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Carmen Martín Gaite: lo importante es seguir hablando

La escritora Carmen Martín Gaite.

Jordi Pacheco

En 2020 se cumplen dos décadas de la muerte de Carmen Martín Gaite, una de las escritoras españolas más relevantes del siglo XX, autora de títulos como Entre visillos, Nubosidad variable o Usos amorosos de la postguerra española, ganadora del Nadal, del Nacional en dos ocasiones, del Anagrama de Ensayo y del Príncipe. Para acompañar ese aniversario, la editorial Siruela publica una nueva edición de El cuarto de atrás, prologada por Jordi Pacheco, periodista y colaborador de infoLibre y tintaLibre. Aquí recogemos un extracto de ese prólogo. 

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¿Por qué, cuando se habla de El cuarto de atrás, se insiste con tanta vehemencia en la importancia del interlocutor? Marcado por la regresión económica y un fuerte aislamiento como consecuencia de haber sido el único estado fascista que, habiendo apoyado a Hitler, sobrevivió en Europa, el paisaje de aquella España dominada por el régimen franquista era desolador. Sin embargo, a pesar del atraso, del hambre y la miseria que se había instalado en tantas regiones rurales de la península, en la ciudad hubo lugar para pequeños reductos de libertad que algunos supieron aprovechar. Tras graduarse en Filosofía y Letras, Martín Gaite dejó su Salamanca natal para trasladarse a Madrid a comienzos de la década de 1950. Allí conoció a una serie de personas decisivas en su vida. Entre ellas, Ignacio Aldecoa, quien le introdujo en los ambientes intelectuales de la capital, presentándole a personas como Medardo Fraile, Jesús Fernández Santos, Alfonso Sastre y Rafael Sánchez Ferlosio, con quien se acabaría casando tiempo después. Fue junto a esos amigos donde se forjó una manera de entender la vida y la literatura. El ambiente de la época, sin televisión, sin apenas coches, facilitaba el contacto humano. De modo que entre aquellos jóvenes se estableció un diálogo de interlocutores sedientos que, sin tener un duro, se las supieron ingeniar para pasárselo bien paseando, charlando y perdiendo el tiempo. Porque entonces “perder el tiempo era ganarlo”, como bien dijo la escritora en alguna ocasión rememorando aquellos años.

El estímulo que dio impulso a toda la obra posterior de Martín Gaite fue, precisamente, la capacidad de buscar constantemente a ese interlocutor, alguien con quien poder hablar y a quien poder escuchar. Sin importar que la aparición de ese alguien tenga lugar, como en el caso de El cuarto de atrás, en horas intempestivas; C, protagonista de la historia, no teme a ese hombre vestido de negro por más que su mera presencia le resulte perturbadora. Más bien le agradece la visita, porque lo importante para ella es poder seguir hablando. “Si tenemos miedo a los demás —decía la escritora en una de sus apariciones televisivas en la década de 1990— estamos muy solos”.

El desarrollo de las últimas décadas nos ha sumido de lleno en la vorágine de las nuevas tecnologías y la era digital. La costumbre de hablar se ha ido perdiendo progresivamente hasta el punto de que cada vez más las “conversaciones” se dan mediante redes sociales digitales y los omnipresentes dispositivos electrónicos. Y cuando se habla presencialmente, a menudo se hace con urgencia, bien sea bajo el pretexto de tener que ir hacia otro sitio, bien porque cada vez nos hemos vuelto seres más dispersos e inquietos, ávidos de inmediatez. De modo que si vas a entrar en El cuarto de atrás has de saber que se trata de tomarse una pausa para hablar, un espacio donde en modo alguno tienen cabida las prisas.

La autora de esta novela, que se forjó en una ciudad de provincias y pasó veranos enteros en una aldea gallega donde todo se hacía con calma y ponderación, considera la literatura un sucedáneo de la conversación. Si la vida real no ofrece espacios en los que poder conversar en condiciones óptimas, nada mejor que recurrir a la escritura. “En vista de que no encuentras ese interlocutor, te pones a escribir”, diría la escritora al periodista Joaquín Soler Serrano durante la entrevista realizada en A fondo, el mítico programa de TVE que entre 1976 y 1981 dio voz a las personalidades más destacadas del arte, las ciencias y la literatura.

