Crisis del coronavirus

De la resistencia a la desesperación: por qué el impacto psicológico de la segunda ola será peor que el primero

Sanitarios y las personas con patologías previas están entre los grupos más vulnerables.

Si durante el estado de alarma la tónica fue la resistencia, la de aguantar el tirón con un ojo puesto en el verano y otro en la curva de los contagios, ahora muchos se preguntan para qué ha servido tanto esfuerzo y si aún pueden seguir hacia adelante en medio de un escenario con escasas certezas. “La fatiga pandémica no solo te afecta a ti”, titulaba hace semanas una columna de opinión el New York Times sobre esta oleada de angustia que recorre el planeta. Si estás triste no estás solo: la resiliencia, que ha sido mucha, ha dado paso al desánimo, y ese abatimiento parece haber llegado como un sentimiento colectivo. “Estamos ante una situación de mayor riesgo que en los primeros tres meses de estado de alarma”, advierte Javier Prado, psicólogo clínico y vocal de la Asociación Nacional de Psicólogos Clínicos y Residentes (Anpir).

Tanto él como otros expertos señalan que la salud mental puede resentirse más en esta segunda ola de covid-19 que en el arranque de la pandemia, cuando sí aparecieron pequeños desórdenes, pero la mayoría tuvo habilidades para capear el temporal. "Cuando surge una situación de emergencia, nos activamos, intentamos buscar una solución”, describe Fernando Chacón, decano del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. Fueron habituales entonces los problemas para gestionar la ansiedad, el insomnio, la dificultad para concentrarse, la irritabilidad o, por ejemplo, el agravamiento de síntomas en personas diagnosticadas previamente con trastorno obsesivo compulsivo. Lo que preocupa en esta fase es que todo ese cóctel emocional derive en trastornos de depresión, el aislamiento social ahonde en un sentimiento generalizado de soledad o se eleve, en última instancia, la tasa de suicidios. Los recursos emocionales que en un principio funcionaron como muro de contención empiezan ahora a escasear.

Hace unos días The Economist publicaba un artículo analizando las señales sobre el coste psicológico de la pandemia que ya se perciben en todo el mundo. "Todavía tiene que aflorar una imagen completa del suicidio en tiempos de covid-19, pero los expertos tienen razones para temer lo peor", alertan. En ese mismo artículo recogen el aumento de la ratio de suicidios durante pandemias anteriores: en 1918, con la llamada "gripe española", el dato se incrementó en casi un tercio entre la población europea; y una cifra similar se produjo entre la población mayor de Hong Kong durante el brote de SARS, síndrome respiratorio agudo grave, en 2003. Sin embargo, señalan, basándose en declaraciones del ministro de Salud tailandés, la correlación entre la tasa de suicidios y enfermedades con estas características no es tan claro y evidente como sí ocurre entre suicidios y desempleo

Un espejismo de buenas noticias

Que el nuevo envite de coronavirus haya empezado a manifestarse antes de lo previsto ha dejado también su impronta en la reserva emocional. “Se ha hecho un sacrificio enorme para solucionar un problema colectivamente y ves que no ha servido para nada”, continúa Fernando Chacón, “eso crea lo que los psicólogos llamamos indefensión”. Es decir, lo que padecemos, en lenguaje coloquial, como desesperanza. “Cuesta mucho más hacer un esfuerzo”. 

“Nosotros decíamos que después del verano empezaría la ola de salud mental”, recuerdan desde Anpir, la principal sociedad científica de Psicología Clínica, que reúne a más de 1.300 profesionales. “Cuando hay un ejercicio de tanta resistencia, muchas veces, con la relajación, los factores estresantes que actúan como desencadenantes pueden empezar a actuar”. En este caso, el factor que provoca ese estrés adicional al que hemos estado sometidos, además, se ha cronificado —y la situación previsiblemente se alargue: la OMS ha situado la fecha del fin de la pandemia en 2022—, provocando que nos adentremos en una “fase preocupante” para el bienestar psicológico de la población.

Javier Prado subraya asimismo que los mensajes demasiado optimistas sobre la pandemia han podido influir en esa sensación de desánimo: “No ha habido una gestión de la comunicación que haya permitido a la población prepararse”. En junio, Pedro Sánchez anunciaba que se había vencido al covid-19 y, poco después, el presidente del Gobierno pedía que no se tuviera miedo a los rebrotes. El espejismo de buenas noticias que salpicó las primeras semanas de verano influyó en el “quiebre en las expectativas” de la población cuando llegaron informaciones menos halagüeñas, como la suspensión temporal, a principios de septiembre, de los ensayos de la vacuna de Oxford.

