Bárbara Rey y Rocío Dúrcal en 'Me siento extraña' o 'El diputado' de José Sacristán: el primer cine español LGTBI

Rocío Dúrcal y Bárbara Rey en 'Me siento extraña'.

Bárbara Rey y Rocío Dúrcal retozando ante la cámara en la España de 1977. No es de poca monta el desafío lésbico, pues estamos hablando de dos de las grandes estrellas femeninas del momento, destruyendo tabúes cuando la homosexualidad todavía estaba tipificado como un delito propio de vagos y maleantes. Pero se atrevieron, lo hicieron y protagonizaron Me siento extraña, un controvertido drama erótico dirigido por Enrique Martí Maqueda que representó sin tapujos, con desnudos integrales y escenas subidas de tono, la relación pasional entre dos mujeres: Laura, una pianista que huye de su marido maltratador y de su autoritario suegro, y Marta, una vedette que no termina de entenderse con los hombres en la cama. 

Ver a las dos estrellas compartiendo sábana supuso todo un escándalo y un éxito de taquilla cuando llegó a las salas de cine. Tal fue el alboroto que la propia Dúrcal no volvió a rodar ninguna película desde entonces, todo lo contrario que Bárbara Rey, quien ha reivindicado recurrentemente a lo largo de los años esta cinta tan querida por el colectivo LGTBIQ+. "En plena época del destape en la Transición, Me siento extraña supuso todo un aldabonazo para la sociedad de entonces", destaca a infoLibre Aarón Ortega, responsable de comunicación de FlixOlé, plataforma audiovisual que estrena este viernes una versión restaurada de esta película de culto y que cuenta en su catálogo, además, con multitud de otros títulos homoeróticos de la época.

"Algunas de estas películas de la Transición empezaron a sacar del armario muchos temas y a dar visibilidad a todo lo que durante la censura no se podía. Si la sexualidad ya era un tema tabú, la homosexualidad y otras preferencias sexuales no se podían ni plantear", apunta, para acto seguido plantear que el cine, como cualquier expresión artística, "va reflejando la sociedad y los cambios que estaba experimentado". "Sí que es verdad que aunque se pueda pensar que el cine español LGTBI va con retraso con respecto a otras industrias, en realidad tenemos ejemplos incluso prematuros en nuestra cinematografía", añade.

El ejemplo más claro de este tipo es Diferente (1962), dirigida por Luis María Delgado y protagonizada por Alfredo Alaria en pleno franquismo. Considerada la primera película sobre un personaje homosexual que consiguió burlar la censura (a pesar de que el crítico del diario Ya la describió como "una película sobre la desviación amorosa contra natura"), nos cuenta la historia de un joven de clase alta con inclinaciones hacia personas de su mismo sexo y que prefiere la farándula y el escenario en lugar de una vida siguiendo el negocio familiar. Convertido en título de culto, tal es su influencia que aparece en forma de cartel en Dolor y gloria de Pedro Almodóvar.

Mucho ha evolucionado el cine español en particular y el internacional en general en el último medio siglo, siempre batallando por la diversidad y la tolerancia, retratando una sociedad en constante evolución, adelantándose a los cambios para ir así generando el clima necesario para que pudieran materializarse. El punto de inflexión fue, lógicamente, la muerte de Franco en 1975 y la llegada de una democracia recibida con los brazos abiertos y ansias insaciables de libertad, pero ya desde antes se van estrenando títulos que van abriendo camino. 

Mi querida señorita (1972), de Jaime de Armiñán, es uno de ellos, pues aborda asuntos como la identidad y el género a través de una pareja protagonista conformada por José Luis López Vázquez y Julieta Serrano. ¡Y fue seleccionada para representar a España en los premios Oscar de 1973 colándose entre las cinco finalistas! En un tono más humorístico y muy de la época tenemos también No desearás al vecino del quinto (1969), obra cumbre del landismo con sus juegos de engaños con Alfredo Landa fingiendo ser homosexual para no tener problemas con los maridos de las clientas de su boutique.