La muerte de Franco en 1975 puso fin a una etapa de casi cuarenta años de oscuridad. Liberados del yugo del régimen, muchos sintieron entonces la necesidad vital de recapitular. Tal fue el caso de C, que en aquel momento estaba a punto de cumplir 50 años y sentía que con aquel histórico acontecimiento se cerraba un círculo en su vida. Hemos comentado de soslayo, un poco más arriba, que El cuarto de atrás, es en cierto modo un libro de memorias disfrazado de novela. Y efectivamente, así lo corroboran sus numerosos flashback. Sin embargo, el lector mínimamente avezado descubrirá pronto que no son unas memorias escritas “en plan libro de memorias”, de esas que proliferaron tanto tras la muerte del caudillo. C no cree en la literatura como crónica personal; y si bien siente la necesidad de plasmar sus vivencias de infancia y juventud, asume que solo lo hará si se le “ocurre una forma divertida de enhebrar [o desenhebrar] los recuerdos”, rechazando frontalmente la grandilocuencia que a menudo impregna las obras que relacionan recuerdos y datos personales de quien escribe; sin repetir lo que ya han hecho otros. Porque para C la literatura debe ser autosuficiente. Y el escritor, independientemente del tipo de obra que se propone llevar a cabo, está obligado a partir siempre de un planteamiento audaz que le haga evitar los lugares comunes. Así es como actúa C ante su interlocutor: en cada una de las respuestas que da a ese extraño entrevistador sin libreta ni magnetófono, la escritora se ve obligada a desviar las evocaciones de “su puro y libre surgir” y se ve impelida a ahondar un poco más para evitar lo que considera un recurso de manipulación. Porque este hombre, que la interpela con argucia entre pitillos y tazas de té con limón, “no se merece respuestas tópicas”.

La obra que tienes entre manos se enmarca en una de las etapas más brillantes en la producción literaria de Martín Gaite, una etapa que para muchos, empezando por ella misma, marcó un punto de inflexión en su obra. Fue en aquellos años cuando la escritora, tras concluir El proceso de Macanaz (1969), un ensayo histórico con cuyo proceso de redacción se dio cuenta de que tenía que limitarse a decir lo más esencial y significativo, empezó a sentirse verdaderamente satisfecha de su trabajo; acaso porque, tal como reconocía, a raíz de aquel ensayo comenzó a “escribir mejor, con más rigor y aplomo, sin prisas por terminar”. De aquel aprendizaje se benefició su posterior regreso a la ficción, que empezó con Retahílas (1974), siguió con Fragmentos de interior (1976) y concluyó con El cuarto de atrás (1978), novela que cerraba un ciclo sobresaliente y por la que obtuvo, además, el Premio Nacional de Literatura del mismo año.

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Como diría el crítico Ignacio Soldevila (1929-2008), Carmen Martín Gaite pertenece a esa categoría de novelistas con un mundo propio, autores que acaso son únicos gracias a su capacidad de dar rienda suelta a los fantasmas, inquietudes y pensamientos que pueblan su imaginación para convertirlos en obras literarias que alcanzan la condición de clásicas. “Todos tenemos un mundo propio. Y en mi caso, es cierto que me lo paso muy bien estando sola, con mi propio magín. Y eso creo que sale a relucir en El cuarto de atrás”, confesaba Martín Gaite a Soler Serrano.

Un último apunte antes de dejarte entrar en el cuarto de atrás. En la obra de Martín Gaite ocupa un papel fundamental la figura de la mujer —una cuestión que ha suscitado no pocos estudios—. Nótese, como mejor prueba de ello, la constelación femenina que gravita en torno a C en El cuarto de atrás: desde las evocaciones a las ya mencionadas visitas a modistas madrileñas junto a su hermana y su madre; las alusiones a la isla de Bergai (contracción de los apellidos Bermúdez y Gaite), un lugar imaginario creado junto a una de sus mejores amigas de la infancia usado por ambas para ponerse a resguardo de las inclemencias de la sociedad; los vivos recuerdos asociados a la figura de Carmencita Franco, hija del dictador; las coplas de Concha Piquer, las novelas rosas de la época, hasta llegar a la luminosa aparición de una chica joven que viste tejanos y chaqueta de hombre y despierta a C con un beso en la frente a las cinco de la mañana. Dicha joven evoca de un modo entrañable a Marta, la hija de la escritora, a quien llamaban La Torci y que falleció en 1985 a la edad de 29 años.

Desgarrada por la pérdida, Carmen Martín Gaite siguió viviendo del único modo que sabía: trabajando. Sin perder la cercanía y la afabilidad que la caracterizaban, siguió acudiendo allí donde la invitaban a hablar. Porque, ya lo hemos dicho, lo importante para ella fue siempre poder seguir hablando. Así en la vida como en la literatura. El cuarto de atrás es, pues, una invitación al diálogo con una mujer que nos abre la puerta a un mundo extraño y fascinante. Entra en él sin más preámbulos.

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