Qué insoportable es tener razón

Mariano Velasco Lizcano

Las cosas ocurren. A veces no se sabe por qué. Otras veces no conocemos ni el cómo, ni el cuándo. Pero las cosas ocurren —nos ocurren cada día—, y eso debe tener un sentido. Aunque en este momento en cuestión, no sepa ni el cómo, ni el porqué, ni el cuál, ni el hacia dónde de la cuestión que intento tratar.

Aunque lo cierto es que a mí, las mayores "ocurrencias" me suelen devenir tras el encuentro con alguna lectura —casi siempre casual—, que me produce la sensación de que es de aquellas que encierran en su seno algún tipo de enjundia especial; vamos, de esas lecturas breves: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno" —decía Gracián. Que te hacen parar y ponerte a pensar.

Pues algo así me ha ocurrido con la lectura de un breve artículo de la periodista y escritora Mercè Roura, en el que venía a cuestionar la validez del principio de "tener razón", o mejor aún, la cuestión de "creernos poseídos de razón y tenerla que defender, además".

"Mientras tuve razón jamás fui feliz, porque siempre estaba pendiente de defenderla y de casi imponerla" —dice la escritora. Aserto que casi ha llegado como un tremendo directo hacia mi ego personal. Sí; ese que cada día me mantiene en la creencia de "saberme con razón" porque me resulta tan evidente y obvia que no puedo entender que no la compartan los demás.

Y es que la cuestión no es saberse con razón o con "la razón" —ahora lo veo claro—, si no que no existe tal razón, al menos en el sentido de verdad que nos habría de mover a todos a actuar y comportarnos de cierto modo en nuestras relaciones con la sociedad. Porque de ser así, ésta se impondría al final; vamos, pienso yo. Y es que existen las razones de cada cual, eso sí. Y los razonamientos para defenderlas. Y estas razones y razonamientos suponen en realidad una carga tan pesada que en muchos casos puede llegar a ser insoportable de verdad.

Así que no estaría de más que dedicáramos algún tiempo a analizar el contenido de nuestras propias razones, esas que tantos recursos nos requieren cada día y que tanto nos cuesta defender, porque, ¿de dónde provienen? ¿Cuál es su fuente de objetividad y/o legitimidad?

A veces nuestras razones parecen provenir del derecho que otorga tanta injusticia como acumulamos en nuestro propio ser; o del que observamos a nuestro alrededor. Otras veces parecen provenir de imaginar historias casi siempre amargas. O de aquella tendencia nuestra a buscarle siempre tres pies al gato. En resumen, un mínimo análisis objetivo nos demostrará siempre que nuestras razones son fruto exclusivo de nuestra propia subjetividad. ¿Cómo pretendemos hacerlas objetivas y que los demás las acepten como tal?

Puede que la verdadera clave esté en el abandono de la lucha por la razón —por "nuestra razón", sostiene Mercè Roura—, porque con ello tendremos la posibilidad de conseguir algo que nunca llegaremos a alcanzar defendiendo nuestras razones: la paz con nuestro propio ser. Y solo en un estado de equilibrio y paz emocional podremos llegar a descubrir que no hay verdades indiscutibles y que lo más grande es aprender a vivir sin "tener razón", aceptando que no sabemos nada, y que por tanto hay que aprender a vivir sin esperar nada. Todo el que espera, desespera; y solo el que no espera estará en condición permanente de sorprenderse con cualquier cosa que llega.

Asumir que estamos aquí por algo y para algo, que solo somos el camino por recorrer en busca de nuestro destino. Esa debería ser la verdadera "razón" de nuestro ser, y no tanto ego y vanidad presentado como "verdades objetivas" que constantemente tenemos que defender.

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Mariano Velasco Lizcano es socio de infoLibre

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