Si vienes a Madrid, ya eres de derechas
Corría el año 2004 cuando Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón (presidenta de la Comunidad y alcalde de Madrid en aquel momento) lanzaron una campaña inolvidable. El lema era claro: “Si vienes a Madrid ya eres de Madrid”. Se gastaron más de cuatro millones de euros de entonces en dar visibilidad a su eslogan, que inundó televisiones, prensa y marquesinas. Recuerdo que a mí me impactó el tono acogedor e imperativo de aquel lema promovido por la derecha. Entonces acababa de llegar a Madrid del País Vasco y la afirmación me pareció un poco amenazante. ¿Acaso ya no podría pertenecer a ningún otro lugar? Aunque también seductora. ¿En serio era tan fácil ser madrileña? Qué bien, qué rápido me había integrado en una ciudad de la que lo desconocía todo.
Sin embargo, acabé descubriendo que la campaña pretendía fomentar el turismo, es decir, que iba dirigida a gente de paso. No era para mí, forastera recién llegada y muchísimo menos para inmigrantes o ciudadanos sin papeles. Es decir, que la campaña, que podría haber lanzado Carmena para acoger a refugiados muchos años después, era en realidad un eufemismo liberal: “Si gastas en Madrid ya eres de Madrid”. Incluso, dicho de otro modo: “Si vienes a Madrid, ya eres de derechas”. Lema que, por lo demás, sigue vigente hasta hoy mismo.
Pero, ¿cómo es posible?, se preguntarán. En qué momento se ha dado ese salto de trilerismo identitario sobre la ciudad y los ciudadanos que la habitan. Probablemente, con habilidad política y cara dura. La que han tenido magos de la identidad neoliberal como Esperanza Aguirre, Alberto Ruiz-Gallardón, Isabel Díaz Ayuso o José Luis Martínez-Almeida. Para la derecha Madrid no es una región sino una sinécdoque. Ya saben, esa figura poética que consiste en aplicar a un todo el nombre de una sola de sus partes. Por ejemplo, cien cabezas por cien reses, el acero por la espada o Madrid por España. O dicho en palabras de la literal y antipoética Isabel Díaz Ayuso: “Madrid es España dentro de España. ¿Qué es Madrid si no es España?” Ella, que no es poeta, pasa de la magia de la retórica y retira la cortina de humo sobre el significado político de la capital.
Para la derecha Madrid no es una región sino una sinécdoque. Ya saben, esa figura poética que consiste en aplicar a un todo el nombre de una sola de sus partes. Por ejemplo, cien cabezas por cien reses, el acero por la espada o Madrid por España
Madrid es España y Madrid es de derechas. Por votación, dice ella. Y por claudicación, añado yo. Porque, en el fondo de su españolísimo corazón, Isabel Díaz Ayuso sabe que si vives en Madrid, es que lo has aceptado todo. Has tragado con el desmantelamiento de la sanidad pública, con los colegios religiosos subvencionados en nuestro Estado aconfesional, con el precio desorbitado de la vivienda, con el 21% de su población en riesgo de exclusión social (fuente: Red Europea de lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social), con la tala de árboles y hasta con la idea de que, en estas condiciones, Madrid es el escenario perfecto de la creación y, más concretamente, de la libertad.
No es posible, me dirán. ¿Cómo ha podido la derecha vendernos semejante moto? Menuda ciudad invivible debe de ser Madrid. ¿Quién podría querer vivir allí? Solo la gente muy pija o muy rancia o que pase de largo de cualquier clase de justicia social. Solo los amantes del dinero, la contaminación y los atascos. Qué va. A Madrid quiere venir todo el mundo. Y eso la derecha se lo debe a la izquierda. Y lo sabe. Porque para la izquierda de este país Madrid no ha funcionado como una sinécdoque sino como una metáfora. Madrid es la rebeldía, el deseo, la noche, el encuentro, la creación, la vanguardia. Madrid es la musa del cine de izquierdas, su ciudad favorita durante décadas. Es Mujeres al borde de un ataque de nervios (Pedro Almodóvar), Barrio (Fernando León de Aranoa), Azul oscuro casi negro (Daniel Sánchez Arévalo), La estanquera de Vallecas (Eloy de la Iglesia), Opera prima (Fernando Trueba)…
Y por supuesto Madrid ha sido también el territorio mítico de la literatura progresista. Incluso de la literatura en general. Porque, durante muchos años, si querías escribir, ya eras de Madrid, que diría la derecha. Madrid son entonces los travestis de Marqués de Riscal que aparecen en Las edades de Lulú (Almudena Grandes), es el Carabanchel mítico de Elvira Lindo o las Historias del Kronen de José Ángel Mañas… Madrid es Federico García Lorca y hasta Antonio Machado cuando el presidente Pedro Sánchez lo cita en la sesión de su investidura. Incluso cuando Feijóo lo cita mal, para atribuirle unos versos de Ismael Serrano. Porque para la derecha, todos los poetas progres son un poco lo mismo, Machado o Serrano, qué más da, material de campaña al fin y al cabo.
