'Yo, charnego'

Javier López Menacho

infoLibre publica un extracto de Yo, charnego, de Javier López Menacho, que la editorial Catarata publica el próximo 13 de enero. En este volumen, un híbrido entre la crónica y el ensayo, el autor (nacido en Jerez de la Frontera pero emigrado a Barcelona desde hace años para dedicarse a la comunicación) da cuenta de su experiencia como charnego, esto es, andaluz en Cataluña, y la inserta dentro de la historia de esta migración interior, desde los cambios demográficos y políticos que supuso hasta su reconversión con los neocharnegos y cuestiones como el aprendizaje del catalán o la andaluzofobia

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No somos como aquellos a los que aludía Francisco Candel en Els altres catalans en 1964, ni tan siquiera como los que retrataba veinte años después… La migración interna del 2020 es muy diferente a la de aquellos días. Por ello, y por muchos aspectos más, estimo que la obra de Candel también se ha superado. Después de leer su trilogía6 tengo la sensación de que contribuyó esencialmente a mostrar la realidad de una población estigmatizada, pero no se esmeró en desenmascarar a quienes primero propiciaron ese estigma y luego trabajaron para sacar partido de una comunidad que había crecido exponencialmente hasta el punto de tener la capacidad de dar o quitar poder. De alguna manera —aun guardando un gran respeto a su obra y a su persona—, considero que ha llegado la hora de matar al padre, de darle voz a los charnegos sin la supervisión del pujolismo y sin la condescendencia social de una época que venía a aceptar un pronunciamiento razonable como si de un éxito se tratase. Los charnegos de los que hablaba Candel no somos ya de la misma manera que entonces, y los que vienen tienen un retrato —y un relato— diferente.

Si entonces llegaron en aluvión, ahora lo hacen en un goteo incesante. Si entonces llegaron debido a la decadencia de la minería y las viñas en sus tierras de origen, ahora lo hacen por aspiración vital y falta de oportunidades laborales. Ninguna industria se ha caído ahora; simplemente, las comunidades de origen siguen sumergidas en el fango y necesitan de la emigración de sus gentes para evitar el colapso socioeconómico. Andalucía (21%), Extremadura (22%) y Murcia (15%) son tres de las regiones con más paro de España.

Entonces habitaban en suburbios, barracas o barrios con graves deficiencias, hacinados en pisos y en barracones; ahora viven en barrios ya configurados, con una idiosincrasia definida, que cuentan con todos los servicios mínimos, un mobiliario urbano decente y un tejido social enraizado, y, al menos, pueden disponer de una habitación y un plan. Un plan que casi siempre se tuerce, pero un plan, al fin y al cabo. Y este sirve para ir tirando, como los escritores que imaginan un final y siguen hacia delante sin saber muy bien cómo van a hilvanar la novela.

Si antes no tenían estudios y trabajaban como operarios de fábrica o jornaleros, ahora han cursado estudios mínimos, cuando no superiores, y se ocupan en el sector servicios, abasteciendo a la inagotable industria turística (Barcelona es la decimoséptima ciudad más visitada del mundo, con más de nueve millones de visitantes).

Muchos de los estudios sobre comunidades emigrantes en Cataluña consideran que la afluencia de personas es constante y que esta presenta características invariables. Así parece en principio, porque la dirección es la misma —del sur al norte— y persisten las desigualdades territoriales en materia económica y social, pero considerar que la tendencia es idéntica menoscaba nuestra capacidad de entender las nuevas comunidades migrantes. El sujeto referido ha cambiado en grado sumo, tanto en los motivos de su búsqueda como en su nivel cultural, o incluso en su rol de permanencia. Hasta su forma de desplazarse ha cambiado: el interminable viaje en tren a bordo de El catalán —como se referían en las zonas del sur al tren que desde Andalucía atravesaba la cornisa levantina hasta Cataluña— ha sido sustituido por los vuelos low cost en compañías como Vueling o Ryanair.

