COYUNTURA ECONÓMICA

La espiral de precios ni está ni se la espera: los datos y la historia descartan que subir salarios aliente la inflación

La subida de los salarios no se ha contagiado a los precios de la cesta de la compra.

El nuevo año se abre con la incógnita de qué va a ocurrir con los salarios. A las puertas de un alza del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) que se adivina voluminosa y de que, quizá, se reanuden las hasta ahora fallidas negociaciones de la patronal y los sindicatos para fijar las subidas retributivas de los próximos tres años, las nóminas piden cambios. Sobre todo, tras un año que ha terminado con la inflación contenida en un sorprendente 5,8% pero en el que la subida media pactada en los convenios colectivos no es más que el 2,69% hasta noviembre. Es decir, con un IPC que llegó a escalar hasta el 10,8% en julio, un nivel desconocido desde 1984, la pérdida de poder adquisitivo de los trabajador s es manifiesta.

Al mismo tiempo, hay empresas y sectores que están concediendo aumentos ajustados a la inflación, o casi. Los supermercados Consum suben los sueldos un 9% este año mientras que las consultoras han firmado el 10,75% para 2022 con efectos retroactivos, pero un 2,5% para 2023 y un 2% para 2024. Los supermercados Dia pagarán entre un 8% y un 12% más a las plantillas este año y el próximo. Los tripulantes de cabina han conseguido un alza del 10,29% para 2022 y 2023 que puede superar el 14,3% acumulado en 2024. Otras empresas, como Mercadona y Telefónica, han subido los salarios lo mismo que la inflación porque así les obligan sus convenios.

No obstante, la CEOE rechaza que los salarios aumenten en la misma medida que los precios. “No estamos diciendo que no puedan subir los salarios. Lo que no podemos es firmar que los salarios suban igual que la inflación sin más”, declaró su presidente, Antonio Garamendi. En la mesa que quedó en suspenso el pasado mayo, su oferta no pasaba del 3,5%. Para el SMI, han subido al 4%. La presión de los costes de la energía y la lenta recuperación de la pandemia, asegura la patronal, impiden a las empresas asumir las mejoras salariales que les exigen los sindicatos.

Por el lado de la academia, además, los economistas advierten del riesgo de los llamados “efectos de segunda ronda”: que la subida de los precios empuje los salarios de tal forma que estos, a su vez, alimenten los precios y se produzca una temible espiral que alargue la inflación. El gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, ha sido también una de las voces alertadoras de ese peligro y de quienes más han reclamado un pacto de rentas para conjurarlo. El organismo supervisor percibía en noviembre “algunas señales de fatiga”, en referencia a la presencia de cláusulas de revisión salarial en los convenios colectivos y a un mayor traslado de los precios energéticos a los precios de venta finales de las empresas. Pero, sólo un mes más tarde, sus analistas sostenían que una parte considerable de ese contagio ya se ha producido y que no veían en el horizonte efectos de segunda vuelta “significativos”, por el aumento de los márgenes empresariales o por los salarios, que pudieran “desencadenar fenómenos de retroalimentación de las actuales presiones inflacionistas”.

El director general de Economía y Estadística del Banco de España, Ángel Gavilán, tampoco cree que las empresas españolas hayan trasladado de forma agregada todo el aumento de costes a los precios de ventas de sus productos y servicios en los nueve primeros meses de 2022, aunque sí advierte diferencias según los sectores. En concreto, mencionó la hostelería y el comercio, que están aplicando márgenes superiores a los de 2019, antes de la pandemia.

