Llanto y muerte del verde en Granada
Sucede en esta tierra aciaga, en las tierras de Granada, como en el resto de España. El hacha siempre dispuesta, motosierras preparadas y, como último recurso, las llamas, porque los árboles estorban, porque molestan sus ramas, porque duelen sus raíces a la tierra ancladas. A esto llaman progreso sin que caigan de vergüenza sus caras, con esa seguridad altanera que otorga saber que la ciudadanía todo lo traga, lo que escupen sus bocas en los mítines de campaña y lo que firman una vez que al poder se encaraman. Parecen no tener fondo las tragaderas ciudadanas y en ellas cabe todo: mentiras, bulos y estafas.
La clase política granadina parece profesar una profunda devoción a todo lo que sea “progresar” en contra de los derechos cívicos y en contra de la naturaleza, algo que hoy comparten Ayuntamiento, Diputación y Junta de Andalucía, porque la malafollá ha premiado en las urnas los atentados contra la salud y la higiene de las personas y el medio ambiente. Se sabe que no es patrimonio exclusivo de Granada y sus gentes, que ahí está como muestra lo de Doñana para consuelo de tontos. Lo de Granada para con su riqueza natural es pérfida cultura y cruenta tradición, como lo de asesinar a Lorca de cuando en cuando.
Los dos ríos de Granada, uno sangre y otro llanto, son metáforas de la Granada real, la del hacha, la del asfalto, la del incendio, la de la ceguera a medio y largo plazo, la del chavico malgastado, la acérrima abogada del cambio climático, la fiel aliada de todos los diablos. La tala de árboles en Granada es tan antigua como perversa. Las más recientes, llevadas a cabo en el eje Arabial–Palencia o en la Avenida de Andalucía, son un déjà vu que, por repetido, cansa, deja de ser noticia y lleva a la ciudadanía a entonar el falso estribillo de “todos los políticos son iguales”, verdadero si lo precediera un “casi...”.
La 'malafollá' ha premiado en las urnas los atentados contra la salud y la higiene de las personas y el medio ambiente
A punto de cumplirse un año del incendio que arrasó Los Guájares y el Valle de Lecrín, más de 5.000 hectáreas, casi nadie recuerda las documentadas advertencias sobre su intencionalidad relacionada con la instalación de tres parques eólicos por Villar Mir. En febrero, tan sólo 6 meses, la Junta de Andalucía autorizó la instalación de los tres primeros molinos en la zona, la misma Junta en la que Marifran Carazo dejó planificadas 3.400 camas turísticas y 2.500 plazas de aparcamiento nuevas en Sierra Nevada, la misma que autoriza a una embotelladora extraer más 250 millones de litros al año en plena época de sequía en Padul, a 1,4 km. del humedal integrado en el Parque Natural de Sierra Nevada, a 10 km. de la embotelladora de Dúrcal con similar capacidad. Otro proyecto pendiente es cementar Romayla, entre el Darro y la Alhambra.
La gris entrada asfaltada del río Genil a Granada y el acecho continuo del Ayuntamiento a los jardines del Paseo del Salón son dos muestras, sangre y llanto, de lo que son capaces de perpetrar las autoridades del bipartidismo capitalino en cualquier época. El atentado contra los jardines franceses del Salón se paró por los pelos, mientras el sufrido por el río fue inaugurado a bombo y platillo y aplaudido por la ciudadanía. “Por los pelos” significa que la voz indolente de Granada se levanta poco y mal por estos asuntos y que las esporádicas movilizaciones son secundadas de forma muy minoritaria, con más pena que gloria, por pocos más participantes que asociaciones convocantes.
PSOE y Partido Popular intercambian cada equis tiempo los papeles de poli bueno/poli malo sin apenas diferencias de calado en sus políticas ambientales. Habría que colocar una escultura de Atila en Puerta Real dedicada “A los próceres y al pueblo de Granada”. El cambio climático es una amenaza, a pesar del negacionismo, a medio y largo plazo y las políticas de las derechas lo son a corto, cortísimo, inminente plazo: YA.
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Verónica Barcina es socia de infoLibre.