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Energía

El éxito del ‘fracking’ en EEUU cambia el mercado energético en Europa

El éxito del "fracking" en EE UU presiona a las eléctricas europeas

El éxito de la discutida técnica de extracción de gas no convencional (gas pizarra o gas de esquisto) en EE UU (fracking) tiene importantes consecuencias a nivel global. EE UU ha pasado de país importador a preparar instalaciones para exportar gas y ha encontrado un recurso abundante y barato para asegurar su autonomía energética. Un primer efecto: el carbón que ya no consume la gran potencia busca otros mercados. Por ejemplo, Europa.

En el último año, el precio del carbón en el European Energy Exchange han caído en torno al 20%, mientras que el precio del gas cae de forma más moderada, en torno al 5% en el primer trimestre.

Con el Viejo Continente en apuros económicos, las exportaciones de carbón de EE UU a Europa crecen. En 2012 aumentaron un 23%, hasta 66,4 millones de toneladas, según datos del Departamento de Energía de EEUU recogidos por TheWall Street Journal.

Ese carbón desplaza al gas natural en la producción de electricidad y países como Reino Unido, con economías no precisamente boyantes, no tienen dudas: si hay que quemar para producir electricidad, que sea lo más barato. En Reino Unido, la proporción de electricidad generada con carbón ha alcanzado el mayor nivel en 17 años.

Gigantes como la alemana E.ON está sufriendo las consecuencias de la onda que llega de EEUU. Sencillamente, el carbón barato está erosionando la cuenta de resultados. Al igual que E.On en Alemania, en España, compañías como Iberdrola y sobre todo Gas Natural Fenosa, se plantean qué hacer con sus plantas de generación de energía con gas.

En el caso de España, no se trata tanto de que el carbón haya sustituido al gas como de la fuerte caída de la demanda en una economía en recesión y la participación de las energías renovables en el mix energético. En abril, la generación procedente de fuentes de energías renovables (eólica, termosolar, fotovoltaica e hidráulica) llegó al 54%.

Las plantas (ciclos combinados) españolas (25.000 Megawatios de capacidad instalada) trabajan a un tercio de su capacidad. Lo explicaba el presidente de Gas Natural Fenosa, Salvador Gabarró: la caída en el consumo de gas para producir electricidad ha sido del 55%.

No es casual que Gas Natural Fenosa, con su consejero delegado a la cabeza, Rafael Villaseca, sea uno de los agentes más activos en la denuncia de la supuesta carestía de las energías renovables.

En pleno debate sobre la enésima reforma del sistema energético, el presidente de Enagás, Antonio Llardén, expuso recientemente la sensación de las empresas energéticas tradicionales: "Tenemos el parque (de centrales de gas) más moderno de Europa y el más eficiente y España no se puede permitir el dislate" de que los ciclos combinados hayan pasado de producir al 51% en 2008 al 19% en 2012.

Estan apuradas las empresas y está apurado el Gobierno. La factura de las importaciones energéticas ascendió el pasado año a 60.000 millones, las empresas presionan y el agujero del sistema eléctrico (défcit tarifario) ronda los 30.000 millones.

En ese marco, las peticiones para explorar la existencia de hidrocarburos (léase gas no convencional, léase fracking) se multiplican. Como las concesiones. Las solicitudes de permisos de investigación de hidrocarburos  han pasado de 35 en el 2009 a más de 60 en 2012. Y las licencias de 47 a 75 en los últimos cuatro ejercicios.

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Frente a los impulsores de las prospecciones (BNK España, Heyko, R2 Energy, San Leon Energy e Hidrocarburos de Euskadi, entre otras empresas) están los municipios y comunidades afectadas. Cantabria ha prohibido las prospecciones en su territorio y en enero, medio centenar de ayuntamientos trasladaron al Ministerio de Industria su preocupación por las consecuencias de las perforaciones.

El debate está abierto. Con una economía debilitada, la poderosa industria energética europea presiona para mantener su situación. En unos casos, para relajar la política medioambiental (la UE mantiene que en 2020 las emisione stienen que haberse reducido en un 20%) de forma que se pueda quemar combustible barato y, en otros, para mantener abiertas las plantas de gas con apoyo e incentivos públicos.

En el primer caso, el argumento son los precios y en el segundo, la necesidad de mantener la seguridad de suministro.

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