Los años del terror

Castillos de fuego

Ignacio Martínez de Pisón

Seix Barral (2023)

La posguerra. Tiempos duros, durísimos, marcados por una guerra devastadora, una dictadura cruel que incitó a la delación, la desesperanza, el cambio de bando para borrar el pasado, el salir adelante como fuera, muchas veces a costa de la propia familia. Una de las etapas más oscuras de la historia de nuestro país, magistralmente novelada en Castillos de fuego.

Una novela compuesta de cinco novelas corales, con unos personajes que aparecen y desaparecen; unos, como secundarios, son los reales; otros, a los que seguimos en esos años, con sus avatares, los de ficción. De un bando, Franco, Serrano Súñer, Dionisio Ridruejo y unos cuantos más, Conchita Montes, Ana Mariscal…. Del otro bando, entre los reales, Monzón, o Trilla, responsable de la reorganización del partido comunista en el interior, asesinado por sus propios camaradas en una de las partes más duras de la novela y también de nuestro pasado. Estos personajes secundarios ayudan a fijar los momentos, la evolución en esos años de posguerra, para dar paso a los protagonistas, ese conjunto de hombres y mujeres de ficción que se mueven entre la humillación y la necesidad de sobrevivir, entre el silencio, las cartillas de racionamiento, la escasez de todo, los hermanos en presidio, las madres derrotadas que no se mueven de la cama, amores imposibles, guerrillas, mujeres que se quedan embarrancadas.

La novela abarca desde noviembre de 1939, el terror instaurado, y finaliza en septiembre de 1945, cuando ya se ha producido la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, de la que muchos esperaban lo que luego no ocurrió: que el triunfo en Europa de la democracia sobre el fascismo también acabara con Franco, algo que se diluyó como un azucarillo al pasar el comunismo a ser el enemigo principal. De nuevo conejillos de indias, traicionados con el triunfo de las democracias europeas. El llamado libro primero va de noviembre de 1939 a junio de 1940. El libro segundo, de julio a diciembre de 1941; el libro tercero, de abril a octubre de 1942. El cuarto, de septiembre de 1943 a marzo de 1944 y el quinto, de febrero a septiembre de 1945. Textos breves, con doble separación sin marcar capítulos que al principio me costó seguir por los cambios entre unos y otros ambientes, entre distintas situaciones y personajes, como planteando un reto al lector, que luego, según avanza en el libro segundo, se puede seguir con mayor facilidad.

He reflexionado mucho mientras leía y después también, cuando te queda el poso de aquellos años amargos, de lo duro que debió de ser para la generación que los vivió, la de mis padres, del silencio impuesto como medio de autodefensa, ese silencio que tanto hemos reprochado a nuestros progenitores. Pero tiene ese punto de validez universal: pensaba también en los destrozos que las guerras actuales han producido o producen en otros países cercanos y cómo dificulta e incluso imposibilita después la convivencia, cuando el rencor anida, cuando todo se pierde, cuando ya no queda nada. Esta novela está muy bien escrita, mantiene un alto grado de calidad literaria, sin florituras, apegada a los personales cotidianos, historias particulares que nos acercan a la Historia con mayúsculas, dentro de la tradición realista, donde la sombra de los Episodios Nacionales de Galdós o del Laberinto Mágico de Max Aub se entrevé en la estructura, en la coralidad, en el realismo. Creo que ninguno de los dos autores llegó a sospechar, al escribir sus obras, que su influencia iba a tener largo recorrido, pese a que en su momento no fueran tan reconocidos, al menos este último. Es, pues, una novela de corte galdosiano o aubiano, como ustedes prefieran, con lo que, a mí, desde luego, me ha ganado definitivamente.

El escenario es el Madrid de la época, salvo una parte que se desarrolla en ambiente rural, cuando uno de los personajes que recorre el libro, Eloy, huye de la capital y se marcha a la guerrilla. Allí nos plasma lo que la fue la vida de los primeros guerrilleros, hasta que regresa de nuevo a Madrid. Y aparece la primera oposición al régimen y los intentos del partido comunista por reorganizar las fuerzas en el interior, siempre con las esperanzas puestas en que el conflicto mundial traerá la democracia al país; se trataba, pues, de resistir. Es, quizá, desde mi punto de vista, cuando la información y los personajes aparecen más encorsetados y, en cambio, cobra vigor cuando aborda los problemas cotidianos, lo mismo que esos personajes que los sufren: mujeres como Gloria, Cristina o Alicia, las más vigorosas de la novela, que me ha descubierto a un Ignacio Martínez de Pisón capaz de plasmar la complejidad del alma femenina. Los hombres juegan más un papel arquetípico, al darles una dimensión más épica o social, pero a mi entender la belleza de la novela está en la sutileza de lo cotidiano, que el autor maneja de manera magistral al ser unos tiempos tan duros. De todos los personajes, me quedo con los femeninos.

Me ha gustado mucho también el ejercicio de sinceridad literaria e histórica, no ocultar ciertos hechos, la dureza de la militancia comunista bajo el estalinismo y la dictadura, doble complejidad, con sus consecuencias, las defenestraciones de militantes por no estar de acuerdo con las directivas o el buscar chivos expiatorios ante los fracasos en las líneas de actuación:

“Había comunistas que habían nacido para servir a los demás y comunistas que habían nacido para dar órdenes. Virgilio era de estos, un dictador en ciernes, un comisario político”.

 Como diría Chirbes: la literatura como ineludible sismógrafo de su tiempo, de uno de los tiempos más oscuros y difíciles de nuestra historia:

“La España de 1945 avanzaba a toda velocidad hacia la segunda mitad del siglo. Pero a su lado seguía viviendo el pasado, muy anterior al propio siglo XX”.

Una voz ante el tiránico español monótono

No hay muchas contemplaciones en esta novela, pero tampoco la hubo en aquel periodo. Ignacio Martínez de Pisón nos plantea toda la crudeza de la posguerra, de los años más duros de la dictadura, los primeros, aunque no aparezca todo lo que ocurrió, pero eso se escaparía de los personajes de este libro y podría cubrir toda una saga. En cambio, el final aporta un rayo de esperanza, que no voy a contar por no destripar la novela. Quien quiera, que se adentre en esas 698 páginas que componen un retrato de lo que fue y no debería haber sido. Sigo opinando que hacen falta muchas novelas que nos enfrenten a nuestro pasado, para que no se nos olvide, para que nunca más nos vuelva a ocurrir, para que se siga reconstruyendo una memoria democrática que nos ha sido arrebatada. Y ya se sabe, de aquellas lluvias estos lodos. Pero sobre todo creo que hacen falta novelas de esta calidad literaria, que nos cuenten historias de los perdedores, para reivindicarlos, pero que estén tan bien escritas como lo está Castillos de fuego. Gracias a Ignacio Martínez de Pisón por escribirla, por atreverse con esa parte de nuestro pasado, la de los años más duros de la dictadura, los años del terror.

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Carmen Peire es escritora. Su último libro es 'Cuestión de Tiempo' (Menoscuarto).

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