Juan Soto Ivars: “El peor enemigo de la gente de izquierdas es la gente de izquierdas”

El escritor, columnista y comentarista Juan Soto Ivars (Águilas, 1985) acaba de publicar una nueva novela titulada Nadie se va a reír, en la que parte de un hecho real para desarrollar una historia en la que critica abiertamente algunos fenómenos de nuestro tiempo como el sensacionalismo imparable de la prensa o el disparate judicial que suponen algunas sentencias. Soto Ivars es ampliamente conocido por sus apariciones en diferentes medios audiovisuales, donde es habitual que destaque por sus posiciones siempre alejadas de la ortodoxia o del partidismo más predecible.  

Buscar la polémica

“Vivimos envueltos en la polémica permanente. Antes tenía una actitud bastante provocadora, porque me divertía mucho ver ciertas reacciones. La provocación me parecía como un ejercicio casi lúdico cuando era más joven. Después ha ido derivando hacia otra forma de trabajar, que no es buscar la provocación sino encontrármela. Ante cualquier situación que ocurra en la actualidad es muy fácil anticipar cuáles van a ser las opiniones de un lado y de otro. Entonces, lo que intento es aislarme de las opiniones que se están emitiendo sobre un tema de actualidad e intentar pensar desde un punto de vista muy, muy, muy sui generis, muy mío, y no tamizado por lo que se espera que uno deba decir. Creo que ahora no hace falta ser provocador para provocar. Hay muchísimas posibilidades de que cualquier opinión que no se adapte a los a la ortodoxia que se espera produzca una reacción”.

Miedo a los suscriptores

“¿A quién le tiene más miedo un periodista de infoLibre: a las eléctricas, al Gobierno, a un juez o a sus propios suscriptores? Como hay tanta pobreza en los medios, al final se ha optado por la suscripción. Al final, tengo la impresión de que como el cliente siempre tiene la razón, en un medio de comunicación esa máxima capitalista se vuelve muy peligrosa. De todas las censuras, la más terrible, en la experiencia diaria de todos los que trabajan en los medios, es la de sus propios lectores. Tenemos mucho más miedo a la gente y es natural que temamos a aquella que más o menos está en nuestra línea, porque son los que vigilan que no nos salgamos de ella. Uno, dentro de un medio, puede intuir cuál va a ser la reacción de los lectores, pero no puede tampoco anticiparse demasiado. Tengo la impresión de que la tropa periodística vive bastante limitada por los sesgos de los lectores más fieles del medio, en este caso de los suscriptores”.

Votar y odiar a la izquierda

“Me considero el típico votante de izquierda que odia a la izquierda por encima de todas las cosas. Uno vota a la izquierda sabiendo que en lo económico tiene unas limitaciones escalofriantes. A mí me pone las tripas del revés ese empeño que tiene la izquierda en decirle a la gente cómo tiene que ser, que hablar, que pensar o que comportarse. El peor enemigo de la gente de izquierdas es la gente de izquierdas porque inmediatamente te pueden expulsar. Considero que es sagrado ir a los temas que te interesan, sin preocuparte de lo que van a decir de ti. Echo mucho de menos una izquierda libertaria, anarquista, que se parezca al anarquismo español y que abrace otra vez la libertad como un valor. El neoliberalismo ha convertido la libertad en una cosa de derechas para mucha gente. Ayuso utilizaba la palabra libertad en su campaña y parece que ya se identifica con la derecha”.

Sin redes sociales

“Hace un año y medio ya tomé la decisión más sabia que he tomado nunca con las redes sociales y fue salir de ellas. No tengo ni las claves de mi Twitter. Me lo lleva una persona que tengo contratada, que sólo sube los artículos que publico. Tampoco tengo WhatsApp, ya no tengo ninguna. No nos damos cuenta, hasta que dejamos una red social, del daño que nos está haciendo. Yo en Twitter, cuando lo usaba, he sido mucho peor persona de lo que he sido fuera. Nunca he podido argumentar porque la estructura tan corta de los tuits impide una argumentación mínimamente elaborada y es como una invitación al bocachanclismo. Están hechas para personas como yo, que soy bastante bocachancla. Una red social como Twitter es una invitación a cagarla una vez detrás de otra. Recomiendo que salgamos de ahí. A mí me ha ido muy bien, quizá porque soy un poco gilipollas”. 

Elon Musk

“Cuando Elon Musk dijo que quería comprar Twitter me hacía gracia que se dijera que iba a ser un pozo de odio. Twitter siempre ha sido un absoluto pozo de odio y de violencia verbal. Pero claro, la entrada efectiva de Musk está siendo muy ridícula. Tiene una chulería muy trumpista. Es un tipo muy genial, al estilo de los empresarios de Silicon Valley, pero que parece que no reflexiona demasiado antes de tomar decisiones. Espero que Musk, por su malísima gestión, destruya Twitter. Sería algo que le agradecería mucho. Desearía que hundiera la compañía y desapareciera de la faz de la tierra, aunque a continuación aparecería otra cosa peor, estoy seguro. No creo que Musk deba ser un modelo de nada, pero como personaje, para seguir su vida y para que hagan un documental sobre él, me parece fascinante. Es como un malo de las películas de James Bond. Al menos, espero que no se presente a presidente de EEUU”.

