Librepensadores

El derecho a la estupidez y la maldad

Fernando Pérez Martínez

Prefiero que se arruine la casa a que tú vivas en ella. Antes de que me pagues un modesto alquiler, elijo no recibir ingreso alguno. Para mí, es más rentable el aviso a navegantes dirigido a quienes están o estarán en situación parecida. Que vean en los telediarios que las frágiles vidas de los abuelos sacados por la fuerza pública de sus casas a las bravas por no poder pagar, aunque sólo sean 19 euros, no provoca motines entre la población, sino, todo lo más, un desagradable estremecimiento. Ese será el mensaje categórico que os envío.

Simples costes de intimidación, que me ahorrarán problemas futuros. Aquellos que están en la lista de desahucios sabrán elegir entre aguar la leche del biberón o pagar. Y saben que un poco de agua mata menos bebés que la intemperie. ¿Estupidez, maldad?

Tras más de medio siglo de acoso a los cubanos. Quién conoce, a quién le interesa conocer la lista de bajas que ha causado el prolongado bloqueo. Nadie se atreverá a echárnosla en cara. A cambio el mundo, intimidado, sabe que no cedemos ante la tenacidad de unos pocos millones de caribeños. Sesenta años antes los sacamos de las garras de la ridícula y tambaleante monarquía española. Íbamos a dejarla en manos de un liberador carismático devenido en tirano rojo por temor a causar unos pocos miles de víctimas, no nos iba a frenar la repugnancia a sacrificar un par de generaciones. No es nuestro estilo. No nos podemos permitir sensiblerías. ¿Maldad, estupidez?

Aunque digan que no lo harían los que carecen del argumento de la fuerza, mienten. Si la fuerza está de tu parte nadie rechaza ejercerla. La historia respalda estas palabras y acredita la veracidad de las mismas. Cuando se enfrentan fuerza y razón o fuerza y derecho, la baza se la lleva la fuerza. Y causaría risa lo contrario, pese a que con la boca pequeña se diga otra cosa. ¿Estupidez, maldad?

Vivimos un mundo habituado al triunfo de la fuerza sobre cualquier otra argumentación. Es por eso que elaboramos estrategias para disimular esta evidencia cuando nos ponemos estupendos y hacemos discursos sobre el derecho como norma suprema que preside nuestras vidas, fiel de la balanza que gobierna todas nuestras relaciones sociales. Engañamos conscientemente a nuestros hijos cuando les pintamos una sociedad, un mundo en el que la ley, la justicia, impera. Les inducimos a adecuar su conducta a esta ficción. Por qué. Lo mismo que con los reyes magos: ya se enterarán cuando sean mayores. ¿Maldad, estupidez?

¿Es posible crear una fuerza suprema con mayor potencia que cualquier otra individual y al servicio de la justicia y la razón? No es necesario crearla, ya la creamos: el estado civil de derecho basado en las leyes que nos dictó la razón.

La fuerza del Estado nos amparaba frente a los abusos de los poderosos con tentaciones tiránicas. Fruto del racionalismo, el Estado reclamó la soberanía que usurpaban los monarcas absolutos, dividió los poderes que acaparaba el absolutismo de los reyes de origen divino y sus cortesanos tiralevitas y estableció la división de poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. Lo teníamos y en la actualidad no podemos decirlo sin que el rubor de faltar flagrantemente a la verdad nos coloree las mejillas.

“El Estado soy yo”, proclamaba el monarca del Antiguo Régimen. ¿Quién es hoy el Estado? Los autores de los TTIP, los oligopolios internacionales, los dueños de capitales superiores al PIB de la mayoría de los estados modernos. Éstos son hoy los que imponen por la fuerza el derecho a la estupidez y la maldad.

Lo consentimos a través de los Gobiernos que elegimos cada cuatro años. ¿Maldad, estupidez?

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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