De 1972 es La semana del asesino, primer film en el que Eloy de la Iglesia, referente absoluto del cine LGTBI, trata por vez primera el tema de la homosexualidad, algo que se convertiría en una constante a lo largo de toda su filmografía, cada vez de manera más cruda. En esta incursión iniciática, el cineasta nos cuenta la fortuita transformación en asesino en serie de Marcos (interpretado por Vicente Parra) tras matar accidentalmente a un taxista y luego estrangular a su novia (Emma Cohen) por amenazarle con denunciarle. En pleno desmoronamiento, conoce a un vecino encarnado por Eusebio Poncela que descubre sus secretos y va ganándose su confianza al mismo tiempo que le seduce y le va descubriendo un nuevo mundo desconocido.

Eloy de la Iglesia, abiertamente gay y miembro del PCE, fue un cineasta y militante duramente censurado y antes de adentrarse en el popular cine quinqui dio mucha visibilidad al colectivo en un momento en el que aún eran vistos como criminales marginales con otras muchas historias: Juego de amor prohibido (1975), Los placeres ocultos (1977) o El diputado (1978), en la que José Sacristán es un diputado homosexual de izquierdas homosexual en las primeras elecciones democráticas envuelto en relaciones con chaperos y amenazado por una trama política muy del momento que pretende arruinar su carrera. El cine más independiente colocando en la gran pantalla historias tan minoritarias como para muchos cotidianas.

El director Jaime Chávarri también tiene algunos títulos esenciales en el desarrollo de la cinematografía LGBTI patria. Así, en la película documental El desencanto (1976) nos cuenta la vida del poeta falangista Leopoldo Panero, todo un quebradero de cabeza para la censura tardo-franquista, que eliminó las alusiones de uno de sus hijos a sus experiencias sexuales en la cárcel. Por otro parte, en A un Dios desconocido (1977) narra la historai de un mago homosexual ya cincuentón en la Granada del inicio de la Guerra Civil, donde no faltan alusiones al asesinato de Federico García Lorca.

Bajo las órdenes de Pedro Olea, José Sacristán protagonizó también Un hombre llamado flor de otoño (1978), otro film de temática abiertamente homosexual en plena Transición, basado en la pieza teatral Flor de otoño de José María Rodríguez Méndez. Es la historia de un abogado que por las noches actúa en un cabaret convertido en drag. Así dicho, está bien, pero vamos a profundizar: narra un intento de atentado contra Primo de Rivera, en una visita a la Barcelona de los años veinte, por parte de un grupo de anarquistas liderado por un abogado laboralista transformista. Así está todavía mejor.

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En unos años especialmente prolíficos en películas transgresoras para la época, Victoria Abril protagonizó en 1977 Cambio de sexo, del cineasta Vicente Aranda. Una de las primeras películas españolas en tratar la transexualidad. Basada en una historia real, cuenta la vida de José María, un joven de 16 años que se siente mujer en un cuerpo de hombre. Ayuda en el negocio familiar, un pequeño hotel en un pueblo cercano a Barcelona. Sin embargo, no encaja en su entorno. Su hermana es su auténtica confidente, ya que le cuenta todo lo que le pasa. José María no se siente feliz porque en el instituto sus compañeros se ríen de él y le ridiculizan en público, llamándole marica.

Ya en los ochenta irrumpe Pedro Almodóvar aprovechándose de la espita abierta en los años anteriores con una sucesión de cintas que se iban abriendo poco a poco paso a la comercialidad. Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), Entre tinieblas (1983) o La ley del deseo (1987), en la que se tratan las relaciones amorosas homosexuales entre Eusebio Poncela, Miguel Molina y Antonio Banderas, y Carmen Maura es una actriz transexual. Precisamente seis transexuales cuentan en primera persona cómo son sus vidas en la España de los primeros ochenta en Vestida de azul (1983), de Antonio Giménez Rico. Son seis personas reales que relatan sus experiencias en la cárcel de Carabanchel, haciendo la mili, ejerciendo la prostitución o haciendo playbacks de Lina Morgan o bailando como Lola Flores e Isabel Pantoja.

Otros títulos de los ochenta son La muerte de Mikel (1984), de Imanol Uribe; Extramuros (1985), de Miguel Picazo; o Tras el cristal (1987), de Agustí Villaronga. Todas ellas películas que en el momento en el que se hicieron supusieron todo un impacto para la sociedad, que aprendió a expandir sus miras gracias al poder del cine para hacernos ver y vivir realidades con las que convivimos y a las que, en demasiadas ocasiones, parecemos no querer mirar. Por eso es importante que alguien nos las ponga delante.

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