Intervenir en las primeras fases

A diferencia de las enfermedades físicas, cuyo diagnóstico es excluyente, las psicológicas son un “continuo”, explica Chacón, los pequeños signos que aparecen en un momento puntual pueden evolucionar hasta convertirse en una patología de mayor gravedad. De ahí la urgencia de ampliar los recursos y trazar planes en este momento, para poder intervenir en las primeras fases y evitar a corto plazo un escenario peor.

Sin embargo, pese a la situación descrita —y a algunos estudios que hablan de que la salud del 46% de los españoles está en riesgo por la crisis del covid o que el 53% de los sanitarios sufre estrés postraumático, aunque The Lancet alertó sobre la necesidad de datos más rigurosos en este tipo de análisis a través de encuestas online— los expertos consultados por infoLibre se muestran menos pesimistas, o al menos prudentes, a la hora de hablar de una pandemia de salud mental. Un porcentaje amplio de la población sí que ha visto “alterada” su salud psicológica de alguna manera, confirma Fernando Chacón, pero no significa que esas molestias sean o vayan a convertirse en un trastorno. Los recursos emocionales propios, o la siempre necesaria ayuda del grupo, pueden seguir haciendo de barrera para evitar un empeoramiento.

Al decano del Colegio de Psicólogos de Madrid le preocupan especialmente los sanitarios, pero también los profesores (de hecho, han habilitado un teléfono para atender a docentes), las personas que ya padecían trastornos mentales y cuya atención y terapias se ha resentido por la pandemia y quienes se encuentren en una situación económica vulnerable; además de los ancianos, las personas mayores que se hayan quedado viudas a causa del covid y quienes hayan pasado por procesos de duelo atravesados por una situación de total anormalidad. “Tenemos datos de que algunas personas que ya tenían un principio de demencia, precisamente por el confinamiento y la falta de contacto social, se han desorientado y han empeorado muchísimo".

Sin embargo, Milagrosa Sánchez, doctora en Psicología y una de las autoras del estudio Isamec19, que ha evaluado la evolución del impacto psicológico de la pandemia en tres fases diferentes, anota un dato curioso: según su investigación, que se encuentra en el último tramo de análisis, los jóvenes presentan peores resultados respecto a su respuesta emocional a la crisis que las personas mayores, que han podido tener más recursos y experiencia para relativizar la situación.

Profesionales en atención primaria

Así las cosas, a mediados de septiembre, la Confederación Salud Mental España pidió de manera “urgente” un plan nacional para la prevención del suicidio. En esta etapa preocupante de la que habla Javier Prado, “no sabemos qué va a pasar con la progresiva destrucción de tejido empresarial y de empleo y la relación que eso tiene con la ideación suicida”. Tras el estallido de la burbuja en 2008, la tasa de suicidios aumentó en España un 20%.

La ansiedad se transformó en depresión: así nos afectó el primer confinamiento (y un segundo encierro podría ser peor)

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Las advertencias también han llegado desde la ONU, que en mayo habló de una crisis psicológica masiva si los países no aumentaban sus recursos y mejoraban la inversión en salud mental. Javier Prado insiste en que se refuerce la atención psicológica en atención primaria y cita el ejemplo de Asturias, que ha contratado a psicólogos clínicos para hacer labores de rastreo. Según los datos de Anpir, ya antes de la pandemia entre el 40% y el 60% de los motivos de consulta que llegaban a la atención primaria estaban relacionados con la salud mental, y solo un 10% era derivado a los especialistas. Relacionado con el posible aumento de riesgo suicida, el vocal de Anpir subraya que el 40% de las personas que se suicidan habían acudido el mes anterior a atención primaria buscando ayuda. Y la situación de colapso, o cercana al colapso, de algunas regiones dificulta todavía más que se den los tratamientos adecuados.

La atención psicológica en España lleva una década arrastrando las consecuencias de los recortes y la privatización. Según los datos del Defensor del pueblo, que hizo públicos a principios de este año, la ratio de profesionales en la sanidad pública era en 2018 de seis por cada 100.000 habitantes, una cifra tres veces menor que la media europea, situada en 18. Y, además, se trata de una desigualdad que también depende del código postal: mientras que Cataluña cuenta con 17 psicólogos por cada 100.000 habitantes, la Comunidad de Madrid solo tiene 4,4, según Anpir. Esa escasez de profesionales y las listas de espera para recibir atención médica (entre tres y cuatro meses) abocan a muchos a buscar alivio en clínicas privadas, si pueden permitírselo.

"Se trata de una carencia más que ha puesto de manifiesto esta pandemia", concede Javier Prado a modo de resumen. "La situación es muy dura, muy difícil, va a generar un impacto de leve a moderado, sin llegar a extremo, pero lo que sí hemos descubierto es que la gente tiene una capacidad de resistencia y resiliencia muy grande", reconoce con cierto optimismo.

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