto por un Gobierno criminal”, figura en tuits lanzados desde cuentas oficiales del partido en ciudades como Logroño y Burgos y luego borrados- mientras que en paralelo ha mantenido la posición contraria: la de culpar de los tumultos a radicales de ultraizquierda y, sobre todo, a los llamados menas (menores inmigrantes no acompañados, en su mayoría magrebíes), a quienes la formación ultraderechista señala como saqueadores de tiendas.

Vox ha hecho eso último, por ejemplo, con el vídeo ya viral que muestra en Barcelona un robo de bicicletas en un local de Decathlon. Y ha señalado a menas como autores de un supuesto –ni siquiera está claro que ocurriese– robo en una tienda de Logroño que distribuye prendas de Lacoste, como muestra el responsable de redes sociales de Podemos, Julián Macías, con un tuit del asesor madrileño de Vox Bertrand Ndongo: Twitter bloqueó su cuenta días atrás por difundir bulos racistas. El partido lleva días incidiendo en ese mensaje contra los inmigrantes pese a que, por ejemplo y según fuentes policiales, de los 33 detenidos en Madrid solo dos son menas. Y es el único partido que, frente a los restantes, no ha condenado los actos de violencia. No obstante, el PP buscó el martes colocar al partido de Abascal en un platillo de la balanza y al del vicepresidente de Pablo Iglesias en el otro: "Radicales de izquierda y de derecha –dijo Pablo Casado repartiendo culpas–, cachorros del bloque de la ruptura, han aprovechado para causar disturbios", dijo Casado. 

¿Surgieron las concentraciones de forma espontánea para de inmediato obtener el respaldo de marcas ultras como las enumeradas en la lista anterior? En tanto no concluya la investigación abierta por la Brigada de Información de la Policía Nacional nadie se aventura a ofrecer una respuesta taxativa.

¿Y participaron también en la convocatoria organizaciones o bloques de ultraizquierda como las reseñadas en el párrafo anterior? Ese persiste como uno de los interrogantes abiertos aunque expertos independientes consultados por infoLibre coinciden en que el fenómeno de los disturbios, máxime en los registrados en ciudades tradicionalmente alejadas del escenario de manifestaciones violentas, como Logroño, se solapan dos factores que no necesariamente surgen del mismo tronco: “Una cosa es quiénes participan en la protesta y otra, quiénes la convocan. Yo he estado buscando mucho, mucho, mucho y no he encontrado ningún grupo de ultraizquierda”. Así lo sostiene el analista independiente de redes sociales Marcelino Madrigal, convencido de que los negacionistas y los miembros del “lobby de terapias naturales, con claros intereses económicos y donde está el tal Pamies de la lejía y que nada tiene que ver con el mundo de las herboristerías” forman parte de un trípode cuya tercera pata es la ultraderecha.

Desde las filas de Podemos, Macías insiste en que los convocantes pertenecen a la misma esfera: “No hay ni una cuenta de izquierda que haya convocado las concentraciones, lo que no sé es si en ellas habrá alguien que sea de ultraizquierda”.

Con Marcelino Madrigal coinciden fuentes policiales que piden el anonimato y expertos como el periodista Xavier Rius: “Lo que quiere Vox es recoger la desesperación de la gente”, sostiene Rius introduciendo el nombre del partido que lidera Santiago Abascal. “Ocurrió -añade- con los chalecos amarillos en Francia: es el caos de donde sacan rédito”. El periodista remata con un diagnóstico inquietante: “Los fascismos crecen cuando la gente se siente abandonada”. 

“A la ultraderecha –señala en la misma línea un inspector de Policía– le viene muy bien que haya protestas porque aplica aquello de que cuanto peor mejor”. Y eso funciona -indica la misma fuente-, con independencia de que en las concentraciones origen de disturbios haya habido dueños de bares. O taxistas. O autónomos. O jóvenes en paro. La participación, señala otra fuente que también pide el anonimato, ha sido “un batiburrillo”, lo que acrecienta las dificultades para desbrozar la madeja que conduce a las convocatorias

Marcelino Madrigal tampoco descarta nada en cuanto al origen de las convocatorias. Pero se hace una pregunta que parece de perogrullo: “¿Tiene sentido que un canal pronazi haga una loa a una protesta de la ultraizquierda?” O una cuenta. Por ejemplo, el dirigente de Democracia Nacional Pablo Lucini llamó desde Twitter a acudir a las concentraciones de Barcelona, Valencia, Logroño y Zaragoza. ¿Confluyó con colectivos de ultraizquierda en ese llamamiento? Si es así, este periódico no ha logrado encontrar ni un dato que lo corrobore aunque es cierto que en las concentraciones de Bilbao, Barcelona y Madrid -ninguna de ellas alcanzó grandes dimensiones en cuanto a participación- participaron grupos de ultraizquierda. Y en casi todas hubo ultras vinculados al fútbol: pero en su inmensa mayoría de tinte ultraconservador, como el Frente Bokerón del Málaga.

