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De cómo conocí a Benny Moré

Benny Moré, en 1954.

Santiago Auserón

  • Este artículo está publicado en el número de septiembre de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes suscribirte a la revista en papel aquí o leer online todos sus contenidos aquí  

Leí su nombre y vi serigrafiada su amplia sonrisa en la portada de un disco allá por 1983, en casa de los galeristas de arte más atrevidos de la época. Pocos meses después viajé a Cuba y escuché cómo afloraba su nombre en labios de chicos y mayores en cuanto se hablaba de música. En viajes sucesivos fui haciéndome cargo de la dimensión de su leyenda. Un antiguo soldado de la guerra de Angola se complacía en relatarnos bajo las estrellas de Cayo Largo las anécdotas más tremendas del cantor, que luego escuchábamos ampliadas con variantes imaginativas en boca de los miembros de la orquesta de José Castañeda, alias Maracaibo. Este apodo venía del título de la canción que Castañeda compuso para el Benny, a quien conoció de cerca. Pero Maracaibo no era como sus músicos dicharacheros, hablaba comedidamente, como si estuviera preservando algún secreto o manteniendo una promesa, y mientras los otros se quitaban la palabra a gritos, él bebía en silencio. “¿El Benny?”, me decía, para corresponder a mi pregunta. Y concluía con un “¡hum!” y una sonrisa enigmática.

Por la vereda de la mitología seguí ascendiendo tras el rastro del Benny cuando conocí al escritor Bladimir Zamora. Me entrevisté con él en la Residencia de Estudiantes y unos meses después se convirtió en mi brazo armado para compilar las grabaciones que terminaron formando la antología Semilla del son. Tomar un trago con Bladimir y su más estrecho círculo de amigos era, a partir de la segunda botella, hablar invariablemente del Benny y recordar de manera errática sus cantares. Un salto cualitativo se produjo cuando conseguí hacerme con la colección completa de la edición de EGREM en 11 volúmenes, dirigida por María Teresa Linares, que no pude sentarme a escuchar hasta pasados unos meses. Entretanto, Bladimir me obligó a peregrinar hasta la tumba del mulato Bartolomé Maximiliano Moré Gutiérrez en Santa Isabel de las Lajas, su pueblo natal, tan magníficamente ensalzado en la canción que repite su topónimo. En un tono, por cierto, imposible de sostener si no eres mulato cubano. Una de las leyendas populares entre los músicos dice al respecto que el Benny se empeñó en subir el tono de la canción cuanto pudo, para que nadie tratase a su pueblo desde mayor altura.

De regreso a Madrid, con los mentados 11 discos de vinilo en casa sostuve un careo de varios años. Hay voces que por su sonoridad impregnan el alma —cosa que acaso solo cobra existencia cuando se ve impregnada de tal modo— dejando una huella más honda y perdurable que las palabras. Es como si las palabras se alegrasen de despojarse de la ropa del significado al ser emitidas por ciertos cantores, para rendir tributo únicamente a la huella casi intangible, pero indeleble, de sus voces. Me ha ocurrido desde la infancia con diversos cantores negros; durante la adolescencia, incluso, me tocó la fibra algún blanco con voz de cabrito (o de congénere de mayor tamaño). Todos ellos eran angloparlantes. Ya de mayor me pasó con Camarón de la Isla, por fin en lengua española, y luego con Benny Moré. Llevo toda mi vida de aprendiz de cantor midiendo con respecto a ellos distancias insalvables.

El caso de Benny Moré merece especial detenimiento. A la altura de su timbre nasal, con asomos de clarín al despertar el sol tras una loma, se añadía un grave sedoso susurrado en las distancias cortas del club nocturno; entre uno y otro extremo disponía de amplio registro para recorrer la escala con dicción clara; y cuando le intensidad de la emoción lo requería, buscaba desde el fondo de la garganta, a través del velo del paladar, otra vez un cielo imaginario por medio de un falsete con vibrato que provocaba escalofríos, meloso fruto de la dulce caña. Su instrumento natural le proporcionaba el dominio de todos los géneros populares cubanos. Elevado a los altares por las clases populares, se ganó el encomio de los músicos cultos más exigentes —como el guitarrista y compositor clásico Leo Brouwer—, que se complacen en describir el misterio de su sonoridad mestiza, su musicalidad intuitiva, su habilidad para dirigir la Banda Gigante y su portentoso “oído absoluto”.

