Los libros

Lo bueno, si breve, dos veces grande

Fuegos de palabras. El aforismo español de los siglos XX y XXI (1900-2014).

Rosario Pérez Cabaña

Fuegos de palabras. El aforismo español de los siglos XX y XXI (1900-2014)Edición de Carmen CamachoFundación José Manuel LaraSevilla2018Fuegos de palabras. El aforismo español de los siglos XX y XXI (1900-2014)

En 1928, el escritor cubano Jorge Mañach planteaba la necesidad de la “reivindicación de lo menudo” en su célebre ensayo La indagación del choteo. Enfrentar los problemas sociales, lo absurdo cotidiano, lo incomprensible individual y colectivo mediante el análisis detallado de las circunstancias a través de discursos paralelos. La síntesis y el humor como espacio analítico de salvación en esa vasta “muchedumbre de pequeñeces” que tiene en su poder la palabra terapéutica y enriquecedora. Algo debe haber en común entre los hombres de ciertas latitudes, acaso en todas, que necesitan de lo lúdico para esclarecer el universo en el que se levantan y se acuestan. Pero ahora vamos a hablar de aforismos, y reducir este concepto a la síntesis, al juego y al humor es si no precario, al menos, insuficiente. Sí, decía Platón que los hombres somos juguetes con los que juegan los dioses. Pero nadie nos ha dicho que los juguetes no podamos jugar, incluso a ser dioses (un tal Borges ganó durante un tiempo todas las partidas). En este caso, las reglas del juego son simples: capturar la mayor parte del universo con el menor número de palabras. Y hacerlo para algo. Porque, siguiendo con la metáfora platónica, cuando los juguetes juegan a saltar a la comba entre lo hondo y lo lúdico, se recrean y en su recreo recrean el mundo, lo combustionan. Y ahí otro juego comienza.

Y es que, como sabía bien Carlos Edmundo de Ory, los juegos de palabras pueden, deben, llegar a quemar como “fuegos de palabras”. Bajo este título alusivo al aforismo del poeta gaditano, Fuegos de palabras reúne bajo la batuta bien ritmada de Carmen Camacho una selección de textos de cuarenta y ocho escritores españoles desde Antonio Machado hasta nuestros días. Es este un trabajo exhaustivo y riguroso de años de investigación, compilación, selección y análisis que ahora ve la luz en esta edición de la colección Vandalia de la Fundación José Manuel Lara. Incluye la obra un denso y fundamentado estudio preliminar de 70 páginas y una detallada bibliografía sobre el género aforístico, así como una semblanza introductoria de cada autor que nos aporta información de gran interés sobre la obra breve de cada uno de ellos. Hacía falta. Porque en plena época del resurgimiento de la forma breve, y muy especialmente de la aforística, esta antología se plantea como una obra de consulta, visita y revisita necesaria no solo en cuanto compendio sino también, y déjenme añadir, fundamentalmente, como estudio. (No entraré a plantear, ni mucho menos a debatir, otras necesidades más didácticas que pudieran confluir en la necesidad, dentro de esta profusión y confusión de formas o fórmulas breves y fragmentarias que han aflorado en los últimos años, de poner cierto orden o, al menos, de recordar que no toda forma menuda, que no toda genialidad efímera, que no todo chascarrillo o elocuencia chispeante responde al marbete de “aforismo”. Y no lo haré porque Carmen Camacho ha escrito un ajustado y lúcido ensayo inicial donde nos acerca con contundencia, y con agudeza, a la esencia de la forma aforística, recordándonos qué es, y por tanto, implícitamente, qué no es. Ni lo bueno si breve, ni breve pero intenso… Tan solo diré, más bien recordaré, lo que dijo Bergamín: “El aforismo no es breve: es inconmensurable”).

En otro orden de cosas, Fuegos de palabras es mucho más que una antología: es una historia detallada, una mirada amablemente inquisitiva y epistemológica, una reflexión profunda acerca de este “género” que la autora conoce tan bien. Y es que Carmen Camacho, poeta, narradora, periodista, profesora y primorosa hilandera de sentencias de aceras, ha dado buena cuenta de su gusto por lo breve si bueno dos veces grande en algunos de sus libros, Minimás (2008), Zona franca (2016) y su edición de aforismos Seré Bre (2015). (Permítanme contarles que tuve la suerte de comenzar a leer algunas de sus “breverías” hace muchos años. Por entonces aún se llamaban “mínimas” y salían de sus carpetas de cartón con gomillas como cuartillas que se soñaban octavillas. Poco después, las mínimas se convirtieron en palabras agudas, minimás. No podía ser de otro modo. Ahí empecé a saber del talento y del genio calambrero de esta jiennense adoptada por Triana. Desde entonces no se ha quitado, como ella dice, las gafas de poeta).

