Clases de autoescuela con Isabel Coixet

Isabel Coixet (Sant Adrià de Besòs, Barcelona, 1960) confiesa que no sabe aparcar. “Las puertas de mi coche están marcadas con la pintura de otros”, asegura, dejando ver ya los signos del cansancio tras una mañana entera de promoción en un céntrico hotel de Madrid. Un dato aparentemente irrelevante, si no fuera porque lleva horas hablando de Aprendiendo a conducir, su nueva película. Si no fuera porque conducir (controlar el tráfico, el estrés, la dirección del coche) es, en este contexto, una metáfora del arte para llevar la propia vida.

Su paso por la autoescuela tuvo como paisaje las interminables avenidas de Los Ángeles. Se animó después de que la actriz Patricia Clarkson, con quien acababa de rodar Elegy, le pasara un ensayo de Katha Pollitt sobre coger el volante a los 50. La escritora narraba cómo sus clases, impartidas por un sabio filipino, fueron un espacio de empoderamiento (“Qué mal me suena esa palabra”, interrumpe la directora) cuando estaba en pleno proceso de separación. Clarkson se lo presentó como un posible guion, que podría ser protagonizado por ella misma y por Ben Kingsley, su compañero en Elegy. “Estaba en un momento muy parecido. Leer [el ensayo] en el New Yorker me hizo relativizarlo todo un poco”, recuerda Coixet. Ocho años después, Aprendiendo a conducir ve la luz.

“Cuando no quieres hacer Transformers 6, todos los proyectos son complicados. Y si están protagonizados por una mujer de 50 años, todo el mundo te pone problemas”, se queja. La película estuvo en coma durante casi dos años. A eso se sumó el estreno de Mi otro yo, una película de terror muy poco apreciada por la crítica y arruinada, según la autora, por un remontaje de la major. “Todavía estoy procesándolo y algún día escribiré sobre ello. Yo en ese momento pensé que nunca más iba a dirigir”, recuerda. Pero sonó el teléfono. A los dos meses comenzaba el rodaje.

Multiculturalidad y paternalismo

El profesor filipino del ensayo original fue sustituido en el guion por un hombre maduro de la comunidad sikhsikh, una religión original de la región india del Punjab con 27 millones de creyentes. El equipo se dejó asesorar por un colectivo de de Richmond Hill, en el barrio obrero de Queens: “Había cogido taxis miles de veces en Nueva York con conductores sikh, pero jamás me había preocupado de acercarme a ellos”. En la película, Darwan (Kingsley) es visto desde la perspectiva de Wendy (Clarkson), que juzga duramente su decisión de aceptar un matrimonio concertado. “En eso me pasaba como a Wendy. Piensas: ‘Pero, ¿y esto?". La directora retrata a un colectivo “flexible”: “Están, como muchas comunidades, entre conservar y no perderse, y a la vez aceptar en el país que les ha acogido. Lo que sí es hipócrita por parte del sistema es no darles papeles. Te conduce el taxi, te limpia la casa, te ayuda a conducir… ¿Y no le das papeles?”.

Coixet habla de la película como de un proyecto entre amigos. Clarkson, Kingsley y ella hicieron buenas migas en Elegy, y decidieron repetir. Ha contado en varias entrevistas cómo tuvo que lidiar con la actriz por su insistencia en ocultar las arrugas de su cuello tras el maquillaje: "La entiendo. Hay una presión por ser perfecta, joven y estupenda, que es difícil. Por muy inteligente que seas. Pero como directora, a veces me toca cantar las cuarenta. Hubo momentos que nos gritamos, y lo digo. Somos como Werner Herzog y Klaus Kinski, en versión Thelma y Louise". A Kingsley asocia los mismos trazos de carácter que al personaje de Darwan: "Es un tipo con una cachaza impresionante, una calma… A Ben solo le pone nervioso la estupidez, y le entiendo. Y lo comparto". Se rodeó, además, de Grace Gummer (hija de Meryl Streep) y de la montadora Thelma Schoonmaker, ganadora de tres Oscar.

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Un ritmo frenético

La película es el tercer bebé que Coixet enseña al mundo esta temporada. La pasada edición de la Berlinale abrió con su Nada quiere la noche, en mayo presentó su corto documental Hablando de Rose, sobre los crímenes de Hissène Habré. Además, prepara dos proyectos: La librería,  basada en la novela de Penélope Fitzgerald, y, sorpresa, una producción en España. Spain in a day (Mediapro y TVE) recogerá vídeos caseros realizados en un solo día por los espectadores, siguiendo la estela de las versiones japonesa, inglesa e italiana. Será Coixet quien seleccione y edite este "retrato de un país en un momento dado, más allá de los titulares, las banderas, los políticos que vengan, los que vinieron o los que vendrán…". Por si fuera poco, en el pasado Festival de Málaga, Coixet recibió un premio a toda su carrera. ¿Siente la directora que le están colocando en el estante de los referentes? "Referente' suena casi tan mal como 'empoderamiento'. Procuro no pensar mucho en eso... No te preocupes, que ya me descoloco yo y no tengo ningún problema de huir de esta cosa".

Darwan trufa el filme de sus píldoras filosóficas: “El mayor problema de los conductores es el resto del mundo. No puede confiar en que la gente se comportará correctamente”, “Tiene que aprender a relajarse, no solo conduciendo”, “No importa lo que esté sucediendo en su vida. Tiene que bloquearlo”, “Todo puede pasar en un segundo, y luego no hay una segunda oportunidad”. ¿Qué le falta por aprender en la vida a Isabel Coixet? Lo dicho: "A aparcar". 

Isabel Coixet (Sant Adrià de Besòs, Barcelona, 1960) confiesa que no sabe aparcar. “Las puertas de mi coche están marcadas con la pintura de otros”, asegura, dejando ver ya los signos del cansancio tras una mañana entera de promoción en un céntrico hotel de Madrid. Un dato aparentemente irrelevante, si no fuera porque lleva horas hablando de Aprendiendo a conducir, su nueva película. Si no fuera porque conducir (controlar el tráfico, el estrés, la dirección del coche) es, en este contexto, una metáfora del arte para llevar la propia vida.

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