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Izquierda española: entre la burbuja y la ciénaga

Joan Daniel Oliver

En primer lugar, una historia. Hace algunos años cuando en España reinaba Felipe Gonzalez y éramos más jóvenes e ingenuos, un grupo de amigos que nos autodefiníamos como ecologistas y nacionalistas de izquierdas decidimos formar un grupo político local para presentarnos a las elecciones municipales en un pueblo de Valencia. Un día nos reunimos para decidir cuál era nuestra opinión (como partido) sobre una resolución, ni siquiera recuerdo de qué, que había hecho el ayuntamiento y que, por supuesto, nosotros estábamos en contra. Tras horas de discusiones hicimos ocho propuestas alternativas a las del ayuntamiento. ¡Y eso que solamente éramos siete los reunidos! Tras la reunión, que fue la última, llegué a varias conclusiones (aparte de que la política no era lo mío): que ser a la vez ecologista, nacionalista y de izquierdas era en muchas ocasiones contradictorio y que en todo partido político se requería hablar menos y escuchar más, grandes dosis de modestia y buena dosis de docilidad para seguir a un líder que, paradójicamente, debería poseer grandes dosis de ambición y bastante soberbia.

Todo este preámbulo viene a propósito de la situación en que se encuentra la Izquierda en España y que a muchos de sus votantes nos tiene sumidos en el pozo de la depresión.

Tal vez lo tengamos merecido ya que la fidelidad, que en otros aspectos de la vida es muy valorada, si la aplicamos al hecho de votar a un partido de izquierdas nos resulta poco de izquierdas.

Si analizamos los últimos resultados electorales, los votantes de izquierdas pusieron (desde el punto de vista de los votos) a dos partidos, PSOE y Podemos, prácticamente en un empate técnico (con ligera ventaja socialista). Como saben todos los ecólogos, dos especies que compiten por el mismo recurso tienden a excluirse y una tiende a eliminar a la otra. De la misma manera PSOE y Podemos parecen competir a dentelladas por el mismo electorado, sabedores de que el trasvase de votos desde el electorado de derechas a la izquierda es insignificante y mientras el PP sobrevuela el campo de batalla sabedor de que el tiempo puede darle la victoria.

En principio el paisaje, aunque desolador, podría parecer recurrente debido a la histórica coexistencia de dos tradicionales partidos en la izquierda (PSOE e IU), pero, si se observa con detalle, el parecido es tan solo aparente. Si analizamos el voto por edades, se constata que PSOE y Podemos no obtienen sus votantes del mismo nicho electoral de izquierdas. Podemos obtiene el voto más joven mientras que el PSOE lo logra en el de más edad. En una situación normal y por razones biológicas, Podemos debería crecer y el PSOE menguar pero en España y más en la izquierda la normalidad no es la norma. Además, el PSOE sabe que antiguos (y potenciales) votantes les han abandonado por Podemos o se encuentran en el stand by de la abstención. Y de ahí su desolación.

El PSOE tiene historia (más de un siglo), ha gobernado muchos años (y con mayorías absolutas) y gobierna ininterrumpidamente en Andalucía. Hoy electoralmente parece estar en caída libre y, aunque en el fondo sabe el motivo, públicamente aparenta desconcierto y perplejidad. El problema del PSOE viene de lejos (el gobierno de Zapatero debería considerarse como un paréntesis provocado por la mala gestión del PP tras el trágico atentado) y tiene que ver con la docilidad de su militancia y la hartura a estar resignados por parte de sus votantes. Se gestó con políticos como Alfonso Guerra que sabían que para que un partido funcionara y se mantuviera en el poder debía tener un líder carismático e indiscutible (Felipe González) y pocas disidencias (“el que se mueva no sale en la foto”). Esta filosofía se siguió a rajatabla y todo joven militante socialista sabía que si quería hacer carrera política, debía tener pocas ideas propias (ser dócil), seguir al líder y tener paciencia ya que, si se portaba bien, con el tiempo ascendería en el escalafón. De los líderes actuales del PSOE, ¿se les conoce alguna actividad fuera del ámbito del partido? Pero el problema es que la “vida política” tiene un cupo y una fecha de caducidad: la cantidad cargos a repartir es limitada y una vez se tiene cargo la resistencia a abandonarlo (y más si es lo único que se tiene) acaba siendo numantina. La renovación se tiene que hacer con cuentagotas y premiar a los más disciplinados, que no son necesariamente los mejores. Con el tiempo el proyecto del PSOE, como partido de gobierno, muestra graves signos de una esclerosis provocada por la dócil inmovilidad y un agotamiento endogámico. Es incapaz de seducir al electorado joven y muchos de sus fieles votantes, hartos de decepciones, les han abandonado. Mientras, sus líderes, al igual que el cuadro de Goya, se enfrentan públicamente a garrotazos sin saber que están sobre una ciénaga y cada vez que se mueven se hunden cada vez más en el lodo. Solo les queda su historia, que no es poco y que puede convertirse al final en su tabla de salvación.

