No son sólo huesos
En España, un golpe de Estado en 1936, subvencionado por las clases más elitistas, los terratenientes, la Iglesia más ultraconservadora y perpetrado por los generales golpistas también más ultraconservadores, provocó una guerra cruenta, con la actuación avestruz del resto de Europa; una guerra donde se cometieron asesinatos indiscriminados y, lo peor, donde los más necesitados sufrieron las mayores consecuencias y pérdidas humanas. La derecha conservadora consideraba que había que hacer ese golpe porque la II República era un mal, cuando la realidad era la solución y estaba provocando la igualdad y el bienestar social de la ciudadanía más necesitada, eso sí, a costa de los que más tenían y también empezaba a quitar los privilegios que la Iglesia creía que “dios” les había dado por derecho propio. De ahí su sublevación y el golpe de Estado al poder legalmente establecido y que las urnas había refrendado meses antes.
Por si los tres años de destrucción, de humillaciones, de mentiras, de bombardeos indiscriminados contra la población civil, de ataques a gente de manera indiscriminada, no fuera poco, cuando acabó de manera hipócrita, con ayuda de gobiernos fascistas, los considerados vencedores pusieron en marcha uno de los genocidios mayores de los acontecidos en la época moderna. Miles de personas fueron perseguidas, humilladas, violadas, vejadas, encarceladas con juicios sumarísimos y, lo peor, asesinadas sólo por el hecho de haber defendido la república y el derecho constituyente. Muchos de esos asesinatos se hicieron con alevosía y con público presente para provocar el miedo y la sumisión de los que ellos llamaban “rojos de mierda” y gente a la que no debían respetar. Es más, se les asesinaba sin juicio, se les arrebataba los hijos, se les violaba y se les humillaba, para reírse de ellos e indicarles que eran “escoria” y, lo peor, NO SE LES DABA UNA SEPULTURA DIGNA, sino que se les metía en fosas, algunos incluso vivos todavía, o en las cunetas.
Todo sucedía ante la mirada de la Iglesia, que lo consentía, ante los terratenientes o clases elitistas que los denunciaban. Los herederos de esos genocidios son los que ahora pretenden no sólo reescribir la historia, sino que tratan a esos seres humanos humillados, vejados como seres humanos y asesinados cruelmente, como HUESOS. Lo hacen para continuar con su humillación, porque consideran que los huesos no son nada. Y si los huesos son y siempre serán seres humanos, que su única culpabilidad fue respetar las leyes aceptadas por todos y todas, su único delito fue defender una república que buscaba la igualdad y la libertad, mientras que los genocidas sólo buscaban continuar con sus privilegios y ante todo mantener un estatus medieval y de superioridad que nunca como seres humanos tuvieron , pese a vencer y asesinar y enterrar “esos huesos” que ahora no quieren dignificar. Por eso hablan de huesos.
Pero esos huesos son seres humanos que, con la ley de memoria histórica, con la nueva ley de memoria democrática, con la ayuda de algunas diputaciones, de algunas autonomías, ayuntamientos y del Estado español y sobre todo de las asociaciones de memoria histórica, están sacando de sus cunetas y fosas, donde cruelmente fueron tirados para que desaparecieran y, rescatados sus restos, darles dignidad y un entierro, y que los familiares que quedan, pocos por desgracia, les puedan enterrar junto a los suyos. No son sólo huesos, son seres humanos que necesitan dignidad, verdad, justicia y sobre todo reparación. Y sólo la derecha ultraconservadora, indigna, los ve como huesos, porque en el fondo “estos herederos” se consideran vencedores cuando en realidad fueron los perdedores, puesto que la libertad que durante más de 40 años con su dictadura genocida y otros 40 de una “falsa transición” han pretendido no han podido quitarles, pues de cada resto que se saca de una fosa o de una cuneta, sale un olor y un grito de LIBERTAD que lleva a continuar a los que estamos luchando por su dignidad a seguir pidiendo VERDAD , JUSTICIA Y REPARACIÓN y que por fin aquellos genocidas que todavía continúan viviendo sean condenados por asesinatos a la comunidad y paguen su condena desapareciendo sus nombres de las calles, plazas, paredes de las iglesias, pues su indignidad les ha servido para ver lo peor del ser humano, cuando se vuelve cruel, injusto y, lo peor, “asesino”. Ni los animales matan por matar. Esa es su indignidad mayor. Cada asesinado que se recupera hace que cientos de personas griten alto y bien fuerte LIBERTAD y NO SON SÓLO HUESOS. Eso les duele. Por eso los vencidos son ellos.
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Ximo Estal Lizondo es socio de infoLibre