El informático Marcelino Madrigal, que hace años movilizó en el Congreso a PP, PSOE e IU por una denuncia sobre la pornografía en las redes de Microsoft, no habla solo de Twitter. En su alusión expresa a lo movimientos ultras se refiere a canales como el que en Telegram mantiene, esvástica por delante, Unión del Nacional Socialismo.

En ese canal puede verse aún uno de los vídeos más difundidos por la ultraderecha: uno sobre la protesta en Gamonal y cuyo lema quedó también fijado en tuits de Vox que ya han desaparecido del mapa: “La España que no se deja pisar”.

Una serie recopilada por el equipo de redes sociales de Podemos, que sí señala directamente a Vox como impulsora de los disturbios, muestra los tuits que ya no existen:

¿Pero por qué los ultras, aun si se trata no de Vox sino de grupos residuales del universo de la extrema derecha, es capaz de movilizar, por ejemplo, a jóvenes de barrios obreros como Gamonal en Burgos o San Blas en Madrid? Al igual que otros sociólogos con los que intentó hablar este periódico, Belén Barreiro, expresidenta del CIS y ahora directora de la empresa demoscópica 40dB, rehúye analizar en profundidad los disturbios del pasado fin de semana porque faltan todavía datos.

Pero Barreiro pone el acento en un dato aún poco conocido: que Vox está subiendo en cuanto a expectativa de voto entre los ciudadanos que “más azotados” está siendo por las consecuencias económicas de la pandemia. Se está viendo en encuestas como el barómetro del CIS, relata Barreiro, que “crece el voto de Vox entre los parados, algo que no veíamos al comienzo de la pandemia”. Y son los jóvenes -remarca la socióloga- quienes por un lado figuran entre los más afectados por la crisis y quienes, de forma simultánea, se perciben a sí mismos como los menos sacudidos por las consecuencias sanitarias. Y esa ecuación les convierte en más proclives a comprar mensajes contra las restricciones de movimientos bajo el argumento de que ni la economía ni la libertad pueden aceptarlas.

Otro sociólogo, Luis Arroyo, marca distancias. “Los disturbios benefician a todos los antisistema, canalizan las inquietudes tanto de los punkies de izquierda como de los cabezas rapada”, ejemplifica. “Quien sale ganando es la ultraderecha, Vox; a Podemos, que está en el Gobierno, no le va bien en absoluto bien que haya disturbios”, incide desde el anonimato una fuente policial.

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En ese doble juego con que Vox exalta a los manifestantes y en paralelo acusa de lo sucedido a la ultraizquierda y los menas juega un papel relevante el tuit lanzado al comienzo de los disturbios por Ignacio Garriga, candidato de Vox a la Generalitat. “Los llaman negacionistas. Son trabajadores en el paro, padres sin nómina para alimentar a sus hijos, autónomos que no tienen trabajo y que hoy han vito su cuota aumentada. Españoles corrientes de Barcelona, hasta las narices de ser encarcelados y condenados a la miseria”. Todo eso escribió Garriga en Twitter y como antesala de un vídeo de jóvenes encapuchados derribando vallas policiales durante la protesta de Barcelona.

El tono y el contenido del tuit presenta a Vox como firme defensor de las clases trabajadoras en un momento en que acaba de conocerse la compra de un chalé de lujo con 736.000 euros de hipoteca por parte del líder de la formación ultraderechista, Santiago Abascal, cuyos ingresos económicos llevan una década dependiendo de los sucesivos cargos públicos que ocupó en el PP y ahora ostenta en Vox.

Lo que marcó la posición oficial de Vox fue precisamente un tuit de Abascal publicado el mismo 31 de octubre: "Haymás motivos que nunca para protestar contra este Gobierno que nos arruina. Pido a la policía que proteja el derecho demanifestación. Y que identifique a la extrema izquierda, los menas e infiltrados que están provocando disturbios y saqueos”.

La dificultad de la Policía para confirmar quién está tras las protestas que el puente de Todos los Santos acabaron en violentos disturbios no ha eclipsado un dato todavía rastreable en las redes sociales: que múltiples colectivos y activistas de clara adscripción ultraderechista alentaron las manifestaciones con lemas articulados en torno a un eje común. Y ese eje pivota sobre la crisis económica derivada de la pandemia y las restricciones de movimientos para combatir la propación de un virus cuya mortalidad sigue avanzando. 

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