Ibiza, finales de agosto. La tercera isla balear en extensión tras Mallorca y Menorca, con una población de 159.180 habitantes (INE 2023) se despierta, y no lo hace por voluntad propia: las placas tectónicas que dan forma y potencian el relieve económico insular no son los billetes británicos o alemanes que cada verano “asaltan” nuestras noticias, sino las comunidades migrantes que movilizan cada negocio, cada mañana, tarde y noche 24/7, sean andaluces, saharauis, latinoamericanos…
El ser y estar del lujo maquiavélico y feudal contemporáneo no se sustenta por sí solo: parte de la diáspora saharaui se asienta en chabolas en descampados, donde centenares de trabajadores duermen, descansan y conviven cuando acaban su jornada laboral, o al menos lo intentan, desde lavanderos que limpian sábanas y toallas de hoteles u organizan su logística y transporte, conductores de Uber que hacen malabares con el idioma para llevar a destino a sus clientes, hasta friegaplatos que responden a las avalanchas de cubertería como cualquier tenista lo haría ante un aluvión de pelotas del tenista Novak Djokovic... como buenamente pueda.
Parte del relato normalizado consiente que viven así por elección propia, para ganar más dinero y ahorrar, dejando en un segundo plano que, en España, en 2025, la plusvalía ya no solo la determina el beneficio empresarial sino el uso de casa y pisos como bienes de mercado –tanto caso Ábalos que los medios lo olvidan–, hecho con el cual los poderes públicos socavan el derecho constitucional de la vivienda: la velocidad de giro del turbocapitalismo es tal que genera una fuerza centrífuga que excluye en la periferia al verdadero motor de esta feria: la antigua clase trabajadora o, en los tiempos contemporáneos del neoliberalismo de Youtube, el actual individuo trabajador.
No viven allí porque quieran: los asentamientos los ha creado un Estado delgado cada día más debilitado por un rebaño súbdito del capitalismo salvaje en el que el lobo ya siquiera va a cazar ovejas, pues ellas van directamente a su boca.
Las manos saharauis que levantan estos campamentos conformando una especie de hogar con carcasas de palés son las mismas que consumen en el súper, en la peluquería o en la copistería del barrio; no son las rentas nordeuropeas sino un precariado que por su origen, su aspecto, su idioma o su nombre no goza de la contención de la discriminación por parte de las instituciones públicas en los derechos básicos, y que, al mismo tiempo, moviliza la economía de las calles más corrientes.
Se habla de alquiler de camas en habitaciones compartidas -–no todo estaba inventado, siguen siendo necesarios los anuncios insultantes sobre emprendimiento de Youtube– y, como consecuencia de este modelo económico basado en el nuevo concepto de libertad asumido por gran parte de la sociedad, los precios desorbitados son tales que este curso se ha notado un claro decrecimiento del turismo nacional.
This is Ibiza.
Das ist Ibiza..
C'est Ibiza
Questa è Ibiza
¿España para los españo…? Parece que Abascal y esa mujer que cotiza al alza por el hecho de gustarle la fruta, a veces, callan.
Nativos y migrantes, tratémonos con respeto porque, si los echamos, esto se para y, si no les tratamos bien, tal vez se vayan, puede que sin nada tangible pero con orgullo
Estas desigualdades sociales son el fruto –podrido– de un modelo económico que pone sus patas en cada tertulia televisiva, de radio, streaming… donde se normaliza un ideario sobre el Estado de derecho que sería inasumible hasta hace unos años para la opinión ciudadana.
Mientras, cada mañana las cigarras resuenan en el campamento en un nuevo día para encender y dar luz al faro de las élites y sus lujos, poniendo en marcha esa rutina diaria que reproduce exponencialmente dichas desigualdades.
¿Quién sostiene, materialmente, las ostentaciones ibicencas?
Palés. Clavos. Martillos. Lonas. Alfombras. Mantas. Carbón. Colchones. Té. Cantos de cigarra. Guijarros, cantos, pisadas destartaladas. Compra del día. Colillas. Unas risas. Matorral. Tierra. Maña. Baterías. Bombonas. Bicicletas. Pastillas de encender. Mochilas. Garrafas de agua. Fricción de carruajes con asfalto 24/7. Gatos. Un travesaño de escalera de estantería. ostentaciones. Orgullo y periferia.
Nativos y migrantes, tratémonos con respeto porque, si los echamos, esto se para y, si no les tratamos bien, tal vez se vayan, puede que sin nada tangible pero con orgullo, ese que también llevaban nuestros abuelos y abuelas y del que presumimos y admiramos al recordar nuestro pasado cuando se desplazaron para buscar un nuevo hogar, un nuevo lugar, en el que llevar una vida digna.
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Paco Ochoa es socio de infoLibre.
Ibiza, finales de agosto. La tercera isla balear en extensión tras Mallorca y Menorca, con una población de 159.180 habitantes (INE 2023) se despierta, y no lo hace por voluntad propia: las placas tectónicas que dan forma y potencian el relieve económico insular no son los billetes británicos o alemanes que cada verano “asaltan” nuestras noticias, sino las comunidades migrantes que movilizan cada negocio, cada mañana, tarde y noche 24/7, sean andaluces, saharauis, latinoamericanos…