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Terremoto político

La política se instala en el drama: la nueva sacudida al sistema agrava en España una inestabilidad sin final a la vista

Diputados en la Asamblea de Murcia.

No hay resuello. Un bombazo sucede a otro. La velocidad de los acontecimientos es tal que no hay tiempo para calibrar su gravedad. De una moción de censura –fallida– en Murcia a un vicepresidente saliendo del Gobierno para presentarse como candidato a unas elecciones adelantadas en Madrid. Un partido, Ciudadanos, que en el invierno de 2017-2018 aparecía en los sondeos como aspirante verosímil al liderazgo político en España, se desmembra. El secretario general del PP, Teodoro García Egea, realiza un público llamamiento a cambiar de chaqueta a los dirigentes de dicho partido, con el que gobierna en cuatro comunidades autónomas –Andalucía, Comunidad de Madrid, Castilla y León y Región de Murcia– que suman casi 19 millones de habitantes. Tras el llamamiento, el PP logra parar gracias a tres tránsfugas la moción de censura, vulnerando así sus estatutos, su reglamento y el pacto antitransfuguismo. ¿Resultado? Aplauso unánime de sus compañeros de filas. Y pasamos a otra cosa, quizás aún más impactante.

¿Qué está pasando? ¿En qué coordenadas se inscribe esta agudización de lo que el asesor de comunicación y consultor político Antonio Gutiérrez-Rubí ha llamado la “turbopolítica”?

Una fase “ultracompetitiva”

José Antonio Gómez Yáñez, profesor de Sociología en la Universidad Carlos III de Madrid, apenas da crédito. “Vamos a ver”, dice, ordenando sus pensamientos, “es que al final hacemos normal lo que no podemos aceptar como normal, como un señor que es vicepresidente y anuncia su dimisión mientras hay más de cien muertos al día para salir de un gobierno cuando hay que distribuir 140.000 millones ¡para reconstruir el país!”, expone Gómez Yáñez, coautor de Desprivatizar los partidos (Gedisa, 2019). “La política se ha convertido en un simulacro. No hay visión a largo plazo de ningún tipo”, añade, calificando de “insólita” la OPA del PP a su propio socio.

Gutiérrez-Rubí ofrece tres causas para entender el frenesí.

1) “La fase competitiva de la política española está acelerada desde 2015”. Fruto de la fragmentación, se ha abierto una “fase ultracompetitiva de gran intensidad, inédita, de la que a los partidos les resulta muy difícil librarse, metidos en campaña permanente”. “Las estrategias electorales han canibalizado las estrategias políticas”, sintetiza. El hecho de que durante la pandemia, un fenómeno de gravedad histórica que exige cooperación institucional, siga dominando la competición “pone de relieve hasta qué punto esta dinámica es absorbente”.

2) “Al ser la estrategia electoral la dominante, los recursos intelectuales, económicos y organizativos de los partidos se ponen al servicio de esa estrategia”. Los partidos, señala Gutiérrez-Rubí, “se vacían de capacidad reflexiva” y todo se subordina a la cita electoral. “Están en formato campaña permanente. Lo táctico se impone a todo lo demás”, expone.

3) “Las fuerzas políticas se comportan como apostadores, incorporando lógicas del juego, del riesgo”. Esto es un rasgo que se viene acentuando, señala Gutiérrez-Rubí. La maniobra, el golpe de efecto, la apuesta, el “destello fulgurante e imprevisible”, el “golpe al tablero”, se convierten en elementos principales de la acción política.

Aceleración de los tiempos políticos

Se ha abierto paso una expresión, ya corriente: “terremoto político”. Pero, mirado en detalle, no es terremoto, es réplica de un terremoto previo y más amplio. La política española no encuentra la calma desde hace más de un lustro. Entre diciembre de 2015 y noviembre de 2019 hubo cuatro elecciones generales. Un tercio de aquel periodo los gobiernos estuvieron en funciones. En 2019 hubo dos generales en un mismo año. Hay que remontarse a 1872 para encontrar otras dos citas con las urnas en un mismo año natural. Desde la Transición hasta 2017, hubo dos mociones de censura (Felipe González y Hernández Mancha). Desde entonces, ya ha habido tres (Pablo Iglesias, Pedro Sánchez y Santiago Abascal). “Las mociones de censura se han instalado ya como una palanca política más”, señala Pablo López Rabadán, miembro del grupo de investigación Periodismo, Comunicación y Poder de la Universidad Jaume I, que observa una casi completa subordinación de la acción política a la acción comunicativa. “La aceleración de los ritmos políticos ha sido brutal”, añade.

Los dos partidos que encarnaron la nueva política (Podemos y Cs), tras cumplir su periodo de ascenso y amenazar la hegemonía de los tradicionales (PSOE y PP), viven sumidos en graves crisis. Hasta 2018 se apilaron hasta llegar al techo los ensayos sobre los motivos por los que la ultraderecha no cuajaba en España. Hoy Vox es tercera fuerza política y apunta hacia arriba. La política española no acaba de digerir el multipartidismo. Las lógicas de competición suelen imponerse a las de cooperación. La inestabilidad de la política general tiene continuidad en el patio autonómico, donde los ciclos también se acortan.

