Cine

La revolución social comienza en casa

Regina Casé en 'Una segunda madre', de Anna Muylaert.

Val no puede estar en el salón. Val tampoco puede dormir en el mismo edificio que la familia. Y, sobre todo, sobre todo, Val no puede bañarse en la piscina. ¿Por qué? Simplemente porque Val es la criada. “La casa es una metáfora del espacio público”, explica la directora brasileña Anna Muylaert. Se refiere a su película Una segunda madre, en la que narra la vida de Val, una interna en el hogar de un matrimonio adinerado. Pero también para la sociedad brasileña, profundamente dividida por la desigualdad. Y más allá incluso: "La casa es el símbolo del reparto del poder, en todas partes". 

Una idea sencilla, pero que funciona. Una segunda madre (Que horas ela volta?), estrenada el viernes en España, recogió el premio del público en la pasada Berlinale y el premio especial del jurado en el festival de Sundance. En ella, la tranquilidad de la familia de clase alta en la que trabaja Val (Regina Casé, estrella de la televisión brasileña) se ve alterada cuando llega su hija Jessica (Camila Márdila), a la que no ve desde hace años. Jessica no parece comprender, y mucho menos cumplir, las normas implícitas que rigen la casa. "Una nace sabiendo lo que puede y no puede hacer", le dice su madre, espantada.

La actitud y el destino de Jessica son imagen, explica la directora, del nuevo Brasil: "Con el cambio que [el expresidente] Lula propone, crece la autoestima de las clases bajas". Y decrece la propia clase baja: entre 2002 y 2008, 20 millones de personas abandonaron la pobreza para pasar a formar parte de la clase media. La actitud de Jessica se corresponde, cuenta Muylaert, con la de parte de la sociedad, que comenzó a desbordar el espacio que les había sido asignado por nacer donde habían nacido. 

El caso más claro del cambio, quizá, sucedió durante el rodaje de la película. Muylaert lo recuerda. El 14 de diciembre de 2013, en pleno verano, decenas de chicos negros y mulatos quedaron a través de las redes sociales para el rolezinhorolezinho, es decir, para dar un paseo. ¿Cuál era el lugar escogido para librarse del calor? Un centro comercial en Guarulhos (São Paulo), de élite y frecuentado hasta entonces únicamente por blancos de clase alta. Los guardias de seguridad creyeron que se trataba de un asalto y 23 chicos acabaron arrestados sin haber cometido delito alguno.

En los días sucesivos, espacios similares reforzaron su seguridad, al tiempo que más grupos de jóvenes quedaban para el rolezinho, que comenzó a tener un cariz reivindicativo.La directora lo enlaza con la revolución que lleva a cabo Jessica en la casa: meterse en la piscina, espacio reservado para el señor y la señora, la transgresión última que desbarata todo el sistema de normas. "Entrar en la piscina es el rolezinho de Jessica", dice. 

Tráiler de 'Una segunda madre'.

Trabajo de mujeres, trabajo de hombres

Gran parte del filme se desarrolla en la cocina (cuando la directora empezó a esbozarla hace 20 años, de hecho, el título iba a ser La puerta de la cocina, como frontera de clases). Ese es el reino de Val, en la que la patrona deposita todo el peso del trabajo doméstico. "Parte de este filme para mí es la revalorización del trabajo de la madre, el trabajo que se considera femenino, como la alimentación, o la educació, frente al trabajo masculino, que sería guerra, aventura… y cine. No digo que unos sean necesariamente para mujeres y otros para hombres, sino que se ha organizado así", argumenta la directora.

Un retrato doméstico de la lucha de clases

Los estrenos de la semana

Las labores de Val, que ha asumido los cuidados de la familia, desde hacer la comida a consolar al niño, se reflejan como los verdaderos pilares de la casa. Un reflejo, arguye Muylaert, de lo que sucede en Brasil. Y da un ejemplo: las ayudas que da el Gobierno a las familias desfavorecidas van siempre a la madre. "El hombre se niega el trabajo femenino, lo considera ruin", denuncia. "Devaluar el trabajo femenino ha supuesto devaluar a la mujer". 

Jessica sueña con ser arquitecta, un trabajo que le está doblemente negado por ser una mujer de clase baja. Muylaert tardó años en decidir cuál debía ser el final de este personaje. "No quería hacer un happy ending", recuerda, "Así que pensé que quería ser peluquera y que ni siquiera lo conseguiría". Pero no le convencía. Seis meses antes del rodaje, el guion seguía sin estar resuelto. 

Hasta que un amigo le preguntó: "Tú estás bien posicionada, pero, si fueras hija de una empleada, ¿no querías dar un poco de esperanza a la gente como tú?". Y lo entendió. "Quiere ser arquitecta, y además es posible que lo sea. Ella viene de otro lugar. No es lo que la gente espera que sea". Y el nuevo Brasil, defiende, tampoco.  

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