Sin presión antes de la guerra

En realidad, los precios ya habían comenzado a subir antes de la guerra en Ucrania: el IPC de diciembre de 2021 se situó en el 6,5%, siete décimas por encima del que ha cerrado 2022. Y antes de que las tropas rusas atacaran el Donetsk el 24 de febrero, tanto el gas como la electricidad y los carburantes se habían encarecido. Sin embargo, no fue en España donde el shock energético fue mayor, en comparación con otros países europeos, tal y como lo han medido Juan Francisco Jimeno, profesor de Economía de la Universidad de Alcalá de Henares, y Ana Lamo Rubio, economista del BCE, en un análisis sobre la evolución reciente de los salarios. También destacan que antes de la invasión rusa no se produjo un traslado de los márgenes de beneficios y los salarios a la inflación: España es uno de los países donde mayor era la distancia entre los costes de producción –medidos con el deflactor del PIB– y los precios del consumo –el IPC–. Lo mismo ocurrió en Italia, Portugal, Países Bajos y Eslovaquia. Lo contrario que en Bélgica, Grecia o Luxemburgo y los países bálticos.

Jimeno y Lamo explican que sólo el 3% de los trabajadores del sector privado en la eurozona tiene sus salarios vinculados de forma automática a la inflación y sólo el 18% lo tienen en cuenta en la negociación salarial. Además, la actualización según el IPC no es instantánea, sino que sufre una cierto desfase temporal debido a los mecanismos establecidos en los convenios colectivos: unos 18 meses de media tardan en aplicarse las subidas. Pero, aun sumados el shock energético y las alzas salariales, antes de la invasión de Ucrania ni siquiera en Italia y Francia, donde hubo una “elevada aceleración de los salarios”, estos se trasladaron a la inflación. En España fue un poco mayor el contagio, pero inferior al que sufrieron Países Bajos, Alemania y, sobre todo, Bélgica.

Los autores recuerdan que los salarios reales una vez descontado el efecto de la inflación llevan alicaídos mucho tiempo. La menguante participación de los salarios en el PIB por causas tecnológicas, que han aumentado la intensidad del capital en detrimento del factor trabajo, y el cada vez mayor peso del sector servicios, con peores sueldos, explican una parte de ese declive. Como también la caída del número de jóvenes que se incorporan al mercado laboral por el descenso de la natalidad y los salarios cada vez menores que se les pagan. Finalmente, los sueldos se recortan más durante las recesiones de lo que suben durante las fases expansivas de la economía. La gran crisis tras la ruptura de las burbujas financiera e inmobiliaria trajo como consecuencia en enorme recorte salarial en países como España. Sólo tras la pandemia, que desajustó la oferta de puestos de trabajo y las cualificaciones profesionales demandadas por las empresas, la escasez de cierta mano de obra ha empujado los salarios hacia arriba, hasta cierto punto.

Por el contrario, Lamo y Jimeno aseguran que no existe “evidencia empírica concluyente” de que los márgenes de beneficios de las empresas se transmitan directamente a la inflación. Un punto en el que no está de acuerdo Isabel Schnabel, representante alemana en el comité ejecutivo del Banco Central Europeo (BCE), quien ya en octubre, con ocasión de un discurso en A Toxa (Pontevedra), mencionó el “notable” aumento de los beneficios en sectores como la hostelería y el transporte, hasta casi un 20%; es decir, más del doble de lo que lo han hecho los salarios nominales y las facturas energéticas. Y cifró en un 5% la caída de los salarios reales en la UE desde el final de 2021, antes de que Rusia invadiera Ucrania.

Los márgenes de las empresas

Lo mismo, pero referido a Estados Unidos, sostienen Thomas Ferguson, profesor emérito de la Universidad de Massachusetts, y Servaas Storm, de la Universidad Tecnológica de Delft (Países Bajos) en un estudio sobre El mito y la realidad del gran debate sobre la inflación. Ambos no sólo niegan que el milmillonario programa de ayudas de Joe Biden –1.900 millones de dólares– sea una de las causas de la inflación en Estados Unidos y en el resto del mundo, como han apuntado algunos economistas, incluido el exsecretario del Tesoro Lawrence Summers. Sino que también consideran el aumento de los márgenes de las empresas como uno de los factores que explican el alza de la inflación.

Según sus cálculos, los márgenes crecieron un 42% en Estados Unidos entre el primer trimestre de 2020 y el segundo de 2022, mientras que el deflactor del PIB –los costes de producción de las empresas– sólo aumentó un 16% el énfasis es de los autores del estudio. “Los márgenes de beneficios no habían sido tan altos desde 1950”, subrayan, “por lo que no hay pruebas de que el aumento de los salarios se esté comiendo los beneficios de las empresas”. Además, culpan al alza de los márgenes del 40% del crecimiento del deflactor del PIB, cuando su contribución no superaba el 13% de media entre 1979 y 2019.