Pero hablemos de Podemos, un partido que se autopresenta como el futuro de la Izquierda y en el que muchos ciudadanos han (hemos) depositado buena dosis de esperanzas. Sus líderes son relativamente jóvenes y formados (profesores universitarios), se mueven a sus anchas en internet, se comunican por Twitter, han sido capaces de captar gran cantidad de votantes jóvenes y de otros, no tan jóvenes, que antes votaban a otros partidos (en ocasiones porque no había más remedio) y se ha convertido, en tiempo record, en un poderoso partido.

Pero el hecho de que muchos de sus líderes sean politólogos puede resultar más un inconveniente que una ventaja. Y si encima han pasado por el PCE peor todavía. Y no por sus ideas, sino por el tiempo que se pasan teorizando sobre ellas. Deberían saber que la acción política requiere urgencia: los parados si no trabajan no cobran, los refugiados si no se les socorre se ahogan en sus travesías, la educación si no se cuida se pierde una generación, si los servicios sanitarios tienen largas listas de espera hay gente que se muere esperando y un largo etcétera.

Desde que los elegimos se han pasado meses haciendo política de salón discutiendo sobre liderazgos o sobre la mejor manera de alcanzar el poder, en lugar de aportar propuestas (aunque estén en minoría) que puedan servir para solucionar los múltiples problemas que tenemos los ciudadanos. En cambio, ahora en lugar de propuestas nos cuentan que hay que seguir quejándose en la calle (reconquistar la calle). ¡Pues vale! Pero alguien debería decirle a Pablo Iglesias que ese tiempo pasó y que él, lamentablemente, se está convirtiendo en un político viejo antes de estrenarse que, por sobreexposición ,ha perdido la batalla de la imagen, que rezuma prepotencia y ansia de poder, que su discurso, aunque bueno en contenido, para algunos de los que tenemos más años nos suena a un rancio déjà vu anacrónico, en fin, que tristemente se está convirtiendo en un lastre para el propio PODEMOS. La derecha no es tonta y sabe perfectamente que una Ada Colau, una Carmena o incluso un Errejón son infinitamente más temibles (por moderados) que un Pablo Iglesias, a quien ya tienen amortizado.

Por último, una pequeña historia que no sé si me pasó, la leí o es inventada. Hace años tres amigos discutían en un bar sobre si los trabajadores vivían mejor en un régimen capitalista o bajo un régimen comunista. Uno defendía el capitalismo mientras otro defendía el comunismo. El tercero zanjó la discusión: se vive mejor en un régimen capitalista que tiene miedo a que gane el comunismo. La historia parece que le dio la razón a este tercero y esto deberían tenerlo en cuenta los líderes de Podemos. Muchos de sus votantes no les han votado para que manden sino de contrapeso, para que los que verdaderamente mandan tengan miedo de que puedan llegar al poder. No deberían tener duda (politólogos como son) que a lo máximo que pueden aspirar es a gobernar en coalición, lo que sería un éxito para la izquierda (y para la ciudadanía en general), y que, como he dicho antes, el votante de izquierda, es por naturaleza infiel y muchos, si se augura una posible victoria de un Podemos radical, tal vez se lo piensen mejor y cambien de voto. Me temo que algo de esto pasó en las últimas elecciones y que Podemos tan sólo sea una burbuja autodestructiva.

Joan Daniel Oliver es socio de infoLibre

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