Ética y posicionamiento ideológico frente a los genocidas

Jesús Abderramán Álvarez-Sala

Cuando vemos a alguien que es capaz de justificar un genocidio o de dar la vuelta a los hechos para poner como víctimas a los genocidas, nos cuesta entender cuál es la razón. 

Todos hemos sido educados, más o menos, en los mismos principios éticos; todos sabemos lo que está bien y lo que está mal; sabemos que no es lícito, bajo ningún concepto, generar una hambruna mediante un bloqueo a una población civil, el bombardeo de hospitales, el bombardeo con fósforo blanco a campos de refugiados calcinando a sus habitantes, etc. Entonces, ¿por qué hay tantas personas que, olvidándose de los principios éticos universales en los que hemos crecido todos, pueden justificar hechos atroces y convertir a las víctimas en culpables? 

¿Es pura maldad? En la mayoría de los casos estoy seguro de que no. Entonces, ¿cuál puede ser la causa? Es, nuevamente, la banalidad del mal, que se substancia en las siguientes causas:

  • La cultura en la que estamos sumergidos y en la que lo importante soy yo, mi felicidad, y rechazar todo aquello que la pueda poner en peligro. Por eso se buscan excusas (ellos tienen la culpa) para quitar gravedad y poder permanecer en nuestra burbuja de espectadores felices. Es una visión de la vida equivocada que nos lleva a una existencia trivial y vacía. Buscan la felicidad centrándose en ellos mismos pero lo que encuentran es la depresión: el mundo está lleno de deprimidos que solo saben mirarse el ombligo. Esta actitud nos lleva a las dos siguientes razones: la aceptación de la ignorancia y el seguidismo de los que nos marcan el camino. Ambas están muy relacionadas.
  • El alarde de la ignorancia y el “muera la inteligencia”, que dijo Millán-Astray a Unamuno, no se defienden de forma tan visible, pero subyacen a muchos de estos comportamientos y actitudes. Muchos no quieren saber ni profundizar en los temas, no quieren discutir ni confrontar ideas. Son conscientes de que eso podría poner en peligro su endeble estructura ideológica y por ello solo quieren confirmar lo que quieren pensar. Los que dicen que no les gusta la política y que no quieren hablar de ella no es porque no tengan ideas políticas, es porque no quieren confrontar ideas. No les importa la verdad. De este modo, no quieren saber que cuando se creó el Estado de Israel en 1948 ya había una población en Palestina; que se provocó la Nakba –es decir, la expulsión de sus tierras de 700.000 palestinos–; que desde ese año, y ya antes, las violaciones de derechos humanos cometidas contra palestinos han sido constantes; que Israel ha provocado un apartheid vergonzoso; que las matanzas actuales no son las primeras: recordemos la masacre de Sabra y Chatila; que los colonos han estado robando tierras en Cisjordania con el apoyo del ejército; que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) disparaban fuego real a niños que les tiraban piedras; que estos mismos soldados machacaban los huesos de piernas y brazos de adolescentes palestinos; que les detenían de forma administrativa, es decir, sin cargos ni juicio, durante años…

Ahora estamos viendo un genocidio en directo: no podremos decir, como dijeron muchos alemanes de la década de 1940, que no sabíamos lo que estaba sucediendo

¡No quieren saber que esto no empezó el 7 de octubre de 2023! Este conflicto lleva muchos años. Pero que, en todo caso, nunca podría justificar la actuación de Israel.

Les importa el poder seguir manteniendo las ideas de quien les marca el camino. El pensar por uno mismo siempre significa un mayor esfuerzo que el seguir la ideología de alguien, aunque ésta sea inmoral o vaya en contra de los propios intereses. Los que se informan por TeleAyuso, es decir, Telemadrid, lo que quieren es cimentar las ideas que se difunden en ese medio. Esto se refuerza, además, para crear consonancia con su círculo de personas más cercano. 

Sorprende que la derecha antisemita ahora apoye al sionismo, pero es lógico en cierta medida: al pensamiento de derechas siempre le han gustado el poder y la fuerza, por lo que eligen ponerse del lado del más fuerte. Además, el componente individualista del pensamiento conservador es innegable; por ello, el “no me toques mi felicidad” arraiga con más fuerza en esta ideología.

La ética, para ser tal, ha de ser universal, y es la que nos conforma como seres humanos. Si anteponemos cualquier otra razón a ella, estaremos perdiendo gran parte de nuestra esencia y eso, al final, se paga caro.

Ahora estamos viendo un genocidio en directo: no podremos decir, como dijeron muchos alemanes de la década de 1940, que no sabíamos lo que estaba sucediendo.

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Jesús Abderramán Álvarez-Sala es socio de infoLibre

Jesús Abderramán Álvarez-Sala

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