En cuanto a la selección, la autora ha optado por el orden cronológico para introducir a los autores que, comenzando por Antonio Machado y terminando por Erika Martínez, conforman el aporte esencial de la producción del aforismo poético en España durante los siglos XX y XXI, sin otra división de orden temático o estético. Porque, como leemos en el estudio introductorio, la propia naturaleza de las formas aforísticas es híbrida, “limitan al norte con la filosofía y al sur con la poesía”. Y en esta dualidad, cada creador convive con el resto de creadores en su propio espacio, un amplio solar de creación que es “ecosistema, pensamiento y símbolo, juego del lenguaje y entendimiento, eternidad y fugacidades”.

Es cierto, por otra parte, que toda antología nace de un proceso de selección que tiene sus riesgos. El acto de elegir supone siempre crear un espacio electo fuera de cuyos márgenes todo constituye el vacío. Cuántas veces habremos soñado con una antología de los ausentes. Y es que distinguir entre la vastedad conlleva un "necesario" ejercicio de olvido voluntario. Pero la omisión no debe entenderse como descuido, distracción o desmemoria. No aquí. Aquí encontramos un muestrario, un dechado de voces indispensables. Hay otras, sí, pero toda compilación es un predio, un terreno acotado, una heredad. Es imposible, salvo tal vez en un aforismo, encerrar el campo entero en un puñado de palabras. Y en este caso, la selección antológica está fuera de toda sospecha por cuanto no responde a la tipología común en la tradición literaria enfocada a la promoción o consagración de autores (ninguno, ni los viejos ni los jóvenes, requieren de este auxilio). No hay aquí un deseo de aceptación de una tradición literaria específica unificada mediante criterios diversos, ni el intento de una determinada afinidad temática o estilística. Hay, eso sí, una definición marcada por un género (más bien por un estado, señala la autora), por una periodización concreta y por una ubicación geográfica. Y hay una guía, un manual que nos adentra en este “género” y en su historia en nuestras letras y que nos lanza su contenido en un movimiento cronológico pendular. Porque, como sabemos bien, la selección antológica implica un doble proceso temporal, dado que supone buscar en la memoria lo que debe ser recordado; por tanto, se orienta hacia el pasado (en el proceso de elección) para dirigirse al futuro (en el proceso de proyección). Y a poco que pensemos, eso se nos parece bastante a la formulación de la tradición.

El paradójico Oscar Wilde

El paradójico Oscar Wilde

Encontramos en esta obra símbolos, compresión, comprensión, emoción, ironía, paradoja, calambre, ingenio, síntesis, intensidad... Y humor, que no humorada (que esto se nos escapa de siglo); y máscara, que no mascarada (que esto se nos escapa de espacio); y reflexión (que esto en cualquier siglo y en cualquier espacio, puede provocar, como se sabe, la risa o el llanto). Y es que tal vez el hombre tendrá que huir de aquella “dictadura sin lágrimas” que presagiaba Huxley. Deberá hacerlo. Habrá que llorar, aunque sea de risa. Sin cesarismo, necesaria y libremente. ¡Las lágrimas se venden en las farmacias!, adónde hemos llegado. Llorar o reír de emoción, de conocimiento, de asco, de placer. Vuelvo a De Ory  (una y otra vez lo hago) cuando dice aquello de “Bendito sea el hombre que recorre las calles riendo a carcajadas”. Eso es. Y con la risa o el llanto puestos (elijan), invito a la lectura de este libro hecho a nuestra medida, a nuestro tiempo, a nuestros tiempos, a ratos, en fragmentos, pausadamente, sin urgencia (“Tanta prisa por ser eterno” nos dijo Juan Ramón). Ni siquiera os será necesario tener la lámpara encendida, porque estos fuegos de palabras, vaticina Carmen Camacho, nos dejarán “a su paso encendida la mirada”. Y ardidas las pestañas, añado.

*Rosario Pérez Cabaña es poeta y profesora de Literatura.Rosario Pérez Cabaña

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