Políticos que difunden bulos: por qué mentir sale gratis en España

Isabel Díaz Ayuso y Alberto Núñez Feijóo a su llegada a un acto del PP en Collado Villalba, Madrid.

Igual que Isabel Díaz Ayuso abrazó muy pronto el eslogan “Que te vote Txapote”, tampoco le ha costado demasiado esta semana utilizar una noticia sin contrastar, la de los 40 bebés supuestamente decapitados por Hamás, para atacar a Pedro Sánchez.

La difusión de bulos lleva demasiado tiempo normalizada entre la clase política española. En España, apropiarse de noticias falsas está justificado si se utilizan como armas con las que atacar al rival. Nos separa un abismo de países de nuestro entorno como Reino Unido, donde mentir se paga con la muerte política. Aquí, sin embargo, sale gratis.

En la cultura política británica, la mentira supone el cese o la dimisión inmediata del político de turno. Es algo que el sistema parlamentario no tolera. Para ellos, es el peor de los pecados. Durante el mandato de tres años de la ex primera ministra Theresa May, por ejemplo, tres de sus ministros tuvieron que dimitir por hacerlo. Este fue también el motivo que acabó con Boris Johnson: haber mentido en la Cámara de los Comunes sobre el Partygate.

A ningún diputado de los tories o de los laboristas se le ocurriría convertirse en altavoces de un bulo si quieren mantener su puesto. Sin embargo, en nuestro país, la hemeroteca salvaría a muy pocos. Días antes de la difusión del bulo de los bebés decapitados por parte de varios líderes del PP, Cuca Gamarra había criticado y pedido explicaciones al Gobierno sobre una inexistente reunión de los ministros Bolaños y Albares con Puigdemont en la Embajada de Colombia en Bruselas.

Los bulos alimentan la antipolítica y erosionan la convivencia

En 1921, el historiador Marc Bloch escribía en Reflexiones de un historiador sobre las falsas noticias de la guerra que “un error solo cobra vida con una condición: encontrar en la sociedad en la que se expande un caldo de cultivo favorable. En él, de forma inconsciente, los hombres expresan sus prejuicios, sus odios, sus temores, todas sus emociones”. En la actualidad, los sesgos cognitivos han ganado la partida a la verdad y los bulos crecen exponencialmente en los temas que suscitan más polarización, por ejemplo, el enfrentamiento entre Israel y Palestina.

El fenómeno se agrava cuando son los propios políticos los que los difunden ya que, de esta forma, los legitiman como si fuesen argumentos válidos. No es lo mismo que una noticia falsa se comparta en unas redes sociales que todavía no se hacen responsables del contenido a que un político, se haga eco de ella irresponsablemente. La principal consecuencia que tiene la enorme tolerancia que tenemos hacia la mentira en España es el crecimiento de la antipolítica. “En líneas generales, provoca que la ciudadanía confíe menos en las instituciones, que se desincentive la participación, que surjan partidos antisistema y que se corroa la convivencia en democracia”, opina el consultor político Manuel Rodríguez.

Cómo debe actuar un político tras difundir un bulo

Como explicaba hace unos días en X, el antiguo Twitter, el periodista y director de Comunicación del Instituto Reuters, Eduardo Suárez, “hay un ciclo que cada vez se ve más en esta red social: 1. Un periodista o un influencer comparten información errónea, incompleta o exagerada. 2. Políticos y activistas la usan para atacar a adversarios. 3. Los medios se hacen eco de ataques sin cotejar la veracidad del hecho”.

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El bulo de la falsa reunión de Bolaños y Albares con Puigdemont, por ejemplo, se originó en un periódico. “Ya no es que los medios tengan una línea editorial, sino que la utilizan de forma partidista para intervenir en la vida política con una falta tremenda de honestidad”, critica el politólogo Edu Bayón.

Cuando la Embajada de Colombia desmintió que la reunión se hubiese producido, Gamarra se defendió esgrimiendo que la información la firmaba un periodista y que estaba convencida de que si la escribió tenía sus fuentes. Pero, ¿es esta una buena forma de responder desde el punto de vista de la gestión de crisis de comunicación?

“Lo ideal es empezar reconociendo el error. Decir que nos hemos creído una información que no es correcta, pedir disculpas y aprovechar para criticar a los agentes de dudosa credibilidad que se dedican a crear confusión”, explica Rodríguez. “Pero, luego siempre pasa lo que pasa. En un terreno embarrado, el que más embarra, mejor se mueve”, concluye Bayón.

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