Teatro

De las aulas a las trincheras

Una escena de 'In memoriam. La quinta del biberón', de Lluis Pasqual.

Ocurre con más frecuencia de la esperable que dos obras teatrales acaben complementándose sobre escena —pasó, por ejemplo, con El cartógrafo en el Teatro Español y Último tren a Treblinka, en la madrileña Cuarta Pared, ambas sobre el gueto de Varsovia—, pero en esta ocasión coinciden también en espacio. El Centro Dramático Nacional ha reunido en las mismas fechas —y, dicen, de manera azarosa— dos piezas que recuerdan a las generaciones más jóvenes de las que sufrieron la Guerra Civil. In memoriam. La quinta del biberón(hasta el 12 de marzo), escrita y dirigida por Lluís Pasqual y la compañía joven del Lliure barcelonés, recrea las vivencias de los soldados de 16 años que fueron llamados para combatir en el Jarama, Belchite o el Ebro. La esfera que nos contiene(hasta el 19 de marzo), de Carmen Losa, homenajea a los maestros de la República que estuvieron educándoles muy poco antes. 

El paso de uno a otro cartel es una metáfora elocuente sobre el devenir de los avances operados durante la Segunda República. Los chavales de la quinta del biberón —apodados así por la ministra Federica Montseny, que exclamó "¿Diecisiete años? Pero si todavía deben tomar el biberón"— tenían en torno a 10 años en 1931, cuando el nuevo Gobierno se propusieron paliar la lacra de que entre el 30% y el 40% de los españoles fueran analfabetos. No dio tiempo a crear las 27.000 escuelas previstas: el "bienio rectificador" de la derecha aglomerada en torno a la CEDA, primero, y la brutalidad de la guerra, después, dieron al traste con el ambicioso proyecto educativo. Al menos 30.000 de sus alumnos, en su inmensa mayoría catalanes, fueron llamados al frente por el país que se había propuesto darles un futuro mejor. 

Algunos de ellos siguen vivos. De hecho, In memoriam se basa "en un 85%" en los testimonios de los biberones —así les llama la compañía— recogidos por Pasqual, y en los diarios escritos por algunos de ellos en los últimos años. Los jóvenes integrantes del elenco —Joan Amargós, Enric Auquer, Quim Ávila, Eduardo Lloveras, Lluís Marquès y Joan Solé— se han podido reunir con un puñado de ellos a lo largo del proceso de creación. "Nos decían que por mucho que hiciéramos no podíamos llegar al espanto que vivieron", asegura el director de escena. Pero ya no quedan maestros que puedan dar fe de su memoria. Carmen Losa tuvo que partir de Historia de una maestra, de Josefina Aldecoa —de donde extrajo el título— y de Maestros de la República, en el que María Antonia Iglesias recogía diez historias reales de maestros republicanos contadas por familiares, amigos y alumnos. 

Las motivaciones de unos y otros son casi intercambiables. "En España se sigue dando la espalda a nuestro pasado, han sido décadas de silencio y creo que mas pronto que tarde debemos hacer actos de restitución", dice la dramaturga y directora de La esfera que nos contiene. Coincide con ella Joan Solé, uno de los intérpretes de In memoriam: "Teníamos la responsabilidad de contar la historia del país en el que estamos". Y completa sus palabras su compañero Enric Auquer: "Tengo la sensación de que lo hago por la gente joven que ha perdido un poco la memoria. A mi alrededor, todo el mundo ha empezado a preguntar". Toda la compañía del Lliure coincide en que solo a partir de la obra han comenzado a conocer historias de sus propias familias. "Mi abuelo estuvo en el bando nacional [el franquista Tercio de Montserrat se menciona varias veces en la obra] y fue al Ebro, y su hermano estaba con los biberones. Podrían haberse matado", cuenta Auquer. 

Maestros y alumnos se vieron sometidos a una instrucción tan distinta que su comparación forma una cruel paradoja. Los primeros vieron dignificado su sueldo, que aumentó hasta las 3.000 pesetas, y su carrera, que pasó a formar parte de la categoría universitaria y resultaba imprescindible para acceder a las oposiciones. Para entrar en Magisterio, a su vez, pasó a exigirse el bachillerato completo. La formación se complementaba con un último curso práctico y remunerado, y con las semanas pedagógicas, un complemento para los maestros que ya estaban en activo. De todo esto hace Losa un repaso muy ilustrativo a lo largo de la obra, remontándose incluso hasta finales del siglo XIX: "Las bases del gran cambio en educación se empiezan a establecer con la creación de la Institución Libre de Enseñanza en 1876, una corriente educativa en la que se forman las nuevas generaciones del magisterio".

Los que habían pasado por sus aulas y disfrutado, por ejemplo, de clases de ciencias en plena naturaleza o del respeto a su lengua materna —muchos de los entrevistados por Pasqual hablaban el catalán como primer idioma, característica que se ha tratado de mantener en la versión en castellano simulando un acento particular y ciertas incorrecciones—, vieron borrada su formación por otra mucho más cruel. La impartida por los comisarios políticos, en su mayoría comunistas y que tratan de "controlar su voluntad" según el director. Y de hacerles resistir frente a un ejército profesional, pese a una instrucción muy limitada y unos recursos escasísimos. 

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Entre los maestros y entre los contendientes había distintos grados de convencimiento con la causa republicana. Los actores de In memoriam han conocido a dos biberones que estaban ya por entonces afiliados al Partido Comunista, pero no es la regla. En palabras de Pasqual: "No hubo tiempo, les llevaron obligados. De hecho, todos creían que iban a hacer trabajos de intendencia". Los que sí tenían formada una opinión sobre los ideales de igualdad y libertad, cuenta, se vieron pronto decepcionados por la desorganización del ejército y "la mentira de la guerra". Todos sufrieron por igual la muerte, la huida a Francia y el ingreso en los campos de trabajo, o las represalias fascistas en la retaguardia. 

Lo mismo ocurrió entre los profesores de las escuelas rurales, cuyo compromiso con el oficio no siempre se correspondía con el entusiasmo partidista. Muchos de ellos vivieron con sufrimiento, como refleja la obra, el mandato de retirar los crucifijos de las aulas. Pero se habían convertido en la representación de la modernidad en sus pueblos y ciudades. "La persecución fue tremenda", dice Carmen Losa, "muchos fueron represaliados de manera sangrienta, otros fueron encarcelados, otros obligados a pasar una purga en la que primero eran apartados de la docencia y debían demostrar que eran personas de moral católica y que no habían tenido nada que ver con los ideales republicanos. Los que finalmente consiguieron ejercer como maestros, vivieron envueltos en el silencio sobre todo lo ocurrido". Una cosa estaba clara: "Los que no tuvieron ningún problema fueron los que eran afectos al régimen franquista".

La memoria de unos y otros evolucionó también de forma distinta. Los combatientes que sobrevivieron trataron de tapar el sufrimiento con silencio —un silencio, además, necesario para salir adelante en un régimen que castigaba duramente la disidencia, pasada o presente—, además de intentar lidiar con los propios recuerdos. Casi todos niegan haber matado a nadie durante la guerra, lo cual resulta altamente improbable. De la memoria de los maestros se encargaron sus alumnos, cuyas voces acabaron también perdiéndose. Las palabras de Losa valen para unos y otros: "Solo quedó el recuerd, pero se perdieron 40 años de progreso y de cultura en nuestro país".  

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