¿Es verdad que el nivel de los estudiantes de hoy es tan bajo?

Albano de Alonso Paz

Vivimos en tiempos donde los mensajes que mejor se mueven son los populistas y demagógicos. Hay una corriente social que permanentemente pretende sabotear la estabilidad social en distintas esferas, y los medios parecen aprovecharse de ellos para lograr más éxito.

Más allá del debate ético que pueda abrirse sobre el papel de las empresas informativas a la hora de propagar noticias y reportajes de escaso rigor, la responsabilidad de la escuela y sus profesionales pasa por dotar de credibilidad a los mensajes que difunden al exterior. Está en juego nada más y nada menos que el papel que el sistema educativo tiene en la formación de mejores ciudadanos y ciudadanas para la sociedad.

En esa línea, es habitual en los últimos tiempos que se extienda como lugar común la imagen de una escuela que fracasa e instruye cada vez peor a unos estudiantes cada vez menos competentes (siempre mucho menos, claro está, que la generación anterior). Que el nivel educativo ha bajado no para de ser tema de conversación fácilmente replicable, con argumentos en contra que difícilmente se pueden espolear ya que es más fácil sumarse al pesimismo y al pánico que a la esperanza y a la posibilidad.

Pero, ¿es cierto que los estudiantes de hoy están peor que nunca? ¿Qué datos y circunstancias avalan este tipo de afirmaciones? En primer lugar, es difícil determinar cuál es la referencia exacta que se sigue para evaluar “el nivel” de los estudiantes que acaban la educación obligatoria hoy. Si nos atenemos a las cifras de titulados (cada vez más) y a los datos de abandono temprano (mucho mejores que los de hace décadas), no hay lugar para duda. Sin embargo, lo enrevesado de toda esta cuestión es que se piensa que los alumnos de hoy llegan cada vez más a estudios superiores porque los niveles de exigencia han descendido hasta umbrales insospechados. Digo de otra manera: se permite todo y se  “regalan” títulos.

No parece muy riguroso que nos empeñemos en seguir difundiendo percepciones sobre esta cuestión basadas en nuestras experiencias personales. Sobre todo porque, si somos docentes, veremos que los resultados que obtiene nuestro alumnado serán diversos en función de múltiples variables de complicado manejo. Es evidente que con el tiempo se ha pasado de una forma de enseñar a otra, y que lo que hacemos quienes seguimos marcados por nuestros sesgos es comparar la situación actual con la de épocas pasadas, cuando son incomparables. 

Las competencias, destrezas y habilidades que se requieren han cambiado sustancialmente con las transformaciones sociales

Así, es lógico que el alumnado de hoy salga perdiendo a priori, porque las competencias, destrezas y habilidades que se requieren han cambiado sustancialmente con las transformaciones sociales. Sin embargo, los prejuicios siguen actuando sobre nuestras ideas. Ya lo dicen Daniel Turienzo y Jesús Rogero en Educafakes (2024): “un sesgo frecuente de quienes emiten este juicio consiste en juzgar a las generaciones actuales desde la perspectiva de generaciones anteriores”.

Con todos sus defectos, la manera que parece más objetiva y rigurosa de conocer el funcionamiento de los procesos educativos y los aprendizajes del alumnado pasa por la revisión, caso a caso, de las pruebas externas de evaluación de diagnóstico que establece la ley. En estas se evalúan las competencias adquiridas por todos los estudiantes, una vez en la Primaria y otra en la Secundaria. Con esos resultados, si las condiciones de las pruebas se desarrollasen de manera óptima (ahí entramos en otro peliagudo asunto), estaríamos en disposición de averiguar cuál es el nivel en las destrezas lingüísticas y matemáticas de un alumnado concreto, con el fin de que cada colegio o instituto desarrolle su plan particular de mejora, siempre teniendo en cuenta su contexto. Todo lo demás parecen conjeturas de las que, reitero, hay que dudar por su escasa seriedad. 

Últimamente se usa mucho la prueba de acceso a la universidad (PAU) como termómetro del llamado “nivel” del alumnado. También pruebas internacionales impulsadas por entidades económicas como la OCDE. Hablo de pruebas como PISA. Sobre la primera, la famosa y ya cercana PAU, lo único que puedo decir es que mide, con notables diferencias según las regiones, los conocimientos y destrezas sólo de los chicos y chicas que quieren ir a la universidad unos años después de haber acabado de educación obligatoria. Es dudoso incluso su ajuste total a los currículos de Bachillerato y mucho menos de la ESO. Por ello, no parece que sirva para argumentar la caída de nivel de un sistema educativo cuyo armazón se sostiene en la etapa obligatoria, esto es, entre los seis y dieciséis años.

Sobre las pruebas de la OCDE, ¿qué les voy a decir? Pues que parten de muestras aleatorias que siempre se asocian a las características generales de cada región y entorno escolar donde se llevan a cabo. En el caso de PISA, en la que España participa desde el año 2000, se parte siempre de una evaluación competencial (no de las materias que cursa el alumnado), y eso no debe olvidarse. ¿Se trabajan exhaustivamente estas competencias en nuestras escuelas? 

A pesar de este matiz importante, es innegable que PISA tiene su interés sobre todo para establecer relaciones entre los resultados obtenidos y los datos de cada contexto (nivel de estudios de los padres, su ocupación, números de libros en el hogar, género, población migrante, la repetición, las estrategias de enseñanza que se usan, etc.). Sin embargo, utilizar sus resultados para hablar de caídas o subidas generalizadas de nivel es bastante descabellado. 

Por lo tanto, volvamos a la pregunta inicial: ¿saben los estudiantes cada vez menos? No lo podemos precisar porque depende de los criterios que se usen para realizar los análisis, así como de su concreción en cada contexto socioeducativo. Analizar caídas de rendimiento escolar sostenidas en el tiempo es básico para establecer posibles causas, implantar planes de mejora y, sobre todo, poder inyectar recursos en los entornos más necesitados. Pero ello siempre partiendo de las circunstancias concretas donde se dan esos retrocesos, que es lo importante.

Precisemos, pues, qué destrezas son las que dominan más o menos los alumnos de hoy: las digitales, las matemáticas, las científicas, el manejo de lenguas maternas o extranjeras en lo oral o lo escrito, la autonomía e iniciativa personal, el conocimiento del funcionamiento de nuestras sociedades y su conexión con las del pasado, etc. Una vez hecho, seamos lo suficientemente rigurosos para establecer dónde, cuándo y por qué hay sustanciales bajadas, si las hay. 

La desinformación, el populismo, las creencias y los mensajes catastrofistas poco ayudan en ese sentido, y más si quienes propagamos esa alarma social somos profesionales de la educación: piezas clave del sistema educativo y, por ello, los mejores ubicados desde nuestra experiencia para ser capaces de analizarlo junto a nuestros colegas en toda su complejidad.

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Albano de Alonso Paz es catedrático de Lengua y Literatura, profesor y Cruz al Mérito Civil por su labor en el campo de la enseñanza.

Albano de Alonso Paz

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