Las que acarician; las que matan

Mayte Mejía

En 1978, Silvio Rodríguez publicó el álbum Mujeres. El tema Te doy una canción estaba incluido en el mismo. Una de las estrofas de este poema dice: “[…] Te doy una canción con mis dos manos/con las mismas de matar […]”. Estos días que vivimos, amargos por el atentado mortal a la redacción del semanario satírico y progresista Charlie Hebdo –recuerdo también las caras sembradas de dolor en Nueva York, Nigeria, Madrid, Siria, Londres, Beirut… Y tantos otros perpetrados en Oriente y Occidente–, conducen mis ojos al acto reflejo de mirarme las manos, las mías y las del resto de personas que se cruzan en mi camino, y no doy crédito a cómo es posible que esa extremidad, acabada en cinco dedos que acarician, se convierta en verdugo despiadado que desahucia la paz y la libertad de nuestras vidas.

Quienes me conocen saben muy bien que soy una mujer con fuertes convicciones de izquierdas y no creyente. Sin embargo, en asuntos de la índole que hoy me lleva a escribir este artículo, la buena gente, sea cual sea la opción política que tengamos, condenamos todos juntos estos actos terribles y nos afligimos impotentes frente a la bestialidad que en ocasiones caracteriza al ser humano. Mi posición es inamovible: siempre del lado de las víctimas, de los más vulnerables y sensibles, de aquellos que se quedan indefensos, solos, huérfanos... Vivo cerca de donde estalló uno de los cuatro trenes del 11 de marzo. Conozco la mezcla de lágrimas con pólvora que queda en el ambiente, el olor de las calles despobladas, o, mejor dicho, cubiertas de bomberos que lloran, de policías que se derrumban, de equipos médicos que caen exhaustos, de ciudadanos que deambulan sin rumbo buscándose tal vez a sí mismos o a los suyos. Sé perfectamente cómo es la sensación, cuando la cabeza te deja reaccionar, de tener el corazón metido en un puño, por si al llamar a los conocidos no estuvieran todos… Pero también tengo que decir que el efecto dominó de la solidaridad en el planeta, esa espontaneidad maravillosa de salir a la calle inmediatamente a manifestar la repulsa, me devuelve la confianza y esperanza en la especie.

Siento mucha pena ahora mismo por las familias rotas que en estos momentos hay en París –como antes las hubo en otros países y mañana las habrá…–, damnificados todos ellos por el sinsentido de la barbarie: madres, abuelas, hermanas, hijos, padres, esposas, maridos, amigos, compañeros de ruta, de viaje, de ideales, de compromisos, de proyectos... “[…] Te doy una canción/como un disparo/como un libro/una palabra/una guerrilla […]/como doy el amor”. A los muertos. A los vivos.

Mayte Mejía es socia de infoLibre

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