Los neocharnegos somos fruto de esa vieja aspiración socialdemócrata de progreso, y la proyección idílica de nuestro futuro nos ha dejado una frustración constante. Tras el relato que nos vendieron en la juventud, solo hay humo. Vivimos la decadencia y caída del felipismo, el boom de las universidades y el desprestigio de la Formación Profesional; crecimos en la España hortera de Crónicas Marcianas en los noventa, nos entregamos a la liberación del suelo que comandó Aznar y vivimos con la idea de progreso y escalada social. En el fondo, una suerte de meritocracia. Con el nuevo siglo vino la incertidumbre, la caída del bienestar, la falta de oportunidades y nuestra incorporación en las filas del precariado, una nueva clase social. Pasamos de la promesa del mileurismo como sueldo mínimo al mileurismo como motivo aspiracional. Cataluña dejó de ser el primer destino para situarse detrás de países como Alemania, Inglaterra o Irlanda.

Ni siquiera la cuestión demográfica es la misma. Para hacernos una idea del impacto que tuvieron en otros tiempos, se estima que más de 840.000 andaluces residieron en tierras catalanas en los años setenta, algo más de 100.000 murcianos y una cantidad inferior procedente de Extremadura. Hoy, en Cataluña residen alrededor de 1.200.000 extranjeros procedentes de todo el mundo. Solo la migración interna de entonces cubriría lo que ocupa ahora toda la migración extranjera en la comunidad. A efectos políticos, el Partido Socialista Andaluz (PSA) consiguió algo inédito en la política de partidos en este país al obtener representación en el Parlament, algo que ninguna otra comunidad lograría conseguir a través de sus migrantes. En 1980, con 72.071 votos, el PSA obtuvo dos diputados en la cámara catalana: José Acosta Sánchez y Francisco Hidalgo.

Cataluña hoy, y muy especialmente Barcelona, termina siendo un destino que juega con las expectativas del migrante, una suerte de Hollywood moderno para la juventud andaluza, murciana o extremeña, principales generadores del charneguismo. Es el lugar donde cumplir sueños, básicamente, porque goza de más oportunidades en todos los sectores profesionales; un prestigio que le hace figurar entre las ciudades más visitadas del mundo y que le confiere un halo cosmopolita que configura al exterior una imagen de tolerancia.

Incluso los neocharnegos de segunda generación presentan un perfil diferente. El escritor y activista político vinculado a la CUP, Antonio Baños, ha hablado en ocasiones de este cambio: “Podríamos hablar del charneguismo ilustrado de quienes, como yo, pertenecen a la primera generación de la familia que va a la Universidad”.

Están plenamente integrados en la sociedad catalana y en algunos sectores nacionalistas se ha desplegado lo que Guillem Martínez denominó charnego power , jóvenes catalanoparlantes de sensibilidad independentista, pero al mismo tiempo con una gran conciencia de clase charnega. Dos asuntos, antiguamente no vinculados, que ahora confluyen de forma natural.

La arquitectura de la ciudad, sus edificios, su mobiliario urbano, tampoco tiene nada que ver con lo que fue. Hay poblaciones (y dentro de estas, barrios) especialmente propensas a recibir personas extranjeras. Y lo hacen por una cuestión histórica. De alguna manera, las nuevas generaciones charnegas aprovechan la historia de sus predecesoras, recorriendo su misma senda. La historia deja rastro y las comunidades asentadas conocen muy bien a sus antepasados. Este, en gran medida, es el mayor patrimonio que tienen los charnegos: un legado histórico en forma de ladrillo y asfalto, junto a un manual de supervivencia.

El profesor Martí Marín Corbera reflexionaba acerca del asociacionismo charnego en el dosier “La novena provincia: la emigración de andaluces a Cataluña”, y el impacto que tuvo en los barrios periféricos. Según su estudio fueron los propios inmigrantes quienes se integraron entre sí transformando el suburbio en barrio y escalando posiciones a pulmón en la escala socioprofesional de la industria local.

