Literatura

El zoo de papel

Ilustración de John Lockwood Kipling de 'El libro de la selva'.

Yoko Tawada acaba de publicar Memorias de una osa polar, las reflexiones y meditaciones bien humanas de una familia de plantígrados. "Me interesan y me gustan los osos desde niña", declaró durante su visita promocional a España. "A los niños en general les encantan los osos, no sé bien porqué, pero ahí están Winnie Pooh, Paddington o los tres osos del cuento. Yo tengo recuerdos de haberlos visto en el circo. Son animales que han estado tradicionalmente cerca de nosotros". Tan cerca, que "en la Cristiandad se llegó a prohibir el matrimonio con osos". Repetimos: el matrimonio de seres humanos con osos.

Por lo demás, el hecho de que haga protagonistas a estos animales, tan racionales, no tiene que ver "con las leyendas ni con los cuentos y las fábulas tradicionales. Mi novela no es simbólica, no es Esopo, es realista. No es una alegoría. Mis osos polares son personajes en toda regla, de pleno derecho".

Alegórica o no, la obra de Tawada se apunta a una costumbre bien anclada tanto en la tradición oral como en la literatura, donde la presencia de animales es abrumadora, y es lógico que así sea: como manifestaciones culturales, no podían ignorar a esos seres vivos que alimentan, ayudan y acompañan a escritores y lectores.

Como explica Aurelio Espinosa (y recogió Ángel Hernández Fernández), "los cuentos de animales se dividen en dos grupos generales, los cuentos totémicos que documentan tradiciones y mitos relacionados con los orígenes animales del hombre, y los cuentos esópicos, o apólogos, en los cuales los animales sienten, piensan, hablan y obran como seres humanos y racionales".

Los primeros pertenecen a una época en la que el hombre primitivo empieza a pensar en su origen y trata de explicar los fenómenos de la naturaleza que le rodea; los segundos son propios de una sociedad ya civilizada y organizada, con sus leyes de conducta personal y social bastante desarrolladas.

"En Oriente y en Europa la mayoría de los cuentos de animales son cuentos esópicos, o apólogos. En ellos los animales obran como hombres de una sociedad organizada, llevan las virtudes y vicios de los hombres y, en general, podemos sustituir en ellos hombres por animales y el cuento queda igual que antes en su significado moral".

León literario

Ni que decir tiene que los estudiosos de la literatura han analizado con atención la suerte de estos animales escritos. Sin ir más lejos, en 2015, la Universidad de… León (¿dónde si no?) organizó un Congreso Internacional sobre "Animales Literarios: los animales en la narrativa española". De hecho, no era la primera vez que se citaban con un objetivo similar, si bien sus encuentros previos habían sido menos ambiciosos al centrarse sobre todo en la fábula, cuando en esta ocasión se proponían abarcar todas las manifestaciones de la narrativa española.

La declaración de intenciones daba cuenta de esa voluntad: según se nos dijo, se iba a tratar del éxito peninsular de las fábulas de Esopo, los animales fabulosos, los bestiarios de todos los tiempos (los hubo en el medievo y se siguen escribiendo), los animales en los libros de caballerías y los que pueblan la poesía de Góngora, los monstruos, el personaje del asno parlante o la animalización en la novela policiaca.

Todo ello bajo la dirección de la profesora María Luzdivina Cuesta Torre, una especialista en la materia. "Los animales de papel y tinta, los animales literarios construidos con palabras, ocupan un lugar destacado y muestran la importancia de la relación del ser humano con la naturaleza y más específicamente su pertenencia al reino animal en el que, a través de la descripción del comportamiento de otras especies, se descubre a sí mismo", escribió en la revista Lectura y signo.

La fábula, explicaba también, a la que ahora tenemos por un género casi infantil, se encuadraba al principio en la literatura para adultos. "Aristóteles la describe entre los recursos retóricos que debían servir para convencer en la discusión judicial o política. La fábula poseía la ventaja, sobre el ejemplo tomado de un caso real de poder ser inventada a la medida de las necesidades argumentativas del momento". En opinión de Cuesta Torre, la ficción, la mentira literaria, revela las más profundas verdades, "y así lo entendieron tantos escritores, de diversas épocas, que fingieron que los animales hablaban para poder decir a través de su boca lo que podía conllevar censura  o desgracia al emisor humano del mismo mensaje".

De este modo, el corpus literario se ha convertido en un gigantesco zoo en el que habitan animales que son referidos como tales, otros que en realidad no existen (dragones, basiliscos, grifos…) pero que se nos antojan bien reales en los relatos de fantasía, otros más que se presentan como trasuntos de los seres tenidos por racionales, otros aún que por ser los mejores amigos de sus amos son utilizados por los literatos como fedatarios de la vida de esas personas…

Quizá porque, lo señaló Gustavo Martín Garzo, "uno de los deseos que de una forma más constante e íntima han acompañado al hombre desde el origen de los tiempos es el deseo de comunicarse con los miembros de las otras especies". Cree el escritor que a esa pretensión se debe que bestias y animales hablen en los cuentos de hadas y que sus protagonistas humanos comprendan mágicamente su lenguaje. "Tolkien afirma que desde muy antiguo se tiene una viva conciencia de la ruptura de esa comunicación; pero también la convicción de que fue traumática. Los animales son como reinos con los que el hombre ha roto sus relaciones y que con los que, en el mejor de los casos, mantiene un difícil e inestable armisticio".

En apoyo de su tesis cita obras de la historia de la literatura como Sobre la naturaleza de los animales, de Claudio Eliano (siglo II), una gavilla de relatos breves con fines morales entre las cuales las hay que narran amoríos entre muchachas y animales, como la de un elefante que en Alejandría llegó a competir con Aristófanes de Bigas por los favores de una mujer que era tejedora de guirnaldas; y algunos cuentos de Isaac Bashevis Singer; y un episodio de El Quijote en el que "el rucio de Sancho se acerca a Rocinante y apoya su hocico sobre su lomo para buscar su calor". Cervantes nos regaló también un coloquio en el que los protagonistas eran Cipión y Berganza, los dos perros del Hospital de la Resurrección de Valladolid (la ciudad natal de Martín Garzo), el segundo de los cuales es trasunto del propio escritor.

A poco que busquemos, todos tenemos nuestro animalario escrito de referencia. Quién no ha sonreído con el gato de Chesire, se ha obsesionado con Moby Dick o entrado en pánico al leer los aullidos del perro de Baskerville… o al otear a Los pájaros de Daphne du Maurier.

Con El libro de la selva entendimos mejor al ser humano, el alcance de cuyas perversiones políticas comprendimos cabalmente gracias a los protagonistas de Rebelión en la granja y a los de Maus.

En nuestras pesadillas está la posibilidad de metamorfosearse como Gregor Samsa en un insecto repugnante. Y en nuestros sueños, la de que nuestro perro escriba nuestra vida, como hicieron los canes de Elizabeth von Armin (Todos los perros de mi vida) o Manuel Mújica Láinez (Cecil).

Florilegio de madrastras

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Y, puesto que con osos empezamos, déjenme mencionar a ése del que William Faulkner se sirvió en un relato titulado, simplemente, El oso.

No sigo, que cada uno elabore su propia taxonomía. Lo innegable es que los animales, ya sea en su condición de capturas, de asistentes, de símbolos, de otroyós, pueblan la historia de la literatura; hablan y nos hablan; nos condenan y, en ocasiones, nos absuelven.

Cazarlos con, por única arma, la curiosidad lectora, es ya cosa de cada uno.

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