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Papel higiénico con el covid y pasta en la guerra: por qué acaparamos solo algunos productos en caso de crisis

Varias personas compran aceite en un supermercado de Madrid, donde algunas estanterías permanecen vacías.

La historia ha vuelto a repetirse dos años después. Si en marzo de 2020 el peregrinaje a los supermercados consistía en una búsqueda desesperada de papel higiénico, ahora lo es de otros productos como el aceite, la pasta, las harinas o la leche. La crisis que ha supuesto la guerra en Ucrania, como lo hizo la que provocó la llegada del covid-19 a nuestras vidas, ha vuelto a modificar los hábitos de consumo, que se ven de nuevo influenciados por el contexto internacional. Porque ya no es solo la falta de suministro, sino también el aumento del consumo. ¿Por qué actuamos así? ¿Hay alguna explicación?

Los estantes vacíos de los supermercados, una imagen que lleva días repitiéndose, tienen, al menos, dos explicaciones lógicas —más allá de que los consumidores hayan hecho acopio de los productos. La primera es la guerra de Ucrania, que ha dificultado las importaciones de productos como el aceite de girasol. Según los datos del Observatorio de la Complejidad Económica, Ucrania fue el mayor exportador del mundo de este producto en 2019, seguido de Rusia. España, según el mismo informe, fue el quinto país que más aceite de este tipo importó. La ecuación, por tanto, es simple: quienes más aceite de girasol nos venden, protagonistas del conflicto, dejan sin el suficiente abastecimiento a nuestro país.

La segunda explicación es el paro del transporte que arrancó el pasado lunes 14 de marzo y que, por ahora, no tiene fecha para su final. Fue convocado por la Plataforma para la Defensa del Sector de Transporte de Mercancías por Carretera Nacional e Internacional y ya ha provocado que sectores como el lácteo paralicen su actividad. O que empresas como Azucarera hayan hecho lo propio en Jerez de la Frontera (Cádiz), la única fábrica de azúcar que opera todo el año en España. En este caso, el resultado también es simple: si el producto no llega a los supermercados, es difícil que estos llenen las estanterías.

Frente a esta situación, las asociaciones empresariales que representan la cadena de valor del gran consumo (ACES, AECOC, ANGED, ASEDAS y FIAB), ya han pedido al Gobierno su "colaboración urgente para poder garantizar el buen funcionamiento de la cadena de suministro", según un comunicado hecho público el miércoles. "La actuación cada vez más beligerante de los convocantes, con bloqueos en puertos, lonjas, mercados mayoristas y centros logísticos está empezando a ocasionar importantes problemas para las empresas del sector —falta de suministro en fábricas, dificultad para abastecer los puntos de venta...", añadieron las compañías.

El Ejecutivo, por su parte, aseguró este jueves que que el paro "minoritario" de transportistas responde a "un grupo de ultras que están intentando someter a este país a un chantaje sustituyendo la palabra por palos, clavos y piedras". La ministra de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, Raquel Sánchez, aseguró no obstante que no habrá desabastecimiento en los supermercados, aunque admitió que sí podría haber "algún problema" de stock.

Sin embargo, llama la atención que pocas horas después de que la industria láctea paralizase su actividad, los supermercados ya mostrasen las estanterías de leche prácticamente vacías. ¿Por qué se acabó tan rápido? ¿A qué se debe que la gente respondiera al anuncio haciendo acopio de este producto? Ana Isabel Jiménez, profesora de Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), explica a infoLibre que la reacción, aunque "no es racional, tiene algún sentido". "Ante una situación de miedo o incertidumbre por un posible desabastecimiento o incremento de precios, nos da por acumular. Pasó lo mismo cuando estalló el covid. Todos teníamos miedo a no poder salir o a sufrir falta de productos de primera necesidad", dice. Por eso en la pandemia la gente se interesó por el papel higiénico y ahora, por ejemplo, por productos no perecederos como la pasta o el aceite.

Es, añade la psicóloga Anna Romeu, "un pensamiento muy primario". "La comida hace sentir que nos estamos autoprotegiendo. Cuando nuestro cerebro percibe una alarma y que puede faltarnos algo, entramos en 'modo estrés', nuestro instinto trata de protegernos".

