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Las vacunas y la posverdad inadvertida

United Nations Covid-19 Response

Begoña García Sastre | Enrique J. de la Rosa | Margarita del Val

El término posverdad fue incluido en el diccionario de la Real Academia Española en diciembre de 2017 después de que el diccionario de Oxford lo distinguiera con el título honorífico de palabra del año. Lo cierto es que, a pesar de la novedad del término, los comportamientos que describe llevan ocurriendo entre los seres humanos desde hace mucho tiempo. La RAE lo define como “distorsión deliberada de la realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. Parecida es la definición de la Fundación para el Español Urgente (Fundéu), que dice: “Circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos a la hora de modelar la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”. Resulta familiar, ¿verdad?

Cuando buscamos ejemplos de posverdad, uno puede encontrarlos en varios ámbitos, como la política, que, de hecho, fue el desencadenante de la irrupción del término en nuestro vocabulario. Sin embargo, el que nos ocupa en este artículo no es otro que el de la salud. La aparición y el asentamiento de internet como una fuente de información –en muchos casos, la principal– ha generado un terreno muy fértil para apelar a las emociones y las creencias de los enfermos o de sus familiares cuando tienen que tomar decisiones acerca de su salud. Unas veces, como herramienta para la manipulación de la opinión con determinadas intenciones y otras, simplemente, por intentar ayudar sin ninguna o muy poca base científica. La posverdad en la ciencia, y especialmente en la salud, se ha caracterizado por la aparición de bulos que han acabado corriendo como la pólvora y que, apelando principalmente al miedo, provocan mucho daño e incluso muertes. Esto daría para otro artículo, pero lo dejamos aquí para centrarnos en el papel de la posverdad durante la pandemia del coronavirus SARS-CoV-2, dado que la fatiga pandémica, fenómeno reconocido por la propia Organización Mundial de la Salud (OMS), hace que nuestras emociones se encuentren a flor de piel.

En este contexto ha aparecido un elemento diferencial muy relevante que debemos intentar comprender. Además del miedo, protagonista principal de muchas de las manipulaciones en el ámbito de la salud (miedo a las vacunas, a los tratamientos anticancerosos, a las medicinas, etc.), se está utilizando en muchos casos la apelación a la esperanza generando, en algunas ocasiones, expectativas infundadas. Pero, a diferencia del miedo, que nadie quiere sentirlo, la esperanza es algo que toda la sociedad anhela en una situación como la que nos está tocando vivir. Mientras que para la mayoría de las personas es fácil percibir las contradicciones en bulos como el que habla de que Bill Gates ha creado el covid-19 para inyectarnos un microchip con la vacuna, a todos nos puede desarmar una buena noticia sobre el alcance o el fin de la pandemia, portadora de una peligrosa variedad de posverdad inadvertida que se caracteriza porque es la propia opinión pública la que se ofrece a dejar de lado los hechos objetivos por sentir una emoción liberadora.

Hay que reconocer la necesidad de la mente humana de evadirse de situaciones como las que la pandemia ha provocado y seguirá haciéndonos vivir: el dolor por la pérdida de familiares y amigos sin poder despedirnos de ellos, el miedo a enfermar nosotros o personas queridas, el agobio por el confinamiento o la profunda modificación de nuestro modo de vida, la frustración de las perspectivas laborales y económicas... Necesitamos un poco de optimismo para enfrentarnos a todo ello y solo el tiempo, una vez pasada la pandemia, nos permitirá poder analizar el balance y las consecuencias de las expectativas transmitidas durante estos meses, en muchas ocasiones con poca base objetiva, tales como el “es solo una gripe”, pasando por el “en verano no habrá virus”, hasta los planes de “vacunación en unos pocos meses”.

Falsas esperanzas

No debemos caer en el pesimismo, porque estamos en un punto en el que la sociedad no lo soportaría, pero tenemos que ser conscientes de que tampoco hay que favorecer las falsas esperanzas. Se debe llegar a un equilibrio en el que tanto los científicos como los medios de comunicación tienen un papel fundamental a la hora de evitar consecuencias difíciles de revertir. Entre ellas, la toma de decisiones personales y públicas erróneas que llevarán a complicar la salida de la emergencia sanitaria, así como a aumentar sus consecuencias sociales y económicas.

Además, las expectativas incumplidas pueden generar un gran descrédito para su difusor –o para quien la sociedad entienda que lo ha difundido– anulando de un plumazo todo el trabajo de información científica realizado durante estos meses. Un riesgo real y muy actual lo constituye la información sobre las vacunas. Cuando logremos desarrollar una o varias vacunas efectivas para evitar los síntomas graves y la muerte en la mayoría de los pacientes de cualquier edad y estado de salud y, además, consigamos fabricar dosis suficientes para un número muy considerable de los habitantes del planeta, habremos logrado muy probablemente el control de la enfermedad a nivel de las personas. Si además logramos vacunas que eviten la transmisión del virus, controlaremos mucho antes la enfermedad de las poblaciones, que es lo que implica la pandemia. Pero todo esto, desgraciadamente, no va a pasar en pocos meses ni las vacunas serán 100% eficaces en sus logros. Si la opinión pública se convence de que sí, de que muy pronto todo volverá a ser como antes, la esperanza de hoy se convertirá en descrédito mañana y, posiblemente, en otros muchos sentimientos negativos que impactarán sobre las campañas de vacunación, y no solo las del covid-19. Y si perdemos credibilidad en las vacunas nos jugamos parte de los dos a tres millones de vidas que salvan cada año las vacunas actuales.

El esfuerzo de la comunidad científica y la farmacéutica en desarrollar no una sino más de un centenar de vacunas de características muy variadas que podrían permitirnos primero aliviar y, paulatinamente, ir erradicando la enfermedad de todos los países del mundo, es enorme. La estrategia empresarial de los fabricantes de vacunas y su comunicación por parte de los medios, aunque venga dictada por las buenas intenciones, no ayuda a conseguir el equilibrio entre comunicar esperanza y el rigor de reconocer las limitaciones de cada vacuna. También resulta necesario conocer que hace falta tiempo para la realización de ensayos clínicos que confirmen la seguridad de la vacunación, su eficacia y utilidad, así como para fabricar los miles de millones de dosis necesarias.

En España, afortunadamente, existe un alto porcentaje de confianza en las vacunas que no debemos dilapidar. Una de las principales suspicacias que han aparecido con el desarrollo de una vacuna para el covid-19 es la velocidad con la que se está llevando a cabo el proceso. Cuando la farmacéutica AstraZeneca, que en aquel momento era el proyecto más avanzado, paró los ensayos clínicos en su prototipo de vacuna por la enfermedad de un participante, se tomó en un principio como una decepción. Sin embargo, supuso una oportunidad para demostrar que la seguridad de las futuras vacunas estaba siendo muy vigilada por los organismos reguladores y que no se iba a hipotecar la seguridad en favor de una mayor velocidad por terminar la carrera. Las matizaciones públicas de muchos científicos al comunicado de Pfizer, al que, por cierto, la empresa estaba obligada por la ley estadounidense, demuestran de nuevo que las farmacéuticas nunca habían tenido tantos ojos pendientes de su trabajo. Se debe hacer énfasis en estos alegatos basados en hechos objetivos a favor de la seguridad de las futuras vacunas para evitar la desconfianza que se haya podido generar por el recorte de plazos.

El desarrollo y la obtención de vacunas para combatir el covid-19 no solo será muy probablemente la solución para la pandemia y supondrá la vuelta a la normalidad, sino que constituye un auténtico examen del papel de los medios de comunicación y de la divulgación científica. ¿Aprovecharemos la oportunidad para eliminar una cierta reticencia a las vacunas? Dado que la mayoría de la gente afortunadamente no conoce los efectos de enfermedades como el sarampión o la polio, vacunarse constituye casi un acto de fe en la ciencia y la medicina. Es la primera vez que, si hacemos bien nuestro trabajo, vamos a poder observar en directo las consecuencias de que una vacuna funcione. Cuando llegue la vacuna del covid-19, las sociedades occidentales van a comprender en profundidad aquella estupenda campaña de Médicos sin Fronteras: “Hay algo que da más miedo que las vacunas: no tenerlas”. Tenemos que trabajar juntos, investigadores y medios de comunicación, para lograr que la sociedad postcovid se rija por los hechos objetivos en mayor medida que la sociedad previa. Grandes problemas eclipsados por la pandemia nos están esperando, como el cambio climático, el desarrollo sostenible, la salud global, incluyendo el acceso adecuado a la nutrición en todo el planeta, entre otros.

Hay momentos en los que ciertas frases cobran un sentido especial. Carl Sagan dijo: “Vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y la tecnología y en la que nadie sabe nada de estos temas. Ello constituye una fórmula segura para el desastre”. Hoy, que hemos depositado muchas de nuestras esperanzas en la ciencia y la tecnología, solo evitaremos el desastre que predijo Sagan fomentando el pensamiento crítico, sustentado por la educación, así como por medios y fuentes de información fiables, necesariamente incluyendo a los propios investigadores. Por lo tanto, informemos bien y con precisión, sin caer en falsas esperanzas ni en la posverdad inadvertida.

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*Begoña García Sastre y Enrique J. de la Rosa (Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas CSIC), Margarita del Val (Centro de Biología Molecular Severo Ochoa CSIC-UAM)

*Este artículo está publicado en el número de diciembre de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquíaquí

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