Arte

Giacometti, ver para crear

Giacometti.

Apenas un lustro después de su ingreso en el selecto club de los surrealistas, Alberto Giacometti fue expulsado par nunca más volver. El reconocido escultor, pero también dibujante, pintor y escritor, había cometido el sacrilegio definitivo: basar sus creaciones en el natural. Tomar la realidad para deformarla y reformarla y así dar forma a una nueva realidad. También se ganó el artista el rechazo de sus colegas, capitaneados por André Breton, por dedicarse a algo para ellos tan mundano como las artes decorativas. Grandeza y funcionalidad, creían, no podían discurrir por la misma vía. 

Antes de aquella separación, que para él no marcó una ruptura, sino un nuevo y aún más brillante comienzo, el artista había ido mamando su condición desde la cuna, hijo y ahijado como era de pintores, respectivamente impresionista y fauvista. De ahí, de esos estilos que investigaban de maneras hasta su irrupción desconocidas en los colores y la percepción de estos, quizás le viniera ese amor por los grandes temas del arte, desde el cuerpo humano a los paisajes o los bodegones, representados como materia liviana y evanescente. Giacometti escrutó las profundidades del hombre y la naturaleza desde sus cualidades aprehensibles, desde su forma, su masa y sus medidas, siempre a partir de un punto de vista divergente: el de aquel que las mira. 

Basándose en esa lectura de su trabajo, la de su capacidad de ver para crear, y viceversa, la Fundación Canal de Madrid ha preparado la muestra gratuita Giacometti. El hombre que mira (hasta el 3 de mayo), con un centenar de dibujos y obra gráfica y 13 esculturas, todos en torno a la figura humana. No se trata, pues, de una gran retrospectiva o de una exhibición canónica de los trabajos del suizo (1901-1966), sino de una discreta pero sugerente selección de piezas que quieren sustentar la tesis de las comisarias Catherine Grenier y Mathilde Lecuyer, de la parisina Fundación Giacometti: que para el creador, la mirada “es el alma y la esencia de la vida”.

Esa particular capacidad de mirar de Giacometti se refleja en el espejo de sus obras en una relación de ida y vuelta. Sus retratados en lápiz, tantas veces basados en los posados de su hermano Diego y su mujer Annette, quienes fueron sus más fieles modelos durante más de 20 años, se construyen así en torno a sus ojos alucinados, contenedor y contenido de verdad, y de ellos surgen cabeza y tronco como extensiones. Desde esos dibujos, concebidos como obras de arte en sí mismas, se desplegarían el resto de las artes de Giacometti, que desde un principio entendió la ilustración como el fundamento de la plástica.

Antes de su entrada en el círculo surrealista y del posterior desarrollo de su estilo propio, Giacometti encontró inspiración en el cubismo. Sin seguir esa trayectoria cronológica, la exposición da fe de ella a través de su distribución en seis apartados: cabeza; mirada; figuras de medio cuerpo; mujer; pareja y figuras en la lejanía. En cada formato se pueden ver diferentes aproximaciones, nuevas formas de exploración.

Una doble escultura hierática y de inspiración primitiva da cuenta de ese influjo del cubismo en parte de su obra. La figura filiforme de una mujer rugosa y dispareja revela su visión casi sagrada de la femineidad. Un dibujo de varias siluetas sobre peanas da cuenta de sus investigaciones sobre la masa, el espacio y el movimiento, materializadas a partir de los años cuarenta en sus más famosas composiciones, esas icónicas figuras alargadas a punto de desaparecer, que él ancla a la realidad plantándolas sobre enormes pedestales.

“Podemos pensar que el realismo consiste en copiar un vaso tal y como está sobre la mesa. En realidad, nunca copiamos más que la visión que queda de él en cada instante, la imagen que se vuelve consciente…Nunca copiamos el vaso sobre la mesa, sino el residuo de una visión”, dijo una vez el artista, quien siempre trabajó en un mismo espacio, su caótico y reducido estudio parisino de Montparnasse. 

La perspectiva que se desvance, la física y la mental, fue efectivamente su obsesión. Al menos una de ellas. Ver lo que no se ve, y plasmarlo, se convirtió así en oficio y pasión. En prueba de vida. "Trabajo para intentar comprender qué es lo que sucede", le dijo al escritor y periodista André Parinaud en una entrevista de 1962. "Porque para los demás sí que adquiere semejanza. Cuando hago una cabeza de memoria, la gente me dice: “Es Diego”. Yo no me había dado cuenta. No me fijo en los detalles de las cabezas, en sus características". 

*Créditos de las fotografías interiores:

Dibujo: © Alberto Giacometti Estate / VEGAP, 2015

Esculturas: EFE

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