No a WhatsApp

“Tengo seis jefes, ¡cómo voy a tener WhatsApp! Sería insoportable. Tuve WhatsApp, pero lo que he descubierto es que para el trabajo no es necesario. Cuando hay algo importante, te llaman por teléfono y te quitas todo ese spam en el que vive la gente que tiene WhatsApp por el trabajo, que es seguir trabajando cuando a cualquiera de tus jefes o compañeros se le ponga en las narices. No hay ningún control. Creo que tendría que estar prohibido que tu jefe te escribiera fuera del horario en que tú estás trabajando. WhatsApp para los trabajadores es una prolongación infinita del horario de oficina, una permanente intromisión ilegítima en tu intimidad y una permanente distracción de tu atención. La tecnología es muy peligrosa, toma sus propias decisiones, se inventa para algo y las consecuencias son un poco imprevistas. ¡Me estoy convirtiendo en un ludita, tío!”. 

Crispación social

“La crispación que hay en las redes sociales no sé hasta qué punto se ha traducido a las relaciones personales. Me imagino que afecta. Pero donde se ha trasladado de manera absoluta es al Congreso de los Diputados. Ya sabemos que los spin doctors están creando unos discursos que están hechos para que se hagan virales en las redes. Es la política institucional, que está muy sometida al funcionamiento de las redes sociales. Es el zasca, es la ausencia de conversación: yo suelto mi lema, tú sueltas el tuyo, yo suelto mi lema, tú sueltas el tuyo, etc. No es que antes la política fuera una cosa muy bizantina y de una excelente salud en cuanto al intercambio de ideas o el debate. Ya se hablaba de la crispación en tiempos de Zapatero. Pero ahora, tengo la impresión de que ese funcionamiento de que el zasca, la moneda de cambio de las conversaciones típicas en Twitter, se ha trasladado de manera total a la política”.

La nueva censura

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“En mi libro Arden las redes intentaba responder a una pregunta: ¿por qué tanta gente está empezando a tener miedo de expresar sus opiniones en las redes sociales? Si nos han dado, supuestamente, esa libertad de expresión absoluta para que cada ciudadano pueda transmitir al resto su forma de ver el mundo, ¿por qué cada vez hay más gente que borra un tuit antes de darle a publicar? La conclusión final era que la censura no necesariamente ya mana del poder. Ya no es una censura vertical. La nueva censura es el miedo a decir ciertas cosas, no porque venga la policía a detenerte o un juez a meterte en la cárcel, sino por la reacción de tus semejantes. Una reacción que en las redes sociales es visible, rápida y, a veces, de una contundencia terrorífica. Eso genera un terror a quedarse solo. Y, por esto, mucha gente se calla ciertas cosas que piensa”. 

Informarse hoy en día

“La prensa tiene un papel muy difícil en una sociedad donde la información se ha convertido en un problema por la magnitud, por el bombardeo continuo de información. Hoy una persona informada es difícil saber lo que es, porque todo depende mucho de las fuentes. Hay visiones contrapuestas y se relativiza el peso de los hechos. La prensa que participa de eso, participa de la confusión. Hay lenguajes diferentes. Las palabras no significan lo mismo, ni pesan lo mismo en los distintos bandos ideológicos. Y considero que la prensa ha tenido ahí un papel muy activo, junto con las redes sociales, en agrandar unas divisiones, que ya no es que alimenten la sana polémica en torno a temas complicados, sino que hace muy difícil que posturas políticas diferentes lleguen a comunicarse. En ese proceso la prensa no ha sabido, o no ha querido, tomar una posición mediadora. La prensa en general, aunque hay excepciones, alimenta esa fractura en el lenguaje entre los que piensan diferente”. 

Nadie se va a reír

“Es una novela basada en un hecho real que sucede en España en los últimos años sobre un grupo de activistas artistas que se dedican a hacer intervenciones en la realidad para cazar a la prensa. Llevan a cabo una acción que pretende criticar el sensacionalismo mediático en torno al caso de La Manada. Hacen una web que finge ofertar un tour turístico por Pamplona por los lugares de la violación. Este tour no existe. Lo que ellos quieren es cazar a la prensa. Terminan denunciados y condenados en una sentencia que es escalofriante, que toma el relato mediático como verdad y el mensaje irónico por su lectura literal. Es una condena muy extraña. Anónimo García, el protagonista, está condenado a 18 meses de cárcel y una indemnización muy grande a la espera de que el Tribunal Constitucional decida si el juicio fue o no justo. Yo creo que no fue justo”.

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