Ferguson y Storm resaltan también que las retribuciones de los máximos ejecutivos de las empresas se han disparado en Estados Unidos un 11,1% desde 2020, el triple de lo que han crecido los salarios nominales de los trabajadores. Ambos autores no resisten la tentación de citar a Adam Smith, el padre del liberalismo económico, en su obra fundamental, La riqueza de las naciones: “Los altos beneficios tienden mucho más a elevar el precio del trabajo que los altos salarios […]. Nuestros comerciantes e industriales se quejan mucho de los efectos perjudiciales de los salarios altos en el aumento del precio […]. Nada dicen de los efectos perjudiciales de los beneficios elevados. Guardan silencio sobre los efectos perniciosos de sus propias ganancias. Sólo se quejan de los efectos de las ganancias de otros”.

Crisis inflacionistas en España en 1986, 1989 y 2000

Otro análisis, firmado por seis economistas del FMI, concluye que no hay evidencia histórica de que una subida de salarios sea señal inequívoca de que se producirá una retroalimentación entre salarios y precios. Los autores crearon una base de datos con 79 episodios de espirales de precios y salarios desde los años 60 hasta ahora en 38 países, incluido España. Tres son las crisis inflacionistas españolas que mencionan: las de 1986, 1989 y 2000. Las dos últimas se parecen a la actual por el peso de los precios energéticos.

“Las espirales de salarios y precios, definidas como una aceleración persistente de precios y salarios, son difíciles de encontrar en los registros históricos recientes”, aseguran. Sólo en un puñado de casos experimentaron una mayor aceleración de precios y salarios después de ocho trimestres. Destacan la inflación que azotó Estados Unidos en 1973 tras el embargo petrolero de la OPEP y no desapareció hasta 1975. “Sin embargo, los salarios nominales no aumentaron, por lo que los reales disminuyeron”, concluyen.

El BCE ve “improbable” que los salarios aviven la espiral de precios porque seguirán por debajo de la inflación

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Por el contrario, los 22 episodios similares a la inflación actual –con subida de salarios nominales pero caída de los reales y desempleo plano o decreciente– no tuvieron efectos de segunda ronda. Por el contrario, los analistas del FMI aclaran que en esas ocasiones anteriores los salarios nominales tendían a alcanzar la inflación para recuperar la pérdida de los salarios reales y fueron consistentes con la tasa de paro de cada país, pero no provocaron la temida espiral. “De hecho, la historia sugiere que los salarios nominales pueden acelerarse mientras la inflación retrocede desde niveles altos”, concluyen.

¿Obligados a conformarse?

El debate sobre la inflación, sus causas y sus curas, ocupará 2023 tanto como el propio fenómeno. Desde otro ángulo, el ex economista jefe del FMI Olivier Blanchard ha hecho su aportación en Twitter estas navidades. Ve la inflación como el resultado de un conflicto distributivo entre empresas, trabajadores y contribuyentes. Que sólo se detendrá cuando todos ellos se vean “obligados a aceptar el resultado”: que el pastel que se reparten es más pequeño.

A su juicio, son los bancos centrales los que terminan obligando a los jugadores a conformarse. Subiendo los tipos de interés. “Enfriando la economía, pueden obligar a las empresas a aceptar precios más bajos a unos determinados salarios, y a los trabajadores a aceptar menores salarios con unos precios determinados”, explica. La alternativa, una negociación entre empresas, trabajadores y el Estado para estabilizar los precios sin que sea “doloroso”, es para Blanchard poco menos que un unicornio. “Desgraciadamente”, sentencia, “[esa solución] requiere más confianza de la que se puede esperar y, sencillamente, no ocurre”. Un jarro de agua fría, por tanto, para el pacto de rentas que ni siquiera pudo ser esbozado en 2022.

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