Esa transformación visual, arquitectónica y social fue recogida por el escritor Javier Pérez Andújar en el pregón de las fiestas de la Mercè, en el año 2018, en lo que podría interpretarse como un reconocimiento institucional a sus méritos. Esta alusión reflejaba la normalización del éxito de aquellos barrios charnegos; pero tan importante como eso, era convertir en motivo de festejo el trabajo silencioso que dispusieron para la sociedad que hoy somos:

Obreras y obreros, modestos comerciantes, maestros de escuela… Mujeres y hombres convirtiendo un descampado en un ambulatorio con la fuerza de la lucha vecinal, que se enfrentaron a las excavadoras, que cortaron las calles con la misma decisión con que en verano se corta una barra de helado…Trabajadoras y trabajadores, la gente de Barcelona que, tras agotarse en las cadenas de montaje, en el rugir de las fábricas, sacaba fuerzas de su propia pobreza para convertir la vida en democracia. No los olvidamos.

 

Mariano Barroso y la Barcelona de Pijoaparte

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El neocharnego ya no tiene que hacer ese sobresfuerzo, pues el trabajo está ya hecho. Su construcción es otra, más orientada al afianzamiento de la conquista socioeconómica que comenzaron sus predecesores, muchas veces sin saberlo siquiera. Y es que al charnego ya nadie le señala a la manera de entonces. Ahora el miedo y la xenofobia apunta más bien a otros colectivos migrantes. La comunidad árabe recibe los prejuicios cada vez que hay un atentado en el primer mundo y este ocupa los telediarios. El número de atentados en los países del primer mundo permanecen en el porcentaje de otros periodos históricos, pero los medios de comunicación realizan una cobertura desmesurada de un fenómeno que termina incidiendo en la imagen pública de determinadas comunidades migrantes. La parte es tomada por el todo. Es injusto, todo el mundo lo sabe, pero nadie evita el estigma.

Las nuevas migraciones vienen a ocupar el espacio que tuvo el charneguismo en los años setenta y ochenta. En Olot y Vic, dos de las poblaciones más representativas de la Cataluña interior, la población emigrante es de un 22 por ciento y un 33 por ciento respectivamente. Guissona, Castelló d’Empúries, Salt o Sant Pere Pescador tienen un porcentaje cercano o superior al 40 por ciento de emigrantes. De entre todas las nacionalidades, la marroquí y la rumana son las mayoritarias.

La estratificación social en el entorno urbano no es un fenómeno puramente español. En las metrópolis occidentales vemos cómo los barrios acogen a diferentes comunidades, o cómo nacen barrios nuevos de la fluctuación de personas. La estratificación social dentro de la arquitectura urbana tampoco es un fenómeno puramente español. Este fenómeno sucede en las grandes metrópolis europeas, a menudo desembocando en la dualidad guetificación-gentrificación y en conflictos que muchos visten de étnicos, cuando realmente quieren decir económicos. Los suburbios parisienses en 2005 o los disturbios raciales en Tottenham en 2011 son algunas de las últimas manifestaciones de este problema latente, de compleja solución. Sin embargo, el charnego ha funcionado muchas veces como pegamento. Comprende al emigrante y comprende al oriundo. Entiende a quien desea conquistar su destino, pero también muestra tendencia a proteger un espacio que ha convertido en propio.

infoLibre publica un extracto de Yo, charnego, de Javier López Menacho, que la editorial Catarata publica el próximo 13 de enero. En este volumen, un híbrido entre la crónica y el ensayo, el autor (nacido en Jerez de la Frontera pero emigrado a Barcelona desde hace años para dedicarse a la comunicación) da cuenta de su experiencia como charnego, esto es, andaluz en Cataluña, y la inserta dentro de la historia de esta migración interior, desde los cambios demográficos y políticos que supuso hasta su reconversión con los neocharnegos y cuestiones como el aprendizaje del catalán o la andaluzofobia

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