Guatemala, 1996

Mercè Carandell Robusté

En la portada del periódico había una fotografía a todo color de dos hombres jóvenes en actitud de posar para las cámaras. Uno era indio, concretamente maya, la raza dominante en Guatemala; el otro, rubio. Ambos vestían pantalón tejano, camisetas chulas y gorras de esas que tanto gustan a los gringos. Llevaban deportivas costosas y lucían un corte de pelo a la moda que les sentaba muy bien. El pie de la foto era sorprendente: “Condenados a muerte por violar y matar a una niña de cuatro años”.

El caso provocó una respuesta en todo el mundo. Amnistía Internacional intercedió para que les cambiasen la pena de muerte por la perpetua e incluso el Papa de Roma, amén de todos los países demócratas, abogaron a su favor.

Durante días tuve oportunidad de leer sobre el caso y de contemplar boquiabierta las fotografías de los reclusos, que cada día lucían una ropa distinta y cara. “Tal vez piensan que son personajes importantes, me dije, saben que el mundo está pendiente de ellos; al fin y al cabo, han conseguido la fama”.

"Tal vez piensan que son personajes importantes, me dije, saben que el mundo está pendiente de ellos; al fin y al cabo, han conseguido la fama”

Y es que me extrañaba mucho que, en su situación, tuvieran ganas de arreglarse tanto.

Le expresé este sentimiento a mi compañero, y le conté mi teoría:

—Mira, le dije, en el tercer mundo la gente no solo es pobre, también está condenada a una vida gris. No tienen la oportunidad de hacer algo grande, ni de hacerse famosos. Todos los seres humanos somos iguales, y todos tenemos afán de notoriedad!

Estos chicos están aprovechando su funesta circunstancia para lucirse ante las cámaras. Saben que posiblemente morirán, pero el hecho de que todo el mundo hable de ellos les debe compensar. ¿Compensar? ¡Qué siniestro!

Mi compañero me contestó que yo era rematadamente rebuscada. Que las imágenes le parecían normales, que la ropa no quería decir nada, que mis teorías eran infundadas y que no valía la pena hablar más del caso.

Pero yo seguía comprando los periódicos para ver las declaraciones que aparecían día a día, en las que, por cierto, ellos explicaban anécdotas de sus vidas pero jamás les preguntaban sobre su “crimen y castigo”.

Por fin, a pesar de que la opinión internacional se oponía taxativamente a la pena de muerte, el presidente del gobierno, presionado por el ala más reaccionaria, dio la orden de ajusticiarlos en público.

El día de marras, para el fusilamiento, el chico rubio había elegido un jersey de color rojo, pantalones tejanos y zapatos náuticos. El indio un jersey azul claro a juego con unos tejanos y unas deportivas de una conocidísima marca, la cual, sospechaba yo, también aprovechaba el alcance de la noticia para publicitarlas.

—¿Has visto? — le dije a mi compañero.

—Bah…. paparruchadas tuyas, contestó, estoy más que harto de esa afición malsana a las situaciones macabras.

En los días sucesivos seguí comprando los periódicos, no me podía olvidar del caso; me preguntaba si era verdad que veía fantasmas donde no había más que ganas, por parte del gobierno, de incitar los instintos más bajos para distraer al pueblo de las pésimas condiciones del país. Dicho con un latinajo: Panem et Circenses.

Al cabo de una semana, una noticia reforzó mi hipótesis. En la portada, una fotografía de un pobre diablo indio con una cara diminuta medio tapada por un gran flequillo. Uno de esos que trabajan día y noche a cambio del sustento diario.

El pie de la foto: “Detenido por violar y matar a una niña de cuatro años”.

¡Idéntico al del caso de los chicos!

¿Casualidad o envidia de la Fama?

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Mercè Carandell Robusté es socia de infoLibre

Mercè Carandell Robusté

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