Tras unos años frecuentando los surcos trazados por el Benny en disco de vinilo, empecé a fijarme en que algunos de mis temas favoritos estaban compuestos por el propio cantor. Boleros como Dolor y perdón, Mi amor fugaz u Hoy como ayer se adhieren a la memoria no solo por su musicalidad contagiosa, sino porque muestran maneras muy eficaces de fundir estilos, llegando a insinuar caminos para alternar con el swing de otras tierras, ya por pura intuición, ya por haber convivido en México con Dámaso Pérez Prado. El caso es que su voz se apoderaba también de las composiciones ajenas hasta el punto de que canciones como Mucho corazón (Emma Elena Valdelamar), La vida es un sueño (Arsenio Rodríguez) o Cómo fue (Ernesto Duarte), miles de veces interpretadas por otros cantores, se identifican principalmente con la sonoridad del Benny.

Más que una leyenda, el rastro de Benny Moré es un mito contemporáneo proveniente de las canciones, sin intervención decisiva de las pantallas del cinematógrafo o de la televisión, cosa que a estas alturas resulta conveniente tener presente. Comparable por ello, pero también en profundidad emotiva y en difusión, al mito del argentino Carlos Gardel o al de la francesa Édith Piaf, si bien con características particulares. Nacido y criado en aquella Cuba donde la nueva república estuvo confundida con el más escandaloso grado de corrupción incentivada por el socio norteamericano, acabó de ahondarse y alcanzó su máximo desarrollo en la Cuba revolucionaria, de cuya firmeza guerrillera y seriedad ideológica parece haber sido el necesario y perfecto contrapunto musical.

Cambio de pareja

Cambio de pareja

Permítanme relatar un cuento que ustedes podrán optar por creer o no, aceptando o rechazando la posibilidad de adentrarse en el ámbito de la fábula. Pues bien, una tibia noche en el cabaré Tropicana, después de saludar cortésmente a las esbeltas bailarinas que con lánguido mirar serpenteaban entre las mesas al final del espectáculo, una de ellas, mulata revestida de rojo deslumbrante, vino a sacarme a bailar y por más que me excusase arguyendo mi torpeza, tiró de mí hacia el centro de la pista en penumbra, dándome apenas tiempo de colgar mi chaqueta en el respaldo de la silla. Según calculaba yo la manera de llevar las cuentas a derecha e izquierda, vi que un muchacho de borrosa faz pasaba deprisa por detrás de la silla en mal momento abandonada, arramblaba con mi chaqueta —cartera en el bolsillo interior—, y partía como una exhalación hacia la puerta de salida. Dejando plantada a la belleza sin mucho miramiento, corrí tras él, pero al llegar a la puerta se había esfumado en la noche habanera. Volvía compungido hacia el interior del local, cuando tras la fronda surgió una figura espigada, trajeada, caminando con desenfado. Sus ojos vidriosos se fijaron un momento en mi desconcertada persona. No podía dar crédito, me quedé de piedra, ¿era el mismísimo Benny Moré redivivo o su doble clavadito? Antes de que pudiese reaccionar, se agachó un poco, llevó ambos puños a la altura del mentón y al pasar junto a mí lanzó tiró un fingido derechazo hacia mi cintura, diciendo: “¡Cubra el hígado, compay!” “Sí, campeón”, acerté a murmurar, “haré lo que se pueda, Benny, tendré un poquito más de cuidado con el ron, ya que de todas formas nunca llegaré a cantar como usted”. Pero ya su figura vista desde espaldas se diluía en la nebulosa del mito...

*Santiago Auserón (1954) es cantante, compositor, escritor y filósofo. Conocido por su actividad en Radio Futura y como Juan Perro, acaba de publicar en Anagrama el libro ‘El ritmo perdido. El influjo negro en la canción española’.

*Este artículo está publicado en el número de septiembre de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquíaquí

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