José Ortiz Gordo, psicólogo especialista en márketing, publicidad y consumo y director creativo de Rookie Soul, coincide con ella. "Este comportamiento es normal que se produzca en épocas de miedo o incertidumbre", asegura. En esas situaciones, muchos de nosotros necesitamos sentir que, a pesar de lo que ocurre, tenemos el "control". "Actuando así, percibimos que, a pesar de la incertidumbre, tenemos cierto control de lo que sucede. Pero esa sensación es falsa, claro", añade.

El bucle del efecto contagio

Una de las peores cosas del miedo, además, es que es contagioso. En este caso también. "El consumidor es muy irracional", prosigue Jiménez, "y cualquier rumor de que algo puede faltar, y más si se ve que la gente ya está actuando en consecuencia, se contagia". "Se trata del 'efecto urgencia'. Los consumidores empezamos a anticipar decisiones de compra de productos que no teníamos previstos porque vemos que faltan y pensamos: 'Se va a agotar", explica.

Ortiz Gordo lo denomina "efecto heurístico". "Es un juego de interpretar la realidad. Si de repente vemos que mucha gente compra un producto, ¿cómo van a estar todos equivocados?", explica. "Es imitación. Si en una crisis no sabemos muy bien qué hacer, seguimos lo que hacen los demás", añade Romeu.

Pero no todo es un proceso psicológico ni tampoco todo recae en el consumidor. Según el experto, el márketing también tiene un papel importante a la hora de conseguir que ciertos productos escaseen. Utilizan, dice, lo que se denomina hype. "Se trata de hacer que algo que en principio no tiene una trascendencia increíble, como el papel higiénico, se convierta en un producto que todo el mundo quiere acaparar". ¿Cómo se consigue? Según explica, haciendo que quien lo hace se sienta "afortunada", "especial" y "visionaria" por saber que ese producto "va a empezar a escasear". Puede hacerse de manera intencionada por parte de las compañías o, como está ocurriendo ahora, dice, a través de la comunicación. "La gente escucha que el aceite, por ejemplo, va a escasear. Va al supermercado y compra de más. Y lo cuenta", explica. El boca a boca hace el resto.

El yodo y un hipotético ataque nuclear

Esto último es lo que ha ocurrido, también a raíz de la guerra de Ucrania, con el yodo de las farmacias. Distintos medios de comunicación han publicado en los últimos días que, ante la posibilidad de que el presidente ruso, Vladimir Putin, eche mano de su arsenal nuclear, hay personas que ya han comenzado a interesarse por el yodo que se vende en las farmacias. "No sabemos qué fue antes: la noticia o la publicación de la noticia", confiesa Iván Espada, responsable del área de Información del medicamento del Consejo General de Farmacéuticos.

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El caso es que, dice, aunque no ha habido "ningún peregrinaje a las farmacias", sí que ha habido Colegios de farmacéuticos que han consultado al Consejo General después de que llegaran varias personas interesadas en comprar. El motivo es parecido al de quien intenta hacer acopio de aceite o pasta, dice Espada. El responsable es el miedo, pero es importante "mantener la calma" y no dejarse contagiar. "Es muy habitual que cuando ves a alguien correr por la calle, aunque no sepas qué pasa, tú también corras. Lo natural es seguir a la manada. Con esto ocurre lo mismo", dice.

Pero en este caso no tiene demasiado sentido. ¿Por qué? Hay dos tipos de yodo de venta en farmacias, explica. Uno requiere de receta para adquirirlo y es un tratamiento médico para, por ejemplo, personas con problemas de tiroides. El otro es un suplemento alimenticio y se destina a personas sanas. Este sí es de venta libre. Pero ninguno de los dos, continúa Espada, sirve para una hipotética emergencia nuclear. "Las pastillas que se venden en farmacia tienen de 0,1 a 0,3 miligramos de yodo, pero la dosis necesaria en caso de emergencia radiológica es de 130. Es decir, necesitaríamos tomar más de 1.000 pastillas para alcanzarla", explica.

En cualquier caso, todos los expertos consultados aseguran que este consumo —o como mínimo interés— en determinados productos durante épocas de crisis es efímero. "Suele ser una burbuja que explota rápidamente. Además, también influye que los consumidores estamos aprendiendo. ¿De qué ha servido guardar tantos rollos de papel higiénico? De absolutamente nada. Las personas que hicieron eso ya es complicado que vuelvan a repetir el comportamiento, porque ya han comprobado que nadie se hace rico especulando con papel higiénico...", sentencia.

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