Literatura

La novela negra como espejo

Getafe negro, festival de novela policiaca.

Al trazar la historia de España en el siglo XX, y repasar el ambiente creativo de la Transición, Javier Tusell escribió que quienes entonces tenían el propósito de influir en el entorno social, lo hacían "a través del camino de lo personal o del respecto estricto a la peculiaridad del género o el modo expresivo". Y puso como ejemplo a Manuel Vázquez Montalbán, cuya obra "ha pretendido ofrecer una panorámica de la transición política con el instrumento de la novela negra".

Una panorámica que, en opinión de Joan Ramon Resina, tenía mucho que ver con el desencanto político.

Desde luego, no era la primera vez que en España se escribía novela negra. Como señaló José F. Colmeiro, el género se inició tímidamente en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX (Alarcón, Pardo Bazán, Belda), vivió un lento desarrollo durante la posguerra y alcanzó su desmedido auge los años de la transición y la democracia. Quizá porque, y aquí me remito a Laura Silvestri, el género se funda en el pensamiento simbólico que desde siempre tiene la función de recomponer los daños provocados por el pensamiento disyuntivo. De ahí que también en España, lo policíaco surja y se desarrolle en épocas de crisis, como son por supuesto la Restauración, la posguerra, la transición… y el momento actual.

LA ESPAÑA (DE LA NOVELA) NEGRA

En estos días se celebra en Madrid 'Getafe Negro, festival de la novela policíaca'. En la edición de este año, cuando se cumplen 40 de la muerte de Franco, hay propuestas que nos invitan a volver los ojos hacia la Transición, repasar el camino andado y, si de literatura hablamos, analizar el cambio del paradigma negro en nuestro país.

La propuesta getafeña nos ha inspirado este texto, para el que hemos hablado con cuatro autores: David Benedicte, Berna G. Harbour, Esteban Navarro y Ramón Palomar. A los que hemos empezado preguntando cuál es el hilo que une lo que se publicaba entonces y lo que se publica hoy.

"En la transición, como ahora, las novelas negras sirvieron para algo muy propio del género: retratar una realidad cruda y difícil", se arranca Harbour, periodista y autora de Verano en rojo y Margen de error (RBA), quien cita a la referencia ineludible: "Vázquez Montalbán lo hizo en aquellos tiempos y sus libros fueron una cartografía de la situación política y social del momento. Hoy lo hacemos otros, y con ello estamos dibujando esta España descosida y desigual donde se nos han acabado las certezas."

La crisis, esa musa. David Benedicte, que este año ha hecho su primera incursión en la novela negra con Tiempo muerto para Alí (Ediciones B), considera probado que toda crisis, ya sea política, social o económica, es el caldo de cultivo perfecto para lo "negropolicial". "Las crisis tienen muy mala prensa, lo sé, pero no hay mal que por bien no venga. Son, por lo menos, una especie de compost idóneo para que el género 'thrillero' crezca de forma saludable. Además, creo que hay algo de espejo que nos refleja a todos en el 'noir', y que recalca, sobre todo, nuestros rincones oscuros, las corruptelas de alrededor, esa violencia contenida que nos rodea en los tiempos más duros. Imagino que ese es el motivo de que las librerías estén repletas de novedades 'negras' y, también, de que el género viviese una edad de oro durante la transición."

LO QUE VA DE AYER A HOY

Ramón Palomar, que se reivindica creador de la a novela negra cañí (Sesenta kilos, Grijalbo), sostiene, aunque sea a costa de llevarle la contraria a la canción, que apenas hemos cambiado. "Cambia el modelo de coche, la ropa, el adosadito cagón de urbanización de medio pelo, pero nosotros somos los mismos".

Idénticos personajes en un decorado diferente

. "Durante la transición existía la efervescencia del momento con la llegada de las libertades y casi todo estaba impregnado por la política, por la esperanza, por la novedad —asegura—. Ahora vivimos en un amargo desencanto". De nuevo, el desencanto, estimulante poderoso.

