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César Antonio Molina: “¿Qué identidad puede tener un Estado que no enseña de dónde proviene?"

El escritor y exministro de Cultura César Antonio Molina.

Cuenta César Antonio Molina sobre José María Blanco Crespo, Blanco White, que en la mayor parte de sus escritos este dejó plasmada su preocupación respecto al “problema de la intolerancia, las persecuciones de eruditos e intelectuales, la prohibición de libros, el retraso de nuestras universidades y la decadencia del buen gusto y del saber, así como de la escisión entre españolidad y modernidad”. De aquel ilustrado, miembro de una estirpe no sanguínea de la que también formaron parte pensadores como Campomanes o Jovellanos, también de otros españoles de tiempos aún más pretéritos, desde San Juan de la Cruz hasta Séneca, así como de nombres internacionales como Spinoza o Kant, dice querer considerarse heredero el poeta, narrador, profesor y exministro de cultura gallego.

En torno a las cuestiones que tanto a otros como a uno marcaron sus carreras –la primera, la dedicación a la política desde su papel de intelectuales y las demás, las que de ahí se derivaron– Molina acaba de publicar La caza de los intelectuales (Destino), un canto al papel de la cultura en forma de ensayo a través de diferentes personajes y contextos históricos, desde la época romana hasta nuestros días. Compuesto por 33 capítulos, cada uno dedicado a una figura o concepto, el otrora director del Instituto Cervantes y del Círculo de Bellas Artes, hoy cabeza de la Casa del Lector, explica que el origen del libro se remonta a “24 horas después de haber sido nombrado ministro” (lo fue entre 2007 y 2009, durante el mandato socialista de Zapatero), cuando leyó un texto de Francis Bacon en el que el filósofo empirista hablaba de cómo “los hombres que alcanzan altas posiciones acaban siendo extraños a sí mismos”.

Basado en su propia experiencia, el escritor quiere reflexionar así sobre el reiterado fracaso del matrimonio entre cultura y poder, muchas veces reaccionario e incluso hostil hacia los intelectuales. “En este país nosotros también somos extraños a nosotros mismos. Si nos hubiéramos leído, muchos errores no se repetirían”, dice Molina que, con todo, considera que a día de hoy, y a pesar de las circunstancias, sigue existiendo “gente preparada y culta, sabia e inteligente, que sabe expresarse y escribir, que lo hace de una manera generosa, sin esperar nada a cambio, que sigue escribiendo en periódicos, enseñando. El problema es que antes se daba un apoyo de la sociedad, pero hoy la sociedad está llena de ruidos y gritos, de rumores, de imágenes y de diversiones, y hay que hacer un esfuerzo añadido por seguir iluminando”.

Educación y cultura, los pesos. Familia y Estado, las palancas

Como ministro, él asegura que eso es lo que intentó hacer, inspirado en las prácticas de países como Francia, donde –subraya- la cultura se considera “una cuestión de Estado”. “Pero en España, la educación hace años que ya no explica la Historia de la Filosofía o la Historia del Arte”, se lamenta el también profesor universitario. “¿Y qué identidad puede tener un Estado que no enseña de dónde proviene?”. En ese sentido, Molina cree que tanto educación como cultura deben imponerse como los principales impulsores del desarrollo, y deben hacerlo promocionados por el propio Estado, independientemente del color del gobierno de turno. Y por encima de esa instancia, Europa; aunque eso, de cara al futuro. “La expresión 'cultura europea' no existe”, ilustra el autor de Memorias de ficción. “Sin la cultura, Europa no se acabará de construir, y vamos atrasadísimos. Deberíamos tener conciencia de que el Partenón es tan nuestro como la catedral de Burgos, pero todavía queda mucho que trabajar y los presupuestos son mínimos”.

Si siempre se han puesto trabas a la cultura –sin la que “no somos nada”-, en estos tiempos, dice Molina, se da un compendio de calamidades, desde la piratería, al IVA o los recortes, pasando por una desafección parecida a la inquina por parte de las instancias del poder. Para defenderse de los ataques, la lucha debe comenzar en “la familia”. “La cultura debería ser algo normal, como la ducha o la comida”, sostiene el escritor. “Hoy estamos en una época complicada, en la que la insignificancia, la diversión y el no pensar es la fórmula habitual. Existe una impunidad y una agresividad hacia la cultura”, se lamenta, para plantear una reflexión que ya propusiera Jovellanos: “¿Quiénes son más patriotas, los que aman la patria porque no les gusta, o los que aman la patria porque les gusta?” “Yo lo critico porque no estoy conforme”, concluye, “ni con lo que hay, ni con lo que se podría proyectar”.

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