Así que ya está hecho. El territorio simbólico está construido. Madrid es el flautista de Hamelín de los intelectuales de izquierdas y las políticas del PP su ratonera. Es el círculo vicioso perfecto, infalible según Isabel Díaz Ayuso. Menos mal que su partido es antes machista que madridista y no ha soportado que ella sea la candidata de la parte por el todo. Madrid puede ser España pero la candidata a la presidencia del gobierno del PP no puede ser una mujer. Al menos de momento. Eligieron a Feijóo y se equivocaron. Porque Galicia, como ya advirtieron algunos, no es Madrid. Personalmente estoy convencida de que Ayuso tenía razón: ella hubiera conseguido convertir la sinécdoque en una victoria electoral limpia. Lo habría hecho, además, gracias a la izquierda. Ella es rebelde declarada y tatuada, la fan confesa de Los Secretos que instaló su despacho en una suite de lujo con vistas a la Gran Vía durante la crisis del covid-19 mientras Álvaro Urquijo declaraba que “la pandemia ha desvelado la codicia de los ricos, la envidia y la ira”. Todo cabe en Madrid y todo vale.
Ayuso es la fan de Los Secretos que instaló su despacho en una suite de lujo con vistas a la Gran Vía durante la crisis del covid mientras Urquijo declaraba que “la pandemia ha desvelado la codicia de los ricos, la envidia y la ira”
Ayuso habría utilizado la poética progre para engordar su querida capital y habría salido a saludar al balcón de Génova vestida de rojo tras su victoria. La potencia política de la capital la explicó mejor que nadie Joaquín Sabina, andaluz y madrileño, cuando dijo aquello de que antes de habitar Madrid él tuvo la suerte de soñarla. Y después la convirtió en destino universal, en un sentimiento contagioso y aspiracional. Pongamos que hablo de Madrid pasó de ser una canción al himno nacional de la ciudad. Y la derecha, que adora los himnos nacionales, cayó rendida a sus pies. No en vano, José Luis Martínez-Almeida, utilizó el mítico tema —con permiso de Sabina— para homenajear a los madrileños durante la pandemia, un regalo simbólico para agradecer al pueblo de Madrid su lucha común. Podría haber elegido la letra de algún cantante de su cuerda ideológica, rollo Mecano o Ramoncín. Pero la derecha sabe que las llaves del territorio simbólico de la ciudad las tiene la izquierda. Que se lo pregunten a Burning, Leño, Miguel Ríos, Antonio Flores y hasta C. Tangana, todos poetas comprometidos con esta ciudad.
España se rompe... por Madrid, en tintaLibre de enero
Ver más
No es casualidad que, nada más poner un pie en Madrid, Feijóo dejara bien claros sus gustos musicales. ¿Se acuerdan? Entonces protagonizó la portada de Esquire, disfrazado de apuesto metrosexual para tratar de contrarrestar el efecto Mr. Handsome de Pedro Sánchez, y ya de paso confesó sus favoritos: Aute, Sabina y C. Tangana. ¿Casualidad? No lo creo. También Leonard Cohen y los Who. O dicho de otro modo: los sueños deben seguir siendo de izquierdas aunque los gobierna la derecha. Una receta que le pareció razonable a Feijóo pero no le bastó para gobernar.
Con todo, se podría decir que Madrid es una herramienta de cambio y poder que la izquierda y la derecha se disputan. Recordemos que, en los tiempos de la Movida, Madrid fue una llamada a toda España para quienes querían impulsar el cambio, para todas y todos los convencidos de que no formaban parte del orden establecido sino del orden por establecer. La diferencia es que hoy es la derecha quien sueña con terminar con el orden establecido. Ellos son quienes hablan de dictaduras por cambiar y quienes dudan de la legitimidad del gobierno. Y ellos quienes ven en Madrid el motor del cambio y de la revolución. La derecha se ha puesto rebelde y quiere tomar el control, el sentido de España y el orden de antes. Así las cosas, Madrid es hoy el encuentro entre el neoliberalismo más rancio y la creación de vanguardia. Madrid es, pues, el imposible diálogo entre esos dos extremos y, al mismo tiempo, Madrid es un ejemplo de convivencia insólita que ha creado una atmósfera abierta y desconcertarte que la convierte, hoy y ojalá siempre, en un lugar único en el mundo. Una fantasía, un unicornio que cantaría Silvio Rodríguez. Un unicornio azul, matizaría el PP.
*Nuria Labari es escritora. Su libro más reciente es ‘El último hombre blanco’ (Penguin Random House, 2022).