Esteban Navarro, autor de dos series protagonizadas por dos policías, uno el veterano Moisés Guzmán y otra por la joven Diana Dávila, prefiere subrayar la evolución de los personajes, antes tan parecidos a los modelos estadounidenses de "detectives irónicos y duros, como el Toni Romano de Juan Madrid que deambula por los barrios bajos pareciéndose cada vez más a los delincuentes que quiere atrapar", ahora, fiel reflejo de la realidad, "se corresponden con acierto a los policías, que conozco, o a los delincuentes, que también conozco." Otra diferencia: el poder ya no asusta tanto como antes, "incluso es posible que en algunas novelas sea el propio poder el que se siente asustado y/o acosado".

Benedicte sin embargo cree que lo que más ha cambiado es el lector. "Para lo bueno o lo malo, hemos pasado de un tipo de lector casi clandestino, que se veía obligado a husmear por las librerías cual 'huelebraguetas' en busca de material, a ser los niños mimados de las editoriales, las cuales no dejan de bombardearnos semanalmente con sus novedades noirs. ¿Calidad por cantidad? ¿Valor por precio? Sería eterno empezar a discutir sobre el tema. Aun así, lo importante es que un género como el 'noir' se haya puesto de moda. El caso es que dure..."

Coincide con el Berna, para quien "hay muy bueno y hay muy malo, se publica demasiado al calor de una tendencia donde hay grano y hay paja". Eso también es nuevo, propio de género en su conjunto, que "se ensancha, seguramente con más sierras mecánicas, dientes arrancados y sesos desparramados, que desde mi punto de vista no es la fortaleza del género. Hay más atmósfera, más psicología y más narrativa."

LA NOVELA NEGRA ESPAÑOLA IS DIFFERENT

Les pregunto si creen que, a estas alturas, existe ya una novela negra española asentada y diferenciada. David Benedicte considera que la respuesta no es fácil. No le cabe duda de que existió una novela negra netamente española durante la transición, "en la que el costumbrismo y lo sociológico convivían muy bien con tramas muy nuestras. Y la cosa siguió así hasta bien entrados los 90. Sin embargo, hoy por hoy, por culpa de la globalización, o por ese efecto imitativo que, en ocasiones, han provocado las propias editoriales, yo no pondría la mano en el fuego al respecto para afirmar que existe una novela negra española. Por desgracia, casi todo lo que se escribe y publica hoy aquí en materia noires similar a lo que se hace en el resto del mundo". Dice que ha leído últimamente tantísimas novelas policiacas españolas "que parecían haber sido escritas en Suecia, a rebufo de Stieg Larsson, que sé bien de lo que hablo".

La referencia al policíaco nórdico es obligada. Esteban Navarro lo menciona, aunque en su caso es para marcar las diferencias. "Yo sí que creo en la novela negra española y pienso que la diferencia principal es la veracidad, huyendo de la fantasía y poca credibilidad de las novelas del norte de Europa, donde los personajes son excesivamente forzados y grotescos, así como sus actos." Apunta que, tal vez, todo sea porque su realidad y la nuestra son distintas. "Lisbeth Salander, que no me convenció. Si quieren veracidad solo tienen que seguir la pista a Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro. Por cierto: guardias civiles."

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La mención a la Benemérita, probablemente la fuerza de seguridad que más clichés arrastra, nos da pie para citar al cañí Palomar, al que le huele que los autores españoles de novela negra siguen buscando su hueco. "De alguna manera hemos renunciado a nuestra marca personal, o sea al folclore de gitanos, macarras patilludos, traficantes de coca que son subalternos de toreros (un suponer) que gustan de traer perico fresco de su temporada latinoamericana y a la evolución de las chicas de Merimée con navaja en la liga. A lo mejor tememos quedar rancios y esto quizá sea un error."

Quizá han renunciado al folclore, pero desde luego no a la tradición. Berna G. Harbour constata la adscripción plenamente mediterránea de la novela negra española, más cercana a Andrea Camilleri que a Camilla Läckberg. "Los malos son malos y los héroes… ¿héroes? Tal vez podríamos llamarlos así, pero no lo parecen: quieren comer bien, vivir algo mejor y si pueden echarse una siesta lo hacen", señala. "A diferencia de los americanos, con enormes cicatrices, o los nórdicos, tan oscurecidos, digamos que los nuestros cuidan algo más su menú y, en general, su trasero."

Al cabo, ya lo leen, seguimos siendo contemporáneos de Manuel Vázquez Montalbán.

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