'Memoria': mapa de los sonidos de Colombia

Imagen de la serie 'Memoria'

En Desierto sonoro, el libro de Valeria Luiselli, un matrimonio en crisis y sus dos hijos viajan por Estados Unidos grabando sonidos que cuentan historias del pasado que se entrelazan con la suya propia. Marta Nieto tenía que aprender a vivir con una asincronía sonora que acaba revelándole verdades ocultas en Tres, la película del año pasado. En Memoria, el cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul y Tilda Swinton exploran una premisa parecida, la de una mujer atormentada por un sonido brusco que solo ella oye. La búsqueda de la verdad detrás de ese sonido la llevará en un viaje fantasmagórico por Colombia hasta descubrir algunas respuestas inesperadas sobre el mundo y sobre sí misma.

Este fin de semana se estrena Top Gun: Maverick, la nueva superproducción hollywoodiense que debería aliviar durante un par de semanas el frágil estado en el que se encuentra la exhibición cinematográfica. A su lado Memoria tendrá una distribución testimonial y no llegará a nuevos espectadores que no sean ya admiradores del director de Tropical Malady y Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas, lo que es una pena porque esta es una película que solo cobra vida dentro de una sala de cine.

Urge que las compañías independientes que apoyan con tanto cariño y coraje estas propuestas minoritarias repiensen sus estrategias. La distribuidora estadounidense NEON ha diseñado en Estados Unidos una especie de gira en la que Memoria se está viendo en cines y otros espacios no tradicionales como un evento, a menudo con la presencia del director. Después aseguran que la película no se podrá ver en streaming ni por ninguna otra vía. Puede salir bien o mal, pero supone un interesante experimento en un momento en el que pocas son las películas que realmente venden entradas en las salas.

Memoria requiere una entrega total por parte del espectador que solo puede ocurrir enteramente en una sala de cine. El ritmo pausado y los largos planos inertes como composiciones pictóricas obligan al que mira a bajarse del tren sin frenos en el que vivimos. Durante dos horas y poco dejamos de ser nosotros mismos para convertirnos en Jessica, una mujer británica que se pasea por Colombia paralizada y ensimismada, como si fuera un espectro desvaneciéndose poco a poco. En una escena, Jessica quiere comprar un refrigerador para mantener orquídeas. Explicando la potencia de una de las máquinas, la vendedora asegura: “Aquí el tiempo se detiene”. Weerasethakul nos invita a entrar en una especie de trance para preservar una bella flor.

Acompañado de nuevo por el director de fotografía Sayombhu Mukdeeprom (también colaborador de Luca Guadagnino en Call Me By Your Name y Suspiria, en la que trabajó con Swinton) el director tailandés viaja a territorio desconocido sin perderse a sí mismo. Las calles de Medellín, rodadas con colores fríos y apagados, parecen en Memoria como salidas de Bangkok. En el encuentro entre el espacio real y su mirada, Weerasethakul crea un mundo propio inquietante por el que Swinton se mueve como la visitante de otro planeta. Este es uno de esos papeles, como los de Yo soy el amor, Tenemos que hablar de Kevin y Sólo los amantes sobreviven, en los que la actriz aprovecha al máximo su físico a la vez frágil, desconcertante, ambiguo y atractivo.

El director dice que ha rodado Memoria como si fuera un musical. “No entendía demasiado de español, así que trabajaba con él como si fuera música”, confesó a Slant Magazine. Esta película es como una nave espacial que nos transporta a otro mundo, y a diferencia de muchas superproducciones actuales lo hace sin necesidad de grandes efectos digitales, sino a través de un diseño de sonido envolvente de otro colaborador de Weerasethakul, Akritchalerm Kalayanamitr. Es evocador tanto lo que dicen los personajes (el poema sobre los hongos que recita Daniel Giménez Cacho, la historia de la piedra que cuenta Elkin Díaz) como el sonido de ambiente de los lugares que vemos. Y eso solo se puede experimentar en su plenitud en una sala de cine.

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El cine y la literatura latinoamericanos a veces utilizan la fantasía y las fábulas para abordar los sangrientos pasados de sus países. Guillermo del Toro lo hizo curiosamente con España en El laberinto del fauno, el guatemalteco Jayro Bustamente también con La llorona, y probablemente el ejemplo más potente de todos sea el de la argentina Mariana Enríquez y su terrorífica novela Nuestra parte de noche. Algo de eso hay en Memoria, en la que Weerasethakul ha encontrado ciertos paralelismos entre Colombia y Tailandia (sobre cuyo pasado ya reflexionó en clave de género fantástico en Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas). La investigación de Jessica la lleva a desenterrar huesos del convulso pasado del país y su dolor y ansiedad vital parecen estar entrelazados con el trauma nacional al que ella es, en teoría, ajena.

Pero el tailandés escapa de respuestas obvias y metáforas subrayadas. Memoria es más una reflexión existencial y el retrato de una búsqueda de alivio que algunos encuentran en el Xanax, otros en hierbas medicinales, otros en la meditación. También puede encontrase en el cine.

En el fantástico tercer acto Jessica encuentra un hombre que vive aislado en el campo porque tiene la capacidad de recordarlo todo. “Las experiencias son dañinas, hacen que la tormenta de mi memoria se vuelva más violenta”, le explica. Lo que nos ofrece Memoria es ser durante un momento ese hombre, que vive en plenitud y serenidad alejado de las multipantallas y la vida moderna, vertiginosa e inclemente. Durante un rato, podemos parar y disfrutar de la quietud y la placidez de una sala de cine. Mientras duren.

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