Toma el relevo en el análisis Ramón Villaplana, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Murcia: “El sistema político español está en shock. De un bipartidismo imperfecto hemos pasado a un escenario multipartidista, tras atravesar una gravísima crisis económica. Se han producido transformaciones profundas de la opinión pública y en el electorado. En poco más de seis años, el escenario ha cambiado radicalmente. Los ciclos políticos se han acortado hasta el mínimo. Antes, los ciclos duraban cuatro años. Ahora, puede haber cambios drásticos en cualquier momento”.

Volatilidad y lucha por la atención

En las tertulias, se habla ya con desenvoltura de nuevos adelantos electorales, porque en su trato con los dirigentes políticos esa es la especulación dominante que escuchan los periodistas. El PP tiene que salir a negar un adelanto en Andalucía –sería el tercero seguido, tras los dos de Susana Díaz– y el PSOE tiene incluso que aclarar lo mismo en España. Cataluña es caso aparte. Entre 2010 y 2021 hubo cinco elecciones autonómicas. Mientras todo esto ocurre, aún no han formado gobierno tras las elecciones del 14 de febrero. El tema –unas negociaciones para formar gobierno en una comunidad políticamente clave con la crisis territorial en carne viva– debería en teoría ser objeto de máxima atención pública. Pero la política española en su conjunto ha entrado en erupción. Llegan estímulos poderosos de todas partes y salen en todas direcciones.

El terremoto silencioso (Centro de Investigaciones Sociológicas, 2019), de Oriol Bartomeus, disecciona un concepto de gran utilidad explicativa: la volatilidad. Lo hace a través del estudio de la evolución del electorado catalán, aunque con conclusiones extrapolables. Hay cada vez más, sobre todo en la población más joven, lo que Bartomeus llama "fanáticos efímeros", es decir, población convencidísima de una idea, hasta el punto de no negociarla con nadie, hasta que la abandona y se hace convencidísima de otra. Esta volatilidad se ha extendido a los partidos políticos.

El ensayo desvela cómo con el paso de las generaciones se ha ido transitando de un elector lento, fiel, que se inclinaba fundamentalmente por partidos históricos, que se dejaba arrastrar por dinámicas observables y predecibles, a un votante rápido, tornadizo, que amplía su abanico de posibilidades, que toma la decisión ante la urna y que, nada más votar, ya no se siente concernido por su decisión. Es un tipo de elector formado con hábitos diferentes, que cada día adopta innumerables decisiones de consumo. Dicho grosso modo, Bartomeus nos alerta de los cambios a gran escala entre un elector que decidía entre los dos canales de Televisión Española y otro que tiene ante sí cientos de canales, con miles de películas, series y programas para elegir.

Esto no significa que ya no pese la clase social, la memoria familiar o la formación religiosa en el voto, pero sí que se ha desdibujado y que cada vez más el votante se considera un dueño sin ataduras históricas ni sociales de su papeleta. Huelga decir que para los partidos es un desafío diario mantener la atención de un elector así. La monotonía de la simple gestión no es un buen reclamo en el mercado del estímulo infinito.

Lo que vemos, señala Bartomeus en conversación con infoLibre, es “coherente con la volatilidad”. ¿Dónde arranca? ¿La política sigue al electorado? ¿O el electorado sigue los tiempos que le marca la política? Bartomeus observa un círculo vicioso. “En esta nueva sociedad, acelerada y volátil, hay una política acelerada y volátil. Se ha roto la cadena causa-efecto. Vivimos en un permanente presente continuo. La sociedad está saturada de estímulos. Los partidos disputan la atención a un enorme menú de atractivos”, explica Bartomeus.

En esa competición, la crisis, la decisión espectacular del líder, la maniobra inesperada y sobre todo las elecciones se abren paso como las fórmulas más seguras para recabar la atención generalizada. Esta lógica hace difícil la estabilidad. Los mensajes caducan antes. Los ciclos políticos son más cortos. “El ciclo abril-mayo de 2019, del que parte la actual distribución de escaños en Madrid, no tiene nada que ver con el actual, está totalmente desfasado”, añade. Eso incentiva, explica Bartomeus, decisiones como la adoptada por Isabel Díaz Ayuso (PP), que considera que el nuevo reparto le beneficiará. ¿Que eso merma tus opciones de alianza futura con el que ha sido tu aliado, Cs? De eso habrá que ocuparse luego. Lo primero es lo primero.

Partidos e individuos

Volvemos con José Antonio Gómez Yáñez, autor Desprivatizar los partidos, que apunta con el dedo acusador, más que a una sociedad volátil, a unas formaciones políticas “destruidas”. Ahí está la clave, a su juicio. La promesa de la democratización interna de los partidos por la vía de las primarias ha acabado restando margen deliberativo a las organizaciones, cuya fuerza se concentra cada vez más en las cúpulas, señala. “Una vez, Fernando Abril-Martorell me lo explicó así: 'No es lo mismo llevar una lancha que un petrolero'. Claro, con un petrolero, para cambiar el rumbo, tienes que empezar a girar mucho antes. Con una lancha...”. Para Gómez Yáñez, los partidos hoy son lanchas: rápidas, ágiles, zigzagueantes. Difícil saber su rumbo.

“La democratización de los partidos ha quedado reducida a partidos laminados por sus propios jefes. Sí, el partido elige al líder en primarias, pero luego el líder los elige a todos”, señala el sociólogo. De los llamados “nuevos partidos”, cree que son más “etiquetas” que partidos en sí mismos. Y a los tradicionales, PP y PSOE, los ve ya articulados en torno a sus cargos públicos, sin vocación de masas. Todos ellos comparten, a juicio de Gómez Yáñez, la sujeción a una política basada en tácticas y golpes de efecto y han incumplido la tarea de guiar a la sociedad con un rumbo constante.

“La lógica electoral es dramática, porque se plantea como si en cada elección se pusiera en juego un liderazgo, o incluso el futuro de una organización”, señala Gutiérrez-Rubí. Los partidos, añade Bartomeus, son instrumentales no sólo para los electores, sino en buena medida para los propios líderes. Algunos de los más destacados acumulan trayectorias en otros partidos: Íñigo Errejón (de Podemos a su propio partido), Abascal (de PP a Vox)... Albert Rivera, tras salir de Ciudadanos, ya no muestra el menor compromiso con el partido. Para la narrativa de los medios, apunta Pablo López-Rabadán, es más atractivo el individuo que el partido, porque aporta más posibilidades dramáticas. Esto predispone la política al individualismo, añade. De ahí la fascinación con la decisión de Pablo Iglesias, leída no según su influencia en la acción de gobierno, sino en la competición electoral y en la propia trayectoria del personaje.

No es un fenómeno nuevo. “Todo lo que ocurre da continuidad y refuerza corrientes previas. Desde los 90, el infoentretenimiento ha ido incorporando la narración política a los esquemas de la ficción. Esto lo aprenden los paridos políticos, que entienden qué es lo que funciona en los medios. Ahora, además, lo aplican en sus propias redes sociales, que sirven a su vez para generar atención de los medios. Lo que funciona es una política personalista, centrada en el líder, totalmente simplificada”, explica. “La política suscita interés como entretenimiento y competición. En inglés tienen dos palabras, politics [política de campaña] y policies [política de gestión]. Aquí llamamos a todo política, pero hay mucha más imagen que gestión. Porque, si lo pensamos ¿qué ha hecho Ayuso? Como presidenta, ¿qué ha hecho? ¿Cuál ha sido su gestión?”.

¿Un nuevo eje?

Ramón Villaplana también otorga una elevada responsabilidad a los medios en la creación de un relato político que alienta a los partidos al “oportunismo”, los “fichajes mediáticos” y los “giros llamativos”. A esto se suma, alerta, algo aún más grave: que este multipartidismo espectacularizado está además polarizado y que el relato político se construye en buena medida en el territorio de la “posverdad”. “Hay que tener mucho cuidado, porque los medios tecnológicos lo permiten, la política se está aprovechando y la sociedad se está dejando llevar” afirma.

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También es grave la advertencia de Gutiérrez Rubí contra la espectacularización y la turbolítica: “El show viene a contribuir al descrédito de la política, que ya es muy elevado, y a la polarización, que nos convierte en forofos adictos de la competición”. Es lo que Pablo López-Rabadán llama “la futbolización de la política”. Bartomeus advierte de que el forofismo lleva a una bajada drástica del listón de exigencia a los nuestros. “Hemos llegado a la aceptación de la incoherencia”, señala, mirando a los episodios de transfuguismo aprovechados por el PP, sin aparente coste político.

Bartomeus, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, atisba el progresivo surgimiento de un eje alternativo –ni izquierda-derecha, ni nuevo-viejo–: un eje entre los que proponen tranquilidad y los que alimentan la tensión. En las elecciones catalanas, por ejemplo, PSC y ERC habrían apostado –con matices– por la tranquilidad, en un escenario de mayoritaria tensión. Eso los unía, al margen de que estén en campos nacionales distintos. De momento, el vínculo entre las fuerzas tranquilas –o menos tensas, al menos– es más débil que el ideológico.

El catedrático de Sociología de la Universidad Pablo de Olavide Xavier Coller, que ha estudiado a fondo los mecanismos de selección de la élite política en España, evita cualquier autoindulgencia en el diagnóstico: lo que ocurre no es más, dice, que “un reflejo de cómo somos como sociedad”. “En la sociedad, igual que en la política, hay personas responsables, orientadas a la canalización de conflictos mediante el diálogo. Y otras más cortoplacistas, miopes, pendientes del aplauso inmediato”, explica.

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