'Dietland': hambre de revolución

La secuencia de créditos que abre cada capítulo de Dietland, que este verano ha estrenado su primera temporada, disponible en Amazon Prime Video, da una idea del extraño tono de la serie. En una colorida animación, una mujer con sobrepeso escala por una montaña de dulces que podrían habitar el universo de Willy Wonka. Cuanto más avanza, más peso pierde, pero, en su lucha por llegar a la cima, va dejando atrás el color de sus mejillas y su aparente salud, hasta acabar convertida en un siniestro esqueleto que continúa arrastrándose. Cuando está a punto de alcanzar la cima, la mujer se desploma, muerta. Y se supone, hay que decirlo, que Dietland es una comedia. 

No es casualidad que las primeras reseñas de la serie de AMC estrenada en junio en Estados Unidos contuviera adjetivos como "desconcertante" o "caótica". La producción se mueve en un terreno peligroso, tanto en el género escogido como en su fondo político. Está basada en la novela del mismo nombre, que supuso el debut de Sarai Walker hace ya tres años y traducido al español por Carmot Press este mismo 2018. Si entonces los críticos señalaban la audaz mezcla de géneros del libro —Walker dijo haber comenzado a escribir buscando un Club de la lucha femenino—, la showrunner Marti Noxon, responsable de la adaptación, guionista y coproductora de series como Buffy, cazavampiros y cocreadora de UnREALBuffy, cazavampirosUnREAL, tampoco iba a despreciar la posibilidad de reproducir esos malabares estilísticos en televisión. 

Dietland podría parecer chick lit, el término en inglés, evidentemente despreciativo, para la literatura para mujeres. O al menos podría parecerlo parte de su argumento: Plum Kettle (Joy Nash) es una mujer gorda que trabaja para la magnate de las revistas femeninas Kitty Montgomery (Julianna Margulies, la Alicia de The good wife), respondiendo en su lugar las numerosas cartas que le dirigen sus desesperadas lectoras adolescentes. Menos adecuada a las reglas del género resulta otra parte de la trama: Kettle, que se prepara para una operación de balón gástrico, acaba colaborando en una especie de sociedad (¿secreta?) feminista llamada Casa Calliope y dirigida por Verena Baptist (Robin Weigert), la heredera arrepentida de una gurú de las dietas a la que Plum seguía con devoción. El tercer hilo que teje la producción resulta todavía más alejado del rosa: una suerte de grupo terrorista feminista llamado —brillante y sencillamente— Jennifer secuestra, amordaza y arroja desde los aires a hombres acusados de cometer abusos sexuales contra menores. 

Noxon no es conocida, precisamente, por su gusto por el realismo. Las series en las que ha colaborado —habría que añadir Anatomía de Grey, Mad Men o Glee, aunque también la mucho más pegada a la tierra Heridas abiertas, también analizada en esta sección— están más interesadas en el juego de códigos y tonos que en el respeto a la verosimilitud. En ese sentido, la animación de los créditos descrita más arriba resulta reveladora. Está el mito del patito feo, traducido por las revistas femeninas y una cierta literatura comercial destinada a las mujeres en la historia de la chica que consigue ser su mejor yo luchando contra sus apetitos y sus impulsos. Y está el igualmente mítico relato de la manzana envenenada, la muerte que se esconde en la belleza. 

Así funciona toda Dietland. Está la sátira que se presupone a las obras que miran con acidez al mundo de la moda y las dietas: "Mi estómago está siempre vacío", le dime Plum a la animadora de su grupo de vigilancia del peso, a lo que ella contesta: "¡Bien por ti!". Pero debajo de esa primera capa hay otras muchas, más oscuras e inquietantes. Las cartas que Kitty Montgomery recibe contienen relatos a priori inocentes de chicas que odian sus cejas o su pelo, pero hay otros —la serie muestra flashes breves y durísimos— de autolesiones y trastornos alimenticios. El tono mordaz de los episodios se ve interrumpido por las fantasías y pesadillas de Plum, representadas mediante animación, en las que la protagonista se muestra como un dibujo casi informe, grisáceo y de mirada perdida. Así es como se ve ella: como un infraser oscuro y blando. No es de extrañar: el acoso y el desprecio que recibe Plum se reconcilian difícilmente con el espíritu cómico de la serie. Dietland parece decir que el "complejo industrial del autodesprecio", como define un personaje la industria de la belleza, tiene consecuencias tan sombrías que estas no pueden ser señaladas solo a través del ingenio o inteligencia de los personajes femeninos que suelen protagonizar los libros dedicados a cuestionarlo. Que hace falta no solo otro tipo de discurso, sino otro código. 

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Y luego está Jennifer. La crítica estadounidense no ha dudado en señalar las obvias conexiones entre la producción y el discurso feminista que lucha por abrirse paso, materializado allí en el movimiento #MeToo. La más evidente sería la existencia de unas vengadoras que, ante la falta de respuesta de la justicia, deciden castigar ellas mismas a los abusadores. Una de sus víctimas tiene incluso un claro parecido físico con el fotógrafo Terry Richardson, niño mimado de la moda acusado de abusos sexuales por más de una decena de mujeres. Y de hecho la serie todavía estaba en producción cuando salieron a la luz las acusaciones de violación, abuso y acoso contra el productor cinematográfico Harvey Weinstein. "Fue una especie de confirmación una vez y otra y otra", decía Joy Nash al respecto, "de que lo que estábamos haciendo era importante".

Las acciones de Jennifer están retratadas con otros colores y otro tipo de montaje, más rápido y seco. Las breves secuencias en las que aparece el grupo en los primeros capítulos no son heroicas ni agradables. Y sin embargo, cuando los personajes femeninos de la serie comentan en susurros sus asesinatos, lo hacen con cierta alegría irreprimible que tratan de ocultar bajo firmes muestras de rechazo. Las mujeres de Dietland tienen hambre. Y no parece que vayan a seguir la misma suerte que el personaje que desfallece tratando de alcanzar la cima. 

 

La secuencia de créditos que abre cada capítulo de Dietland, que este verano ha estrenado su primera temporada, disponible en Amazon Prime Video, da una idea del extraño tono de la serie. En una colorida animación, una mujer con sobrepeso escala por una montaña de dulces que podrían habitar el universo de Willy Wonka. Cuanto más avanza, más peso pierde, pero, en su lucha por llegar a la cima, va dejando atrás el color de sus mejillas y su aparente salud, hasta acabar convertida en un siniestro esqueleto que continúa arrastrándose. Cuando está a punto de alcanzar la cima, la mujer se desploma, muerta. Y se supone, hay que decirlo, que Dietland es una comedia. 

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