'Pose': robar las joyas, abrir la casa

La primera secuencia de Pose pretende encapsular tanto el propósito de la serie como el propósito del fenómeno cultural que homenajea y retrata. No es humilde ni sutil, pero el showrunner Ryan Murphy (cocreador junto a su colaborador habitual Brad Falchuk y el recién llegado Steven Canals) no es célebre precisamente por ninguna de esas dos cualidades. Producciones como Glee, American Horror Story o Feud son conocidas por sus excesos estéticos, sus juegos nada discretos con la cultura popular y su gusto por el melodrama. Pero también por su conexión más o menos subterránea con la comunidad queer, que ve en ellas representaciones modernas de una cultura propia. Pose es el epítome de todo esto. 

Los miembros de la Casa de la Abundancia (luego sabremos lo que es una casa en este contexto) llegan al museo. Dentro, una exposición sobre los atuendos de la realeza, ese mito lejano para el Nueva York de los ochenta. La realeza es, precisamente, la temática de la próxima competición de baile en la que participarán. Van a tomar ideas, piensa el espectador. Pero, cuando la megafonía anuncia el cierre del centro, los jóvenes —chicos negros o latinos, LGTB, ataviados con ropas chillonas y despreciados por los guardias— se esconden por la sala: el museo baja la persiana con ellos dentro. Porque los intrusos no están aquí para tomar ideas, sino para robar la joyería y los trajes. Con las ropas en bolsas de basura, se dirigen a un hangar donde se celebra el concurso. Ataviados con miriñaques y perlas, la casa se hace con el trofeo. Más tarde se nos cuenta que el museo no les denunciará: nadie puede saber que un puñado de reinas ha conseguido burlar su sistema de seguridad. 

Pose, una producción de FX que puede verse en España a través de la plataforma HBO, homenajea la escena del voguevogue. No la revista, sino el baile/cultura/fenómeno underground surgido en Estados Unidos hace más de tres décadas, también conocido como voguing. El mismo que replicó Madonna en Vogue Vogue, el mismo que retratóJennie Livingston en su documental de culto Paris is burning, el mismo del que bebe el millonario reality show DruPaul's Drag Race, el mismo que ha dado lugar a análisis críticos como los exhibidos en la muestra Elements of Vogue durante la pasada temporada en el Centro de Arte 2 de Mayo. El vogue, creado por y para las comunidades afro y LGTBI, consistía en combates que aunaban pasarela y danza y que enfrentaban performers organizados en torno a casas. Siguiendo una temática dada —desde la alta costura hasta lo militar—, cada miembro o cada equipo tenía que demostrar tener más clase, recursos y carisma que sus oponentes. Frente a ellos, un maestro de ceremonias y un jurado especializado; en torno a ellos, un público comprometido y ruidoso. El premio: prestigio y respeto. 

Hacer voguing significaba robar las joyas. Robarle al mundo blanco, heteronormativo y rico que había allá afuera, vestirse con sus lujos e imitarlo, convirtiéndolo en algo completamente distinto. Los desfiles que remedaban el estilo de los ejecutivos de Wall Street o la feminidad modesta de las chicas del tiempo funcionaban como sátira, pero también como construcción de otro significado del prestigio y el éxito en una era gobernada por la estética de los corredores de bolsa, la cocaína y la presidencia de Ronald Reagan. Los ballrooms suponían construir otro mundo en el que las mujeres trans eran consideradas mujeres, en el que la belleza negra era considerada belleza y en el que la cultura hegemónica era una cultura levantada, con sus propios códigos y lenguajes, por los integrantes de una comunidad marginada. Allí no existía la miseria, ni la violencia, ni la enfermedad. Solo la purpurina y la fuerza de los cortantes movimientos de baile. 

Por eso, que una gran cadena estadounidense como FX dedique sus recursos a Pose también significa robar las joyas. La serie incluye un elenco mayoritariamente negro, una participación de actores trans histórica y decenas de personajes trans. La escritora Janet Mock, que también pertenece a esta comunidad, ha escrito o coescrito tres de los ocho capítulos de la temporada y dirige uno de ellos, convirtiéndose en la primera mujer trans no blanca en escribir y dirigir un episodio en televisión. En Pose, el protagonismo está ocupado por personajes habitualmente secundarios, y los protagonistas de siempre pasan a un segundo plano. Está, por ejemplo, Blanca Evangelista (Mj Rodríguez), fundadora de la nueva Casa Evangelista, una trans racializada a la que le acaban de comunicar que su test de VIH ha dado positivo. Rodríguez es una mujer trans educada en la escena del voguing, además de en el prestigioso Berklee College of Music. También está Angel Evangelista (Indya Moore), una trabajadora sexual trans que acompañará a Blanca en su nueva casa. Moore es una jovencísima actriz y modelo trans que sufrió, como su personaje, la transfobia de su propia familia, que le dio la espalda siendo solo una adolescente. 

Y esto nos lleva a otra de las secuencias del primer capítulo. Las casas de la escena vogue no son solo grupos de baile. Son casas de verdad. Hogares. Pose presenta también la historia de Damon Richards-Evangelista (Ryan Jamaal Swain), un chico de 17 años al que su familia echa de casa debido a su homosexualidad. Después de pasar unas noches en la calle, Blanca le recoge, le da un techo, una meta —entrar en una escuela de danza—, una guía moral, cariño, una figura materna. Con ello, le ofrece una comunidad y una identidad, un oasis en una sociedad que le ha negado y va a negarle todo eso. Si la serie de FX quiere robar las joyas, también quiere convertirse en una casa para aquellos que no se han sentido representados en más de medio siglo de televisión y en una década larga de la nueva Edad de Oro de las series. En el capítulo piloto, Damon llama a la puerta de Blanca: 

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—No tengo adonde ir —dice el adolescente, quemando su último cartucho.  

—Pasa —responde ella. 

 

La primera secuencia de Pose pretende encapsular tanto el propósito de la serie como el propósito del fenómeno cultural que homenajea y retrata. No es humilde ni sutil, pero el showrunner Ryan Murphy (cocreador junto a su colaborador habitual Brad Falchuk y el recién llegado Steven Canals) no es célebre precisamente por ninguna de esas dos cualidades. Producciones como Glee, American Horror Story o Feud son conocidas por sus excesos estéticos, sus juegos nada discretos con la cultura popular y su gusto por el melodrama. Pero también por su conexión más o menos subterránea con la comunidad queer, que ve en ellas representaciones modernas de una cultura propia. Pose